CAPÍTULO 20

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Erick

Gabrielle no presentaba cambios ni mejorías. La sala de espera y UCI se había convertido en nuestro nuevo hogar... No era así como planeaba pasar los días antes de nuestra boda.

Su familia se veía cansada, y sin esperanzas. Intentaba pensar que ella saldría de esto, pero mi lado negativo salía a flote. Sus exámenes seguían siendo iguales, no había nada que nos dijera que ella volvería a nosotros. Pero no podía rendirme tan fácilmente, si hubiera sido al revés, ella no se habría rendido tan fácilmente conmigo.

Mi familia se fue a Miami, o más bien yo sé los pedí. No solo porque la empresa estaba sin el presidente allí, solo que no quería que me vieran así. Tan deprimido. Lloraba cada vez que podía y últimamente rezaba más... Mi vida ahora se resumía en llorar, rezar y dormir. Muy poco comía.

Sus amigos habían venido, y solo Antonella pudo quedarse, los otros dos tenían trabajo. Se que si Gabrielle despertaba le gustaría verlos a todos aquí, pero ya habían estado unos días y no podían más. Y es que era como todos, al verla, solo nos debilitábamos más. Quisiéramos o no, Gabrielle es para nosotros como el centro de nuestro mundo.

— Nena... Si supieras cuánto te extraño, ya hubieras abierto los ojos – Susurre – Te lo ruego, no me dejes solo en este mundo.

Pasaba el día acariciando su mano, su rostro, su cabello... Las ganas de besarla aún no se iban. Aunque había un maldito tubo de por medio. A veces venía su mamá y la peinaba, hablaba con ella. Dicen que a lo mejor y respondería si escuchaba voz familiares, y aún así nada...

— Te confesaré algo... La primera vez que te vi, lo primero que me llamó la atención fue tu lunar, es lo que más me gusta de ti. Y luego te seguí detallando, notaba como hacías cada cosa y me llamabas más y más la atención. Yo decía quererte solo para una noche, y luego me di cuenta de que eras la mujer de toda una vida, y no esas que después de la noche se botan.

— No deje de hablarle, señor – La doctora de Gabrielle entro a chequearla, una vez más – Sus pupilas tienen cierto movimiento, tal vez pueda despertar pronto.

Algo en mi, se esperanzo. No iba a perderla, me rehusaba a perderla... La tendría conmigo... Seguí hablándole, diciéndole todo lo que pensaba tener con ella si despertaba. Sentí un leve tirón en mi mano.

— ¿Cariño, si me escuchas? – Una vez más, el tirón en mi mano.

Una de las máquinas comenzó a sonar y entraron dos enfermeras apuradas, por más y me pedían salir no podía dejarla ahí sola. ¿Que sucede? ¿Está muriendo? El miedo me atacó. Sus ojos fueron abriéndose poco a poco, y luego los cerró de golpe. Su cara era de total sufrimiento, no de alivio, al contrario. No quería dejarla sola, pero no podía verla así... No hasta que las enfermeras lograran calmar ese dolor que estaba sintiendo. No podía verla sufrir.

La doctora entró corriendo y tras ella, su hermana. Estaba viva... Volvió a mi. Logré ver esos ojos mieles que me han enamorado, que me vuelven loco. Mi cuerpo se desplomó contra la pared y caí, necesitaba respirar y caer en cuenta que si estaba aquí. Que si vive. Que después de tantos días, ella estaba con nosotros...

— Puedes entrar – Su hermana me miró, se veía cansada – Su crisis es que como ya puede respirar sola, al tener el tubo en su garganta se ahoga.

— Gracias... – Inesperadamente, me abrazo.

— Gracias a ti, Erick. Que te quedaste aquí tantos días, no la dejaste sola y siempre velaste por su bien... Serás un gran esposo. Iré a cambiarme y vengo.

Entre con cierto miedo, vi sus ojos cerrados. Mierda, no... Otra vez no. Camine apresurado y tome su mano, apretándola con fuerza.

— ¡Eso duele! – Apenas y logré escuchar su débil voz.

Atados al amor • ¡FINALIZADA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora