Prólogo

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- ¡Llévatela lejos, Aren! ¡Llévatela donde nadie jamás pueda encontrarla y hacerle daño! -Dijo Kaira sacudiendo los hombros de su esposo y mirándolo con profunda desesperación y tristeza en sus ojos. A lo lejos, gritos enfurecidos y aullidos de perros llenaban el aire, una horda enfurecida se acercaba al castillo a paso veloz.

Kaira tomó la bebé una última vez entre sus brazos, la abrazó y le dio un último beso en su pequeña frente, un beso que llevaba algo más que sólo el amor de su madre. La reina entregó la niña en brazos de su padre, tomó la canasta que ya tenía preparada y envolvió a la pequeña en una capa escarlata que serviría como manto bajo la noche fría, la colocó dentro con cuidado y entre lágrimas, le dio un último vistazo la princesa que yacía dormida pacíficamente, sin percatarse del horror a su alrededor. La miró con dulzura, se quitó el medallón rojo carmesí que poseía, lo tomó entre sus manos y murmuró algo, haciendo el medallón resplandecer, volvió a abrir los ojos y colocó el medallón en el cuello de la niña, escondiéndolo después dentro de su pequeño vestido.

- ¿Qué pasará contigo? ¡No pienso dejarte! -Gritó el rey entre lágrimas, abrazando a su esposa resignada.

- Ambos sabemos que no se detendrán hasta que mi corazón deje de latir, tienes que irte ahora, yo lo detendré. -Y con un rápido beso, antes de que él se percatara, Kaira empujó al rey fuera del castillo y cerró las puertas. -Te amo Aren -Sollozó la reina en voz baja, oyendo los gritos desesperados de su amado que golpeaba la puerta fuertemente una y otra vez.

El rey, ya resignado, sujetó a la pequeña con fuerza y rápidamente se adentró en el bosque con el corazón destrozado y su hija dentro de una canasta entre sus brazos.
Se alejó lo más que pudo, de los aldeanos, poniendo a la única razón que le quedaba de vivir, a salvo; no sabía cuanto llevaba de camino pero, no tardó en oír el sonido de cascos de caballos acercándose.
Eran jinetes, debieron haber descubierto su ausencia y la de la niña. Su corazón se apretujó al pensar que eso solo podía significar que su amada ya... Apretó a su hija más contra él y siguió corriendo con lágrimas adornando sus mejillas.

Los jinetes se oían más cerca, el rey desesperado comenzó a buscar con la vista donde esconder a su hija y a lo lejos, a tan solo unos pasos logró avistar un arroyo que corría tranquilo, él no sabía que le depararía a la bebé en aquellas aguas traicioneras, pero sabía que si ella se quedaba con él, la bebé no sobreviviría. No lo pensó más y la colocó en el agua.

- Le prometí a tu madre que te mantendría a salvo -Dijo mientras escondía su cabello bajo la capa- Y eso es lo que haré, aún si eso significa no verte nunca más. Jamás olvides, Noa, que tus padres te amaron más de lo que te imaginas. Más de lo que alguien jamás amará, y te prometo que si vivo, no descansaré hasta encontrarte. -Le dio un beso rapido a la pequeña y cerró la canasta, bajándola al agua y empujándola levemente, haciendo que la corriente se la llevara.
El rey comenzó a correr en sentido contrario, alejando a los captores de la pequeña. Miró una última vez a sus espaldas y se adentró en el bosque, lejos de su esposa, de su castillo y de su tesoro más preciado, su hija.

La canasta siguió su curso río abajo, atravesó corrientes fuertes, profundas aguas, rocas del tamaño de una montaña, tan filosas como una espada, y bestias aterradoras acechandola bajo el agua durante toda la noche, hasta que llegó a una pequeña cabaña a orillas del río a la mañana siguiente.
La cabaña pertenecía a un granjero y a su esposa quienes se sorprendieron al encontrar a una bebita de tan solo 9 meses dentro de una canasta aquella mañana cuando fueron a recoger agua. Se apresuraron a meter a la pequeña en casa para darle calor y alimentarla, al buscar dentro de la cesta, había una carta, no muy larga, no muy corta. Era de la reina y ellos se percataron al ver la marca real sellando la carta.

"Mi nombre es Kaira Lena Güilis, Reina de Nóvgorod. Esta carta fue escrita en caso de que Aren no lo lograra, está dirigida para aquellas personas que encuentren a nuestra hijita. Cuídenla como suya, pues yo ya no estaré en este mundo para hacerlo y si mi esposo, el rey, no está con ella es porque se sacrificó para salvarla a ella. Protéjanla, ahora es ella quien tendrá el destino del reino en sus manos. Que sea bondadosa y audaz; que sea una niña de bien.

Es lo único que pedimos.

Su nombre es Noa, única primogénita del reino y la luz de nuestros ojos, háblenle de nosotros y de su destino sólo cuando ustedes crean conveniente hacerlo, mientras tanto, mantenganla ignorante y alejada de este mundo, se lo pedimos y rogamos.

K & A"

Los atónitos granjeros se miraron entre sí y doblaron la carta como estaba, la metieron nuevamente y la escondieron junto con la capa escarlata que yacía dentro. El granjero salió con una pala en el hombro y la canasta bajo el brazo y se adentró en el bosque, regresando casi al atardecer. Ambos miraron a la pequeña con pena y sin pensarlo más, decidieron quedársela. La pequeña Noa crecería tal y como lo planearon sus padres, feliz, en un hogar cálido y amoroso... pero sin ellos. Solo cuando llegue el momento indicado, se sabrá toda la verdad, hasta entonces, llevará una vida normal, como una chica común.

La chica de la capa escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora