Capítulo 11

234 64 0
                                    

Arius caminó adelante del grupo y llegó antes al árbol, cuando llegaron, el olor a estofado y a especias que venía de la cocina casi los hace derretir.

- Huele... delicioso –Comentó Herb sentándose directamente en la mesa.

- No, no te sientes –Espetó Arius con una zanahoria en una mano y una estaca afilada en la otra- ¡Haremos una fogata!

- ¿¡Una fogata!? ¡Arius, es maravilloso! –Exclamó Philis emocionada- Tenemos tanto sin hacer una, Noa, ven, ven, acompáñame a preparar todo –Canturreó mientras la halaba por un brazo cuando se acababa de sentar.

Heatcliff siguió a Noa con la mirada hasta que la pared se interpuso y le robó una tira de zanahoria a Arius del plato. Éste levantó la cuchara y golpeó su mano.

- No se toca hasta la cena. - Heatcliff rio por lo bajo y salió de la cocina.

- ¡Falta leña! ¡Iré por ella! –Fue lo último que se escuchó de Noa antes de no ver rastro de ella.

- Herb, ayuda a Philis con las rocas, yo iré a buscar a Noa.

- ¿Fue sola? ¿Perdió la cabeza? –Negó levemente y comenzó a ayudar a Philis a mover la roca que llevaba empujando hace media hora.

Noa, mientras tanto, recogía cada rama que le parecía perfecta para la fogata. Aunque nunca había estado en una más en aquella pequeña que hacía su madre para calentar la sopa. Una tan grande jamás, por lo que trataba de tomar las más largas y gruesas. Dejó de recogerlas justo cuando se percató lo lejos que estaba del árbol. No sabía como pero había caminado tan rápido que incluso estaba saliendo de los límites de la barrera. Lo que la hizo darse cuenta fue la rama que iba a recoger, ésta, a diferencia de las otras, era color negro, al igual que todo lo que la rodeaba. La pisó y está hizo un sonido vacío y se deshizo al momento en que su pie hizo contacto con ella. Como si ceniza hubiese sido lo que pisaba. Al mirar a su alrededor el suelo, los árboles, hasta la más pequeña de las rocas eran ahora oscuras, como si un incendio hubiese devorado todo el bosque y lo que allí habitaba. La tierra agonizaba. La naturaleza se había volteado. Pequeñas orugas en el tronco seco de un árbol cercano se comían entre sí. Incluso el cielo, aquel que mostraba un hermoso matiz de naranja y rosa, ahora era azul cual tormenta en su inicio. Llevó su mano libre a su rostro, cubriendo sus labios por el asombro y sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía creer lo que veía, lo que era ahora aquel lugar al que amaba adentrarse y perderse por horas.

Llegó a una roca enorme, astillada, de la que nacían raíces y otras rocas pequeñas. Arrancó una de las raíces y se giró, observándola detenidamente; sin previo aviso, un ruido como piedrecillas cayendo y ramas quebrándose resonó a sus espaldas y al voltear, estaba de pie frente a un monstruo descomunal. Eso no era una roca. Era el triple de su tamaño, salían ramas de lugares que a una persona normal le lastimaría, una línea de colmillos afilados cubría toda su boca, sus tres ojos eran tan grandes como dos ruedas de carreta y tan amarillos como el oro mismo. De donde había arrancado la raíz, emanaba un líquido verdoso y espeso, para desgracia de Noa, lucía muy, muy enojado.

La chica de la capa escarlataDär berättelser lever. Upptäck nu