Capítulo 2. 1/3

9.4K 530 1
                                    

Freddie echó un vistazo al salón vacío de Sam  y deseó que hubiese alguna silla, porque desde el momento en que ella le abrió la puerta sintió que necesitaba sentarse.

Ella llevaba unos vaqueros y una camiseta verde, y llevaba el pelo suelto sobre los hombros, en vez de recogido en una coleta o un moño como de costumbre, por lo que no parecía su secretaria de todos los días, sino una mujer diferente. Por unos instantes,  se sintió mareado y las piernas le flaquearon.

-Bien -dijo él intentando aparentar despreocupación, aunque sabía que no lo estaba consiguiendo.

De todos modos no tenía importancia, porque había conseguido lo que quería: ella había accedido a ayudarlo a formar a la persona que la sustituiría y cuanto antes la sacase de aquella casa y la llevase a la suya, menos oportunidad tendría de cambiar de opinión.

-Te agradezco lo que estás haciendo-continuó Freddie, y se preguntó por qué repentinamente había sentido la necesidad de utilizar aquel apodo cariñoso, cuando nunca antes lo había hecho-. Y como se está haciendo tarde, creo que deberíamos marcharnos.

-¿A tu casa?

-Sí. Podrás ponerte cómoda y quizá incluso tengamos tiempo, antes de dar la noche por terminada, para que me hables de tu trabajo.

-Supongo que sí -dijo Samanta tartamudeando como si dudase del acuerdo. Freddie se puso nervioso por un momento hasta que ella continuó-. Lo que ocurre es que tengo que sacar todas mis cosas de aquí esta noche.

Por un momento pensó que ella había cambiado de opinión, o aún peor, se estaba dando cuenta de las posibles complicaciones que implicaba quedarse en su casa. Después de todo, los dos eran solteros, atractivos y a pesar del hecho de que él era más de diez años mayor que Samanta, se sintió repentinamente atraído por ella. Quizá  lo había notado y no estaba segura de que fuese una buena idea pasar la noche con él... 0 quizá, al verlo en otro contexto, ella empezó a sentirse atraída por él...

No. Aquello solo era el producto de su imaginación dando forma a sus deseos.

-No te preocupes. Te ayudaré a meter las cajas en tu coche y después puedes seguirme. Por cierto, ¿dónde están tus muebles?

-Los he vendido. Viviré con mi madre y mi padrastro hasta que me estabilice, y cuando lo haga, prefiero tener muebles nuevos a utilizar lo que tenía aquí. Quiero comenzar una vida totalmente nueva.

Freddie sabía que aquella afirmación estaba cargada de significado. Samanta no había puesto un énfasis especial, pero se dio cuenta de que aquello significaba mucho para ella.

-Bueno -dijo , aunque no estaba muy seguro de por qué aquella sencilla afirmación le había dejado una sensación de vacío en el estómago-. Comprar muebles nuevos es una declaración de independencia tan válida como cualquier otra.

Echó un vistazo a las cajas que había a su alrededor para apartar la vista de ella.

-¿Empezamos?

-De acuerdo -contestó . Parecía insegura, como si no supiese cómo tratarlo, y entendió lo que sentía perfectamente.

No es que no se hubiese fijado en que su secretaria era una mujer atractiva, simplemente no se había fijado en lo maravillosa que era.

Pero aquello no influía en lo que él sentía por ella: siempre le había gustado.

Aunque era cierto que no le demostraba ningún cariño, y a veces ni siquiera era amable. Pero él era un hombre muy ocupado, ya que no resultaba fácil trabajar para la familia.

En primer lugar, no quería aprovecharse de la generosidad de su tío, y segundo no quería que nadie lo acusase de no ser capaz de hacer su trabajo. Si trabajaba más duro y más horas que todos los demás era porque tenía que hacerlo. Y si aquello significaba que su vida personal debía sufrir las consecuencias, que así fuese.

El problema era que durante aquel corto encuentro fuera de la oficina, al ver cómo se agitaba el pelo de Sam cada vez que se movía y notar sus bonitas piernas marcadas por los vaqueros,empezó a considerar que quizás su vida no estaba tan equilibrada como pensaba.

-Freddie.

-¡Sí! Lo siento -se disculpó él apresuradamente y esperó que ella no lo hubiese pillado mirándola, deseando algo que no podía tener.

Porque aquello era ridículo y solo podía ser debido a las hormonas. No podía olvidarse de sus metas, de su estilo de vida, de su dedicación hacia el hombre que lo había rescatado de un trabajo que odiaba solo por ver a una chica guapa con vaqueros ajustados.

-Dime por qué caja empiezo y dónde la pongo.

-De acuerdo.

Suspiró aliviado. No quería sentirse atraído por nadie y menos por ella.

Samanta trabajaba para él, y cualquier cosa que hiciese o dijese, inconscientemente a modo de coqueteo, podía tacharse de acoso sexual. Pero en aquel momento, lo más importante era que ella resultaba imprescindible para sus planes. Necesitaba que fuese su maestra... y quizá su amiga, pero nada más.

Aunque fuera duro, durante los siguientes días la trataría de la forma más impersonal posible.

Viviendo con mi jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora