DÍA 2

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Apostaba que ese día sería uno lluvioso por todas las nubes que se acomodaban como un enorme rompecabezas en el firmamento. Por lo general amaba lo días lluviosos, pero ese día en especial, había olvidado mi paraguas en casa. Mi blusa color zafiro no era lo suficientemente abrigada por lo que mi piel se estremeció apenas salí de mi clase de ilustración avanzada.

Salí de la facultad en dirección al centro de la ciudad. No sé él porque, pero ese día decidí caminar en lugar de tomar el metro. Supongo que era obra del destino, tan caprichoso. Caminé por las aceras, evitando golpear los otros transeúntes, tan apurados y afanados que no se detenían salvo cuando era completamente necesario. Algunos de ellos iban tan hipnotizados por sus teléfonos celulares que parecían que había desarrollar una nueva disciplina de caminar-sin-mirar-el-mundo. Sentía pena por ellos. Pero después, estaban las felices parejas caminando por las calles, y entonces sentía pena por mí.

Sentía pena porque a lo largo de mis veintitrés años, casi veinticuatro, jamás me había enamorado. Y mucho menos había tenido pareja. Me había concentrado tanto en mi carrera como ilustradora y animadora gráfica, que había dejado de lado mis intereses amorosos. Y a eso se le sumaba que no había logrado conocer a una chica que me atrajera lo suficiente como para desarrollar sentimientos afectivos.

"Creo que serás la loca de los gatos de la familia." Era algo que solía decir mi hermana adoptiva, Ally. "Por lo menos, los gatos no me romperán el corazón como a ti." Era mi forma de defenderme. Aunque, en el fondo, tenía miedo a que me rompieran el corazón como a mi hermana. Recuerdo haberla visto llorar noches enteras por su ex novio Nicholas.

Seguí caminando hasta llegar a mi librería favorita. Entré al pequeño establecimiento cuando pequeñas goteras empezaban a caer sobre la calle.

— ¡Hey Josh! — Saludé al hombre detrás del mostrador de cristal.

— ¿Cómo estas Karla? — Usó mi primer nombre.

Dicho esto, una terrible tormenta empezó a caer sobre la ciudad. El frío se apoderó del ambiente y me volví a maldecir por olvidar el paraguas. Caminé entre los estantes que estaban repletos de libros y revistas. Fue a mi sección favorita: comics. Estaba buscando uno en especial entre la gran pila de ejemplares. Uno por uno, iba escudriñando el estante.

— ¡Bingo! — Dije con una sonrisa en mi cara cuando encontré mi tan anhelado número.

Lo saqué con cuidado de entre los otros y caminé hasta otra sección al otro extremo de la tienda. Esta vez iba por un libro. La Carretera de Cornan McCarty. Estaba comprando ese libro porque recién había visto la película basada en esa historia con mi hermana y me había parecido un terrible fiasco, por lo que decidí leer el libro.

Lo tomé en mis manos y miré de reojo la puerta para enterarme que la tormenta continuaba, pero perdía fuerza. Por lo que me tendría que quedar un rato más esperando. Por eso, continúe mirando los títulos de los estantes y leyendo la breve descripción que la mayoría de los libros contaba en la contraportada. Después de un tiempo, el silencio de la lluvia y el ruido de los transeúntes, me avisó que la tormenta había llegado a su fin.

Caminé hasta donde estaba Josh, el hombre tras la registradora. Pagué en efectivo mi nuevo comic y mi libro, y me dispuse a salir de la tienda.

— ¡Nos vemos luego Josh!

— Cuídate Karla. — Contestó el hombre.

Caminé hasta la puerta sosteniendo mi nueva adquisición bajo mi brazo en una bolsa transparente que llevaba el logotipo rojo de la tienda. Di un par de pasos y me paré en la acera donde nadie me podía chocar... o eso creía.

— Estas son nuevas. — Dije para mí mientras centraba toda mi atención en la nueva bolsa de la tienda.

