Si lo que quieres es dinero...

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El terreno en el que se encontraba mi casa lo había comprado mi abuelo cuando era bastante joven, incluso antes de casarse con mi abuela. Ellos no habían tenido muchos hijos, sólo dos. Pero mi tía Maritza, la hermana de mi papá, vive en otra ciudad. Se había mudado porque se casó con un hombre a quien conoció en un viaje de trabajo y, antes de irse, mi padre le compró la parte de la propiedad que le correspondía a ella.

Durante el correr de los años, papá se había planteado varias veces venderla. Especialmente en la época en que yo pasé a la secundaria y les costó mucho esfuerzo poder pagar mis estudios, pues estaban atravesando por un período difícil, económicamente hablando. Mamá trabajaba en una empresa que hacía comidas para eventos, pero papá se había quedado sin trabajo y los gastos se hicieron pesados para un solo ingreso mensual.

Pero durante mucho tiempo mamá le dio el impulso que necesitaba para aguantar y hacía horas extra constantemente para poder soportar los gastos. Aun así, fue una época dura para ellos porque papá pasó varios meses yendo a diferentes entrevistas de trabajo en las que no conseguía avanzar, ya que no tuvo la oportunidad de acceder a una educación en su infancia y siempre había alguien más preparado que él en ese sentido.

Dicen que no hay mal que por bien no venga, y a medida que pasaban los meses, papá fue buscando diferentes maneras de ganar algún dinero extra. Lo recuerdo bastante desesperado en ese tiempo, aunque él nunca dejaba que mamá y yo nos percatemos de cuán inútil se sentía. Comenzó tomando pequeños encargos como cortar el césped de los vecinos o ir al puerto a traer pescado fresco y venderlo. El valor de nuestra propiedad fue subiendo cada vez más, conforme iba creciendo la zona. Por lo que mamá le dijo que sería un mal momento para venderla, a pesar de que necesitábamos el dinero para poder llevar un mejor estilo de vida.

Entonces papá descubrió su afición por trabajar la madera, cuando uno de los vecinos le pidió que le ayude a reparar un mueble que tenía en su casa. Al poco tiempo ya estaba reparando estantes, puertas, muebles e incluso haciendo algunos de cero. Siempre fue muy proactivo y sabía sacar ventaja de una mala situación. Cuando decidió que era eso a lo que se quería dedicar, montó una pequeña piecita que fue equipando poco a poco, en la que se dedicaba a crear cosas nuevas y aprender. Con el tiempo, no solamente los vecinos recurrían a él, sino que lo recomendaban a sus conocidos y así se fue formando una cartera de clientes que, con los años, le permitió construir delante de nuestra casa lo que serían la tienda y el taller.

De más está mencionar el orgullo que siento por él, de ver su sueño cumplido con tanto esfuerzo y años de sacrificio. Fui testigo de las tantas ocasiones en que lo veía en la tienda tallando hasta altas horas de la madrugada (porque era demasiado perfeccionista), y a pesar de ello, siempre era el primero en levantarse en la mañana. Varias veces me pregunté si acaso se había ido a acostar. Por esta y otras razones, me sentía en la obligación moral de conservar esa casa que mis padres construyeron, esa tienda que mi padre levantó y ese terreno que mi abuelo compró hace ya demasiado tiempo.

Era el lunes de mañana cuando vi, a través del vidrio de la entrada, la limusina estacionar frente a la tienda y una sonrisa asomó en la comisura de mis labios. Sin embargo, para mi sorpresa, no fue Ethan quien descendió de ella e ingresó a la tienda, sino su tío.

—Buen día, señorita Rose —me dijo, arrastrando las palabras como siempre.

—Buen día, Norman —contesté, atónita.

—Sr. Welles, para ti —me corrigió con un atisbo de superioridad.

—¿Qué puedo hacer por usted? —pregunté, ignorando su descortesía.

—En realidad no es por mí que vengo hoy a verla, sino por mi sobrino.

Lo miré con desconfianza. No sabía qué se traía entre manos, pero estaba segura de que pronto lo descubriría. Él continuó.

Casa NO en venta (completa✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora