Capítulo 40

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El carácter de una persona no se puede determinar únicamente en función de cómo ésta se comporta con la gente que le rodea. Mucha gente simplemente es amable con la gente de su alrededor porque tiene miedo a lo que pueda sucederle si no es así. Lo que realmente determina cómo eres es el comportamiento que tengas con esa gente que no puede hacer nada por ni contra ti. Tu forma de actuar no tendrá consecuencias. No recibirás un premio ni un futuro favor por tratar bien a esa persona. No recibirás una mala cara ni ningún tipo de represalia si tu forma de actuar no es la adecuada. Eres libre. Libre para pasar de largo y no ayudar a esa persona que no es capaz de coger un producto en el supermercado porque no llega a alcanzarlo. Libre para ayudar a esa persona a coger ese producto sin recibir un gracias a cambio. Decía Oscar Wilde que siempre se puede ser amable con las personas que no nos importan nada. Y es verdad, siempre se puede. Pero lo que marca la diferencia es que siempre te apetezca o que siempre quieras.

La empatía. Algo fundamental. Piensas que algo no es un problema simplemente porque ese algo no es un problema para ti. Total, qué más da, dicen que un incendio no puede ser eterno, porque al final o se apaga o ya no queda nada por arder.

-Hola, perdón, soy Rubén, ¿Paula ya salió?

Era su novio. Estaba esperándola, como muchos días, a la salida del centro. Infinidad de veces he pasado por su lado al salir del colegio y nunca me preguntó si Paula ya lo había hecho. En realidad nunca me había ni mirado. Nos cruzábamos, sin más. Él se quedaba allí esperando mientras yo seguía andando hacia mi casa. Yo sabía quién era él y, seguramente, él sabía desde el principio del curso quién era yo. No sólo porque Paula, seguramente, le habría contado las veces que habíamos quedado los dos juntos para tomar algo, sino porque en diversas ocasiones nos vio salir juntos del centro.

-Creo que no, saldrá ahora –le respondí sin parar de caminar y con ninguna intención de pararme allí a hablar con él.

-¡Espera! –me dijo tocándome con su mano en mi brazo-. ¿Puedo hablar contigo un momento?

-Sí, claro.

-Bueno, yo soy Rubén, el novio de Paula. No sé si me conoces –me tendió la mano con una sonrisa a modo de saludo.

-Sí, te he visto varios días al salir del colegio –le estreché la mano-. Paula me ha hablado alguna vez de ti.

-Bien. Pues me gustaría comentarte un asunto un poco delicado –seguía con una sonrisa en la cara.

-Cuéntame.

-Paula y tú... -dijo insinuando no sé muy bien el qué.

-¿Paula y yo qué? –le pregunté en un tono, por qué no reconocerlo, un poco agresivo.

-¿Tenéis algo entre vosotros?

-Mira, perdón, me pagan por tratar con niños de nueve de la mañana a dos de la tarde. Son las dos y cuarto. Estás fuera del horario. Hasta luego –comencé a caminar cuando su brazo tiró del mío hacia atrás-. Suéltame, pedazo de subnormal –me salió del alma.

-¿Qué me has llamado? –me dijo colocando su cabeza contra la mía.

En ese momento apareció Paula corriendo.

-Oye, ¿tú eres imbécil? Déjalo en paz –le dijo a su novio mientras lo alejaba de mí a empujones.

-Paula, ¡ha sido él! –empezó a gritar-. ¡Ha sido él! Llegas aquí y en vez de preguntarle a tu novio qué ha pasado coges y defiendes a ese niñato. A ver cuándo te enteras de que es un puto niñato. ¡Niñato de mierda! –me gritó señalándome con un dedo mientras Paula continuaba empujándolo.

-Suerte –le deseé mientras me alejaba de allí-, que la suerte es para los fracasados.

Historia de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora