Capítulo 2. 3/3

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-Sí, mamá -dijo conteniendo un suspiro.

-Después de que tu padre muriese, me pasé diez años esperando a que Greg Ruppert se casase conmigo. Y dos semanas después de recuperar el sentido común y romper con él, encontré al hombre de mi vida. No solo he sido feliz desde entonces, sino que encontré paz, alegría y un sentido a mi vida.

-Lo sé -dijo dándose cuenta de que aquello era cierto.

-Y sinceramente creo que el hombre de tu vida está a la vuelta de la esquina -terminó su madre.

-Gracias, mamá ,te llamaré cuando vaya a marcharme.

-De acuerdo. Te quiero, Sam.

-Yo también te quiero, mamá.

Colgó el auricular, con la cálida sensación de satisfacción que siempre obtenía al hablar con su madre.

-¿Ya has hablado con tu madre? -le preguntó Freddie cuando volvió a la cocina.

-Sí. Tenías razón, estaba un poco preocupada, pero le he explicado la situación y no me espera hasta dentro de unos días.

-Siempre es bueno mantener informadas a las madres,he pedido una pizza; debería estar a punto de llegar.

-Vaya -dijo Freddie recostándose en la silla-. No voy a aprenderme todo esto en un fin de semana.

-Sí lo harás. De hecho, he pensado que todo resultaría mucho más sencillo si vamos mañana a la oficina y te lo enseño allí.

-Parece lógico -dijo  suspirando.

-Lo es -replicó Samanta y bostezó.

-Estás cansada. Lo siento, no soy muy buen anfitrión. Casi nunca viene nadie, y menos a pasar la noche -dijo él y se dio cuenta de que estaba hablando de más para asegurarle que ninguna mujer pasaba la noche en su casa.

De hecho, nunca iba ninguna mujer. Para empezar, trabajaba demasiado, y segundo, si se acostaba con alguna, prefería ir a su casa. No le gustaba que la gente invadiese su santuario, y sin embargo había invitado a Samanta sin dudarlo. Y no se sentía incómodo por tenerla allí.

Sintiéndose confuso por aquello, la  acompaño a la planta de arriba y dejo la maleta sobre la cama y salió apresuradamente de la habitación diciéndole que iba por sábanas limpias.

Realmente iba por sábanas limpias, pero la verdad era que estaba confuso por la proximidad que sentía hacía aquella mujer, a la que apenas conocía. No estaba tan ciego como para no darse cuenta de que el haber trabajado juntos durante cuatro años, ocho horas al día, no significaba nada, pero casi no habían mantenido conversaciones mínimamente personales. Él no le había contado sus secretos más profundos y ella no le había contado los suyos. Y sin embargo le agradaba tenerla en su casa.

A Freddie le gustaba Samanta más de lo que creía, y aquella sensación de comodidad con ella significaba que confiaba en ella y que, llevándola hasta el extremo, le confiaría incluso su vida. Y la única otra persona en la que confiaba de aquella manera era su tío Hilton.

Cuando volvió a la habitación, ella ya había retirado las sábanas viejas de la cama y estaba de pie, de espaldas a él, mirando por la ventana.

Freddie se aclaró la garganta. -Aquí están las sábanas.

-Gracias. No hace falta que te quedes, ya me ocupo yo.

-¿Estás segura?

-Claro que sí. He hecho la cama muchas veces -dijo ella sonriendo más aún.

Repentinamente celoso, él estuvo a punto de preguntarle para quién la había hecho.

Finalmente, dejó el resto de las sábanas sobre la cama y extendió la sábana bajera.

-De verdad. Puedo hacerlo yo sola -protestó , pero se rio como si le hiciese gracia verlo hacer tareas domésticas.

-No pasa nada -dijo él apretando la mandíbula.

-Solo haré la cama y me dare  una ducha -replicó ella, acercándose para intentar quitarle la sábana de las manos-. Si te marchas, no tardaré ni un momento en hacer la cama.

-¿Y si me quedo tardarás más?

-No -dijo ella, pero volvió a reírse.

Freddie pensó que se reía de su actitud, porque sabía que se estaba comportando de una forma irracional. Pero fuese cual fuese la razón por la que se reía, se dio cuenta de que no recordaba la última vez que la había oído reírse. Más aún, se dio cuenta de que le gustaba su sonido.

Con aquel pensamiento en la cabeza, se encontró a sí mismo mirándola fijamente a la cara, y ella levantó su maravillosa mirada de color verde azulado hacia  él. Se dio cuenta de que estaban tan cerca el uno del otro que si inclinaba ligeramente la cabeza podría besarla, y tragó saliva.

Hacía apenas dos minutos que por primera vez había pensado en besarla. Y en aquel momento sintió que moriría si no lo hacía.

Viviendo con mi jefeWhere stories live. Discover now