Capítulo 33

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¿Qué es ser un buen estudiante? ¿Te acuerdas de Laura Álvarez? Esa chica que el primer día de clase se sentó en primera fila, después fue exiliada por mi culpa a la última y que, sospechosamente, siempre hace lo que, supuestamente, el profesor quiere que haga. Espalda recta y, sobre la mesa, libro, libreta y bolígrafo antes incluso de que yo entre por la puerta. ¿Te acuerdas de esa niña? Seguramente no. Pero seguramente sí te acuerdes de la Laura Álvarez que tú tenías en tu clase cuando ibas al colegio o, años después, al instituto. Todos hemos tenido, como mínimo, una Laura Álvarez en nuestra clase. Esa niña, o niño, que no habla nunca en clase, sólo trabaja, saca dieces y que, cuando saca un seis, si no se pone a llorar es porque tiene vergüenza de llorar en público o porque no le salen las lágrimas. ¿Ya le pones cara a la Laura Álvarez de tu vida? Seguro que sí. Los colegios e institutos están llenos de Lauras Álvarez.

¿Es Laura Álvarez una buena estudiante? Sí, claro. El problema es que asignar el concepto de estudiante a niños me parece un error. Yo entiendo que un estudiante es una persona que se dedica, única y exclusivamente, a estudiar. Laura Álvarez no sólo tiene que estudiar en el colegio. La labor del colegio no es que los niños estudien. Que estudien es, quizás, una labor del colegio. Una, pero no la.

Partiendo de esto los niños en los colegios no son estudiantes. No sé lo que son, porque el término alumno tampoco me gusta, ya que llamar a alguien alumno implica que está aprendiendo algo gracias a una figura opuesta a la suya, la cual es un profesor. Porque no existe profesor sin alumnos ni alumnos sin profesor. Bajo mi opinión, no existiría uno de los términos sin el otro. Y, como no me gusta que se determine que los niños para aprender en el colegio necesitan de un profesor, no me gusta llamarles alumnos. Porque no me gusta dar a entender que los niños me necesitan para aprender. Yo soy una persona que está por allí, por la clase, propongo cosas, pero son ellos los que sacan sus conclusiones. Incluso hay niños que no necesitan de mi figura para aprender. Hay niños que aprenderían igual aunque tuviesen a una piedra como profesor. Yo, como mucho, estoy por allí para los que necesitan algo más que una piedra.

Si tú en matemáticas sacabas dieces incluso en el instituto, con una piedra como profesor seguirías sacando buenas notas. Y lo sabes. Lo sabes porque quizás no hayas tenido ninguna piedra como profesor de matemáticas a lo largo de tu vida pero estoy seguro de que algún fósil sí has tenido. Y con el fósil, aún así, había gente en tu clase que aprobaba. A algunos, es verdad, el fósil no les era suficiente y, si se lo podían permitir, por las tardes iban a clases particulares. Pero otros no. Otros aprobaban simplemente con un fósil. Yo no estoy ahí porque mi clase me necesita. Eso es mentira. Yo estoy ahí por si le puedo