DÍA 8

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En el octavo día, las cosas desde mi punto de vista empezaron a empeorar. Inicialmente, cuando nos dimos cuenta que estábamos perdidos, Luke era quien más nervioso parecía estar y yo era quien tenía la situación bajo control, o eso pretendía. Pero al octavo día, parecía que como si Wells y yo hubiéramos intercambiado papeles. En esa jornada en especial me desperté mucho más temprano de lo que usualmente acostumbraba. 3:45 AM marcaba mi reloj de bolsillo cuando yo salí de mi carpa con el propósito de encender la fogata. Al cabo de media hora de intentos fallidos, bajo la tímida luz del amanecer, logré encender la retraída llama.

Me senté sobre una piedra que habíamos puesto la noche anterior para tratar de simular asientos alrededor de la pequeña hoguera. Recuerdo tomar hojas secas de los árboles de eucalipto y tirarlas una por una al brillante fuego. Me quedé durante horas alimentando la pequeña llama mientras pensaba en la situación en la que nos encontrábamos. Entre más lo pensaba, más me preocupaba, pero tenía esperanza. Al ver los primeros rayos del sol colándose en el claro sentí como la temperatura empezaba a aumentar. Entonces, empecé a preocuparme por la ración de agua. Lauren y yo solamente contábamos con un litro de agua cada una. Y, por lo visto, ese día sería uno soleado, lo que significaba que nuestra triste ración de agua solo nos alcanzaría hasta el mediodía.

Por un estúpido impulso, me levanté de golpe de donde estaba sentada. Caminé hasta mi tienda y entré sin hacer ruido para encontrarme con Lauren profundamente dormida. Busqué en mi bolso las cantimploras vacías y las tomé conmigo junto con el machete que utilizábamos ocasionalmente para partir la leña cuando eran trozos muy grandes. Me acerqué hasta donde estaba mi novia acostada y dejé un tierno beso en su frente. Te amo, fue lo que susurré antes de apartarme de ella. Al salir nuevamente de mi tienda comprobé la hora. 5:50 AM marcaba mi reloj cuando empezaba a adentrarme completamente sola a la conglomeración de enormes árboles, no sin antes dar una última mirada al campamento en medio del hermoso claro.

Al caminar unos pocos metros, usando el machete, dejé una enorme marca en uno de los troncos que vi a mi paso. Lo mismo hice metros más adelante, y lo seguí repitiendo a cada distancia prudente. Mi único propósito era no perder mi camino de regreso, y las enormes marcas en los tallos de los arboles serían mi boleto de regreso al campamento. Continué así por un rato. No le presté atención a mi reloj. Bajo la sombra del interminable bosque, solo escuchaba mis pasos y el canto de las aves; la frescura del ambiente me envolvía en una extraña sensación de plenitud. Levanté mi mirada para contemplar el lugar, y este parecía estarse repitiendo ante mí. Cientos y cientos de árboles me rodeaban y todos iguales. Entonces sentí temor de estar caminando en círculos. Miré hacia atrás para comprobar que mis marcas fueran lo suficientemente visibles. Vi que si lo eran y continúe.

— ¡Mierda! — Exclamé en medio del bosque. — No les deje escrito que vendría a buscar agua.

Entonces noté que había olvidado ese detalle. Lo último que quería era alarmar a Luke y Lauren. Debí dejarles escrito o cualquier señal que indicara que yo había tomado un rumbo diferente, pero que planeaba regresar.

— ¡Bueno! ¿Qué se le va a hacer? — Volví a decirme resignada.

Como un regalo del cielo, vi un arbusto a lo lejos. Este tenía las ramas llenas de pequeños frutos rojos y morados brillantes. Corrí hasta él y me aseguré de que fuera comestible. Las lágrimas de alegría caían de mi cara al ver que algunos de sus frutos tenían pequeños pellizcos; lo que significaba que los pájaros comían del arbusto, y si ellos podían, nosotros también ya que no representaba peligro de que fuera toxico. Tomé una pequeña frutita y la metí a mi boca. Era una explosión de sabor; acido, dulce, carnoso y por pequeñas semillas a dentro.

Mi estómago rugió por no haber probado bocado desde el mediodía del día anterior. Inmediatamente llené mis puños de la deliciosa fruta y me engullí hasta ya no poder. Juró que esas bayas fueron las frutas deliciosas que había probado en mi existencia. Tal vez fue a causa del hambre, pero aquel manjar subió considerablemente mi ánimo. Cuando hube saciado mi feroz hambre, me quité la blusa para quedar en mi sujetador negro. La extendí en la tierra, y comencé a cosechar las bayas del arbusto. Cada puñado lo iba poniendo sobre mi blusa de cuadros rojos y negros. Improvisé una bolsa con ella. No me importo las manchas que le quedarían a esta después de aquel incidente. Al cabo de unos minutos, el arbusto había quedado despojado de cualquier fruto y mi blusa-bolsa estaba a reventar.

Perdidas | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora