P R Ó L O G O

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Un pitido horrible que desgarraba tímpanos, estribos, yunques y hasta martillos retumbó por toda la pequeña y desordenada habitación de Lay el primer lunes de febrero. Tras un gruñido y unas palabras incomprensibles hasta para él mismo, se frotó los ojos con total parsimonia soltando un suspiro. Los abrió, lamentándose de haber dejado la persiana entreabierta la noche anterior y con los ojos medio cerrados observó el cristal de su ventana por última vez antes de dejarse caer de nuevo sobre su mullido colchón para descansar un par de minutos más. Las gotas de agua caían sobre el resbaladizo y húmedo cristal como si fueran malditos témpanos de hielo que se disponían a taladrarlo de un momento a otro. Era uno de esos días de invierno lluviosos, que por cierto, no pintaba muy bien.

Solo dos minutos más y me preparo.

Abrió de nuevo los ojos y se reclinó sobre su cama sin mucha prisa, teniendo un escalofrío desde la punta de los pies hasta el último pelo de su abundante cabellera por haber retirado las por lo menos cinco mantas con las que dormía. Eso sí que era un chico friolero de primera, aunque él se limitaba a decir que simplemente no quería coger frío para que luego le costara más bailar. Estiró sus largos brazos hacia arriba, soltando un bostezo perezoso y observó de nuevo el cristal, ahora sin gotas sobre él. Estaba completamente seco, aunque aún quedaban algunas marcas que anteriormente habían sido agua en pequeñas porciones. Frunció el ceño levemente y estiró el brazo para alcanzar su móvil, que reposaba sobre la mesita de madera que tenía al lado de la cama. Con temor y con un nudo en su estómago, pulsó el botón de desbloquear y todos sus miedos se hicieron realidad en menos de una milésima de segundo. En cuanto vio en la pantalla que eran las nueve y veinticinco minutos, cada uno de sus huesos, músculos y hasta células reaccionaron solos. Ahogó un grito de desesperación y se levantó de un salto de la cama. Subió la persiana de su habitación totalmente y abrió el enorme armario empotrado que había al lado de ésta de un solo tirón. Cogió unos boxers azules y sus dos orbes color café comenzaron a moverse en busca de una camisa blanca, una corbata roja y unos pantalones azules marino. Al ver que no los divisaba por ningún lugar de aquella habitación, se dirigió a la ducha casi en pánico pesando dónde narices podría estar su maldito uniforme mientras se desprendía del pijama en un abrir y cerrar de ojos. Una vez bajo el cálido agua, comenzó a repasar todo lo que hizo ayer en su mente para tratar de recordar dónde había puesto su uniforme. No pudo sentirse más idiota cuando cayó en la cuenta de que hoy tenía que ir a recogerle a su nuevo instituto y a firmar papeleo por la transferencia. Salir de una rutina para entrar en otra diferente era más difícil de lo que parecía, y más si te transfieres tú solo desde otro país.

                                                                                        /.../

Eran las once menos diez cuando Lay salió de su pequeño pero acogedor apartamento. Ahora mucho más tranquilo al saber que mañana era su primer día de clase oficial y no hoy, pero seguía llamándose estúpido a sí mismo por poner la alarma tan pronto si podía estar allí a cualquier hora siempre y cuando fuese antes de las dos de la tarde. Se había tomado su tiempo para salir de casa, quería prepararse bien e ir vestido lo mejor posible para que se llevaran una buena impresión de él; no quería aparentar que era uno de esos chicos de barrio malotes que solo van a clase por obligación y no para tener un futuro decente. Llevaba puesta una camisa de cuadros azules, grises y negros, unos pitillos negros con rotos en las rodillas y una cazadora vaquera de esas que tienen borreguito por dentro que hacen que no te enfríes. Todo ello acompañado de sus amadas Nike negras y blancas, por supuesto. Para él eran un básico que complementaba con todo, hasta con cualquier horrible uniforme que pudieran hacerle llevar. 

Suspiró y antes de comenzar  a caminar sacó su móvil con google maps por si acaso se perdía. Las calles de Corea eran mucho más transitadas que las de China por lo que veía, eran más amplias y estaban más limpias. Una vez puesta la ubicación y lo que iba a ser su nuevo instituto durante el próximo curso y medio, se encaminó muy decidido hacia ella. Daba cada paso con mucho ciudado, no es que su habilidad más desarrollada fuera la orientación y aún no controlaba el coreano por completo, así que si se perdía y tenía que preguntar a alguien dónde estaba o cómo llegar... las iba a pasar canutas. No era tan complicado como parecía, eran solo girar un par de calles a la izquierda, dos a la derecha y seguir todo recto para llegar. En unos veinte minutos se encontraba frente al instituto. 

Apuesta. [Lay/Zhang Yixing; EXO]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu