Capítulo 3. 1/3

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CUANDO la mirada de Freddie se detuvo sobre su boca, Sam se dio cuenta de que iba a besarla. Su corazón se paralizó y las piernas le flaquearon.

Durante cuatro largos años había esperado que aquel hombre la besase. Ahora que aquel momento había llegado, saboreó con anticipación cada segundo. Pero cuando él la miró a los ojos de nuevo, también supo por su expresión que se sentía confuso, lo suficiente como para no seguir adelante. No la besó.

Dio unos pasos hacia atrás y se dio la vuelta apresuradamente.

-Supongo que puedes poner las sábanas tú sola. Buenas noches -dijo él mientras se agachaba para recoger las sábanas sucias del suelo, y salió de la habitación.

Ella se derrumbó sobre la cama preguntándose qué era lo que acababa de ocurrir. Parecía que  la estuviese viendo de otra manera, pero el que no siguiera adelante con aquel impulso de besarla, le confirmó que luchaba contra aquella nueva manera de verla.

Aquel beso frustrado no había sido más que un fugaz pensamiento confuso. El que él no la hubiese besado no iba a hacerle cambiar sus sentimientos, pero la reafirmaba en su decisión de marcharse.

Si no fuese una mujer inteligente, quizá se hubiese sentido insultada porque él no la viese más que como una leal empleada. Pero era una mujer inteligente y realista, de camino a una nueva vida y no había aún abandonado por completo la anterior porque no quería dejar ningún cabo suelto.

Sería terrible que  la llamase para pedirle ayuda unas semanas después de haberse marchado, en algún momento en que se sintiese debilitada por la nostalgia y lo suficientemente sola como para volver. Estaría de vuelta al punto de partida.

A la mañana siguiente, al entrar en la cocina, Freddie levantó la vista de su desayuno para mirarla. Aunque intentó disimularlo, se preguntó si  se había dado cuenta de que la noche anterior había estado a punto de besarla.

Por sí solo, aquello habría hecho que mirarla fuera bastante embarazoso, pero es que además, había soñado con ella.

El sueño, más que el beso frustrado, era lo que hacía aquel primer encuentro difícil, porque en su sueño ella llevaba puesto algo vaporoso y sexy, y, aunque siempre estaba lo suficientemente cerca como para tocarla, lo eludía continuamente. Aquella era la mejor parte del sueño; la peor, la que lo hizo despertarse sobresaltado, era  que O le decía que se marchaba porque él no la amaba. Lo cual era ridículo.

-Buenos días.

-Buenos días.

-¿Tienes cereales? -le preguntó ella y entró en la cocina como si fuesen viejos amigos acostumbrados a despertarse bajo el mismo techo.

-En el armario que hay debajo del microondas. Los platos están en el armario que hay junto a la pila.

-Gracias.

Debía de haber tenido la cabeza en las nubes. ¡A saber qué más se había perdido durante aquellos cuatro años!

Pero aquello no lo preocupaba tanto como el hecho de que no parecía ser capaz de estar en la misma habitación que ella sin tener pensamientos totalmente inapropiados.

Algunos incluso sexuales.

-¿A qué hora nos marchamos a la oficina? -le preguntó ella mientras se acercaba a la mesa.

-En cuanto me duche -dijo y se rio nerviosamente-. Por eso he saltado así... tengo que ducharme.

-De acuerdo. Mientras tanto yo desayunaré y veré las noticias.

-Sí -dijo él saliendo de la cocina-. Luego me cuentas si ha ocurrido algo interesante mientras dormíamos.

Por alguna extraña razón, aquel comentario le hizo gracia  y se río.

Mientras salía de la cocina, al oír la risa, Freddie se recordó a sí mismo que aquella era la clase de relación que tenían. Compañeros de trabajo. Colegas.

De otra manera ella habría reaccionado ante el hecho de que él solo llevaba puesta una bata; podría al menos haber intentado echar una ojeada para ver si llevaba algo más de ropa puesta. Sin embargo había actuado como si no le hubiese importado lo más mínimo que él estuviese sentado a su lado completamente desnudo.

Tenía que haber algo en él que la atrajese.

Mientras se duchaba, Freddie pensó en ello y decidió que tenía comprobarlo. No podía preguntárselo directamente, pero podía lanzarle indirectas para ver en qué punto estaban exactamente.

Mientras cerraba la puerta de la casa, y juntos, se dirigían al garaje, no surgió inguna buena oportunidad para hacer lo que había pensado, así que una vez dentro del coche decidió preguntarle qué tal noche había pasado. Si le decía que no había dormido bien, y le sonreía de forma coqueta, sabría que no estaba loco.

Viviendo con mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora