Alyssa estaba hecha un desastre.
Comenzaba a odiarlo con toda su alma. Ese amor que prometió jamás desaparecería, comenzó a desaparecer.
Las noches eran frías y largas, se sentía malditamente sola y quería tener a alguien quien la abrazara y le diera cariño mientras se acurrucaba en su pecho y le cantaba una triste melodía. No podía seguir siendo una chica débil, debía ser mejor por ella misma. El señor Min estaría decepcionado si la viera en esta situación.
Tomó coraje y bajó las escaleras para toparse con el dueño de sus pesadillas, se veía radiante, como todos los días. Desvió su mirada y tomó pan tostado para untarle mantequilla y comenzar a comer como si la vida no le corriera.
—¿Hoy no me darás desayuno?
La chica creyó haber imaginado que él hablaba, pero al tenerlo un poco más cerca se dio cuenta de que la estaba mirando con una mueca de disgusto. Ella sólo lo ignoró.
—Bien, no me des nada. Otras mujeres podrían darme lo que tú no en mil años.
Ella volvió a ignorarlo; últimamente se sentía una chica de pocas palabras y silenciada.
Él ya molesto sólo tomó sus llaves y salió de la cocina hecho un manojo de culpabilidad. Porque sí, se sentía una mierda, había provocado que ella se comportara así.
