Lo único que quiero son bebés

Comenzar desde el principio
                                    

—Ninguno me parece tan vulnerable como los bebés.

Juraría que empezaron a entrarle nervios.

—¿Y qué hay de los ancianos? ¿O los perros? ¿Te gustan los perros? ¿Y los drogadictos? Podemos traer un gran grupo de drogadictos —propuso, como si no sonara nada descabellado.

Levanté una ceja.

—Me gustan mucho los perros —expliqué—. Pero creo que éste lugar es perfecto para los bebés.

Me miró con incredulidad.

—Mi casa jamás podría ser perfecta para bebés —sentenció, negando repetidamente—. No, no quiero bebés aquí.

Lo miré consternada.

—Dijiste que la decisión era mía —le reclamé.

—Sí, porque no pensé que elegirías bebés —hasta hizo una mueca de desagrado.

—¡¿Qué tienes en contra de los bebés?!

—Nada, —llevó las manos a los bolsillos— simplemente no me gustan. Son... babosos.

No podía creer lo que acababa de decir.

Me crucé de brazos.

—Lo único que quiero son bebés —impuse—. Si no será eso, no quiero nada.

Llevó sus dos manos a su rostro, cubriendo sus ojos.

—No puedo creer que seas tan testaruda.

—Y yo no puedo creer que detestes a los bebés. ¿Qué se supone que harás cuando te cases y tengas hijos?

Se encogió de hombros.

—Bueno, a ti te gustan... Cuando cumplan cinco años me los devuelves.

—Oh, Dios —rodé los ojos—. Si no son bebés, no hay trato Ethan.

—Entonces buscaré a alguien más.

No lo dijo en serio, pero sumado a esto estaba el hecho de que seguía molesta porque me había mentido. Así que eso bastó para hacerme estallar.

—No puedo creerlo... ¡eres un completo idiota! ¿Todo tiene que hacerse cómo quieres? ¿Sólo porque eres el jefe?

—No es eso...

—¡Cállate! Eres autoritario, egoísta y mentiroso.

—¿Mentiroso? —le pegué donde le dolía. Sabía que odiaba que se lo trate así. Pero era la verdad.

—Dijiste que era mi decisión, pero ahora me demuestras ser excesivamente terco.

Rio con ironía.

—Mira quien habla de terquedad —levantó los hombros, se estaba empezando a molestar.

—¡Arggh! No puedo creer que haya pensado en dejar de lado mi tienda para venir a trabajar contigo —me quejé en voz alta— ¡Ni siquiera puedo confiar en ti!

—¿No puedes confiar en mí sólo por no estar de acuerdo con tu absurda idea? —Ahora sí estaba molesto en verdad.

—¡No puedo confiar en ti porque me mentiste, Ethan! —solté con frustración.

—No soy un maldito mentiroso.

—¡Entonces dime qué demonios hiciste con Benjamín!

No pretendía que lleguemos a esto. Pero perdí los estribos con la discusión. Me miró sin comprender.

—¿Qué tiene que ver ese tipo en todo esto?

—Dime dónde está —insistí.

Él me analizó por unos segundos.

Casa NO en venta (completa✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora