DÍA 4

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Cuando abrí los ojos, vi la cabellera despeinada de mi novia sobre mi cara casi asfixiándome. A pesar de no haberse lavado el cabello como ella acostumbraba, aún tenía su característico olor a frutas impregnado. Como pude, me apoyé sobre mis codos y me dispuse a salir de mi bolsa verde de dormir. Tomé la camisa blanca que había doblado para usar como almohada improvisada y me la puse antes de salir de la tienda. Toqué la cicatriz para asegurarme que estaba oculta bajo mi camisa.

Era la primera en levantarme. No sabía exactamente qué hora era, pero apostaba que no era más de las 6:00 AM. Los pájaros empezaban a producir sus típicos cánticos, tan hermosos y agradables. Aproveché que era la primera en levantarme y fui a hacer mis necesidades tras un enorme arbusto que estaba a unos veinte metros de nuestro campamento. Después de eso, caminé hasta el riachuelo y lavé mis manos. También, utilicé mi filtro de agua y llené mis cantimploras y las de Lauren. Contábamos aproximadamente con cinco litros cada una, lo que en realidad era poco para lo que nos esperaba.

Cuando hube terminado de rellenar todos nuestros recipientes, tomé la olla que yacía junto a las cenizas de la fogata, la lavé solo con agua. Entonces levanté mi mirada para encontrarme con las imponentes montañas. Parecía como si cada vez estuvieran más y más grandes. Sabía que subirlas no sería nada fácil, pero no sería imposible. Era optimista. El cielo estaba parcialmente nublado. Creí que era porque aún estaba muy temprano.

Fui hasta la fogata y me senté sobre la tierra en posición de indio a mirar en dirección a las montañas. Tratada de prepararme mentalmente para el viaje que nos esperaba. Centraba mi mirada sobre el imponente paramo. Tan lejano y perfecto. Mi ambición era llegar allá en unos dos días.

— ¿Qué piensas? — Dijo mi hermana mientras dejaba un suave beso sobre mi mejilla.

— Lávate la boca antes de besarme. — Hice burla de ella.

— A veces, no sé ni para que te demuestro cariño. — Bufó.

— ¿Ya viste? — Le dije a mi hermana. — El páramo hoy parece más enorme que ayer.

— Es hermoso. — Dijo Ally.

— Sabes que te quiero, ¿verdad Allyboo? — Le dije a la más pequeña.

— Difícilmente lo sé.

— ¡No seas llorona! — Di un suave golpe en su hombro. — Daría mi vida por ti y lo sabes idiota.

Estaba en mi habitación. Las cuatro paredes estaban pintadas de un color rosa pastel. Recuerdo estar sentada en medio jugando con mis muñecas, muñecas que mis padres me habían obsequiado la navidad pasada. En mi mente creaba diferentes escenarios en la casa rosa de juguete donde acomodaba a cada una de mis muñecas. Mi creativa mente de niña de cinco años, era la autora de todas las fantásticas aventuras.

— Hola cielo. — Dijo mi madre cuando entró a mi habitación.

— Hola mami, ¿quieres jugar conmigo?

— Me encantaría, pero tengo trabajo que hacer. — Se excusó.

— Últimamente casi no juegas conmigo. — Dije mientras hacía un tierno puchero.

— Tu padre y yo no queremos que estés sola.

Aparte la mirada de la casa de mis muñecas y miré confundida a mi madre sin dejar de sostener los juguetes que estaban en mis pequeñas manos.

— Siempre nos has dicho que quieres un hermanito para que juegue contigo ¿verdad tesoro?

Asentí levemente sin apartar la mirada de mi madre. — Sí.

Perdidas | CamrenWhere stories live. Discover now