Capítulo 1

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Siempre se me dio bien pasar desapercibida. Tal vez sea porque mi vida depende de ello desde que tengo uso de razón.

Mis padres me enseñaron a desaparecer, a ocultarme de la vista de todos desde muy pequeña. A mis 24 años ya es algo innato en mí. Apenas tengo que esforzarme para que la gente no repare en mi presencia.

Llevamos ya dos meses en esta ciudad y todo marcha bien. Demasiado bien, diría. Pero me gusta pensar que en algún momento toda esta locura frenará un poco.

En 24 años no hemos permanecido más de seis meses en el mismo lugar y aunque mis padres siempre me están recordando que no debo bajar la guardia, nunca he visto a nadie ir tras nosotros, por más que en muchas ocasiones hayamos dejado la casa en plena noche, abandonando todas nuestras pertenencias.

Siempre son mis padres los que deciden cuándo debemos marcharnos, ya sea por necesidad o porque llegó la hora de hacerlo. Según ellos es peligroso permanecer en el mismo lugar demasiado tiempo.

Confío en ellos. Sé que solo quieren protegerme porque, caer en las manos equivocadas podría acarrear graves consecuencias. Y es por eso que si me dicen que corra, yo corro. Sin preguntas, sin vacilación. Mi vida y la de mis padres depende de ello.

-Ya estoy en casa - les anuncio en cuanto cruzo por la puerta.

He ido al supermercado a por comida. Esta ha sido una de las escasas ocasiones en que me permitieron salir sola de casa desde que estamos aquí. Admito que en muchas ocasiones me frustra que sigan cuidando de mí como cuando era una niña.

Me molesta que no vean que ya soy adulta y plenamente consciente de mis capacidades. Y me duele que no confíen en que sabré controlarme incluso en las situaciones más estresantes. Pero tampoco se lo puedo reprochar porque comprendo el peligro que supone que alguien me descubra.

-¿Mamá? ¿Papá? - los llamo al no recibir contestación.

Puede que estén fuera y no me hayan oído porque, de lo contrario, ya estarían encima de mí con un sinfin de preguntas. Aprovecho a llevar las bolsas a la cocina y comienzo a colocarlo todo en su lugar. Ya los buscaré después. Sé cuánto les gusta sentarse en el porche de atrás y simplemente pasar el tiempo hablando el uno con el otro. Pocas veces gozamos de una tranquilidad como la que hemos encontrado en este lugar. Ojalá pudiésemos quedarnos definitivamente.

Esta vida tampoco es fácil para ellos. Mucho menos ahora. Se hacen mayores y encontrar trabajo es cada vez más complicado. Yo quisiera ayudarles pero si casi no me dejan ir a hacer la compra sola, menos me permitirán trabajar. Aunque saben perfectamente que en algún momento tendré que hacerlo.

-¿Mamá? - la llamo otra vez saliendo por la puerta trasera en cuanto termino de guardarlo todo.

No hay nadie aquí y empiezo a preocuparme. Ellos nunca me dejarían sola. Subo las escaleras prácticamente de dos en dos y los busco en cada habitación. No hay rastro de ellos. Tampoco hay nada fuera de lugar que me pueda indicar si hubo más personas en casa aparte de ellos.

Entonces, escucho un ruido abajo y me asusto. Mi corazón late a mil por hora y contengo mis ganas de llamar a gritos a mis padres, por si fuesen ellos. Trato de respirar con normalidad y mantener la calma. No debo alterarme. Eso no me ayuda en nada.

Recorro el pasillo lentamente, prestando especial atención a los posibles ruidos en la planta de abajo. No he vuelto a escuchar nada pero eso simplemente puede significar que ahora son más cuidadosos.

-Tú puedes - me doy ánimos antes de bajar las escaleras, con mi fuerte latido golpeando mi pecho.

Llego a la cocina sin mayores complicaciones y sin encontrarme con nadie. Cojo un cuchillo y me dirijo al comedor, de donde creo que procedía el ruido de antes. Siento como si mi respiración me fuese a delatar, de lo trabajosa que es, pero soy incapaz de relajarla.

En cuanto traspaso la puerta, algo pasa por delante de mi cabeza y me roza. Grito como si la vida me fuese en ello y las cosas comienzan a volar por todas partes en un descontrol total. Solo cuando escucho un lastimero maullido comprendo que no es más que un gato.

-¿Qué haces tú aquí, amigo? - le digo en cuanto logro tranquilizarlo. Su ronroneo me relaja a mí.

Lo cargo en brazos y continúo mi inspección de la casa. El cuchillo ha quedado olvidado en el salón pero dudo que vaya a necesitarlo ahora. Era el gato quien hacía tanto escándalo.

-Mamá - la llamo nuevamente, mientras el animal se acomoda en mi regazo, dispuesto a dormir un poco. Bendito él que se siente tan seguro como para hacerlo. Yo no podré relajarme del todo hasta encontrar a mis padres - Papá. Esto no tiene gracia. ¿Dónde estáis?

Después de un par de horas buscándolos hasta por los alrededores de la casa, mis nervios están a flor de piel y necesito de toda mi fuerza de voluntad para no perder los estribos. Me cuesta concentrarme y controlarme. Y eso, definitivamente no es bueno. Llamaría demasiado la atención sobre mí.

-Querías más responsabilidades - me digo a mí misma - Aquí las tienes. Apechuga con ellas ahora, Neve.

Pero no era así como quería que sucediese. No sin saber dónde están mis padres y por qué me dejaron sola.

No. Ellos jamás me dejarían sola. Ni me abandonarían. Algo les debió pasar. Algo muy malo si no hay rastro de ellos. Y ahora dudo entre quedarme en la casa esperando su regreso o marcharme de aquí, tal y como acordamos hacer en caso de que a uno de nosotros le ocurriese algo.

Un ruido entre la maleza y un par de sombras que me ponen los pelos como escarpias toman la decisión por mí. Sea lo que sea lo que les ha pasado a mis padres, esta casa ya no es segura para mí.

Subo a mi cuarto a buscar alguna ropa. La guardo en mi mochila, junto a toda la comida enlatada y envasada que puedo llevarme y salgo de la casa por la parte trasera. No he tardado más de cinco minutos en prepararlo todo. La costumbre, supongo.

Me alejo del lugar rezando para encontrarme con mis padres pronto porque, sin ellos, me siento perdida. Los quiero de regreso, sanos y salvos pero algo me dice que no podrá ser. Y no quiero pensar en ello para no sucumbir al pánico, pero me resulta del todo imposible no hacerlo.

Cuando llega la noche y la oscuridad me impide seguir avanzando, busco un lugar oculto y medianamente cómodo entre los árboles, me cubro bien la cabeza con la capucha del abrigo e intento dormir algo.

Sé que no lo lograré porque mis ganas de llorar son mayores que mi sueño. Y mi miedo a estar sola más imperante que mi cansancio. Porque no haber encontrado ningún rastro de mis padres a estas alturas solo puede significar una cosa: que a partir de ahora estoy sola.

Neve (Saga SEAL 1)Where stories live. Discover now