Por azar de universo, mis pensamientos fueron abruptamente interrumpidos por un terrible ardor en mi tórax y en parte de mi vientre. No sabía lo que estaba pasando. Solo sabía que aquello ardía como un demonio.

— ¡Pero qué diablos...! — Dije mientras sentía como mis ojos se llenaban de lágrimas por causa del dolor que estaba experimentado en aquel momento.

— ¡Lo lamento! — Dijo una figura femenina frente a mí. — ¡Lo lamento tanto! ¡No te vi!

Cuando hube limpiado las lágrimas de mis ojos, pude ver claramente a la autora del crimen. Era una joven de mi edad, de ojos color herbazal. Tez blanca-pálida, cejas pobladas y cabello negro. En una de sus manos sostenía un vaso con café caliente o, más bien, lo que quedaba de este. Y en su otra mano, sostenía su teléfono celular.

— ¿Estas bien? — Volvió a decir la joven.

— Estoy perfecta. — Contesté con sarcasmo mientras trataba de separar la tela caliente de mi piel enrojecida.


A la mañana siguiente, me desperté con el cuerpo de mi novia pegado a mí. Me abrazaba tan fuerte que me era imposible moverme. Al cabo de unos minutos, quité el brazo que me pegaba a ella y me dispuse a abandonar la tienda. Antes de salir, acomodé mi camiseta gris que había utilizado como piyama. Asegurándome en ocultar bien la leve, pero visible, cicatriz que Lauren me había causado años atrás cuando la conocí.

Estaba segura que no era muy tarde porque los tenues rayos del sol aparecían tímidamente frente a la colina que teníamos en frente.

— Buenos días. — Dijo mi mejor amigo que estaba sentado junto a la fogata luchando por volverla a encender.

— Buen día Blake.

— ¿Dormiste bien? — Preguntó el pelinegro.

— Genial. — Contesté. — ¿Necesitas ayuda? — Le pregunté con un tono burlón.

— No lo sé. Tú eres la niña salvaje aquí.

Estuvimos parte de la mañana en medio del claro. A eso del medio día tomamos nuestras cosas y continuamos nuestro camino. Y nuevamente estuvimos tan solos como el día anterior. No era normal el no haber visto a nadie más en el camino, pero tampoco le prestamos atención.

— Tengo hambre. — Habló mi novia quien era la que iba de última en el grupo.

— Amor, caminaremos un poco más y haremos una pausa en este punto. — Le dije señalándole una parte en el mapa.

— ¿El mapa dice que ahí hay una fuente de agua? — Wells habló. Este, inicialmente, era el más silencioso del grupo.

— Así es. — Dije.

— Sería buena idea levantar el campamento ahí. — Dijo Blake. — Nos podríamos dar un baño porque ya apesto como perro.

— Apoyo la idea. — Dijo mi hermana.

— Entonces ahí levantaremos el campamento.

Caminamos por lo que fueron treinta minutos más. Entonces noté que el paisaje poco a poco se iba transformando ante mis ojos. Los arboles ahora eran el doble de altos y el camino empezaba a no ser tan cómodo. Las piedras empezaban a ser más comunes en medio del paso y la sombra abundaba.

— Esto me recuerda a la película que vimos la semana pasada. ¿La recuerdas, Karla? — Dijo Ally.

— ¿Qué película era? — Pregunto mi novia mientras tiraba su mochila y secaba con su brazo el sudor de su frente.

— No lo recuerdo. — Dijo Ally. — Era una de terror. Todos morían.

Mi novia abrió sus ojos como platos.

— ¡Ally no asustes a Lauren!

Tiempo después, llegamos al arroyo. El agua era hermosa y cristalina. Estaba fría pero al mismo tiempo era agradable. Levantamos el campamento. Nuevamente las tres tiendas yacían junto al riachuelo. Comimos galletas de vainilla y bebimos gatorade. Nos bañamos en el arroyo hasta que la noche cayó.

— Esto de acampar no esta tan mal. — Dijo Lauren, quien estaba acostada a mi lado.

Eso dices por ahora. — Me reí.

Perdidas | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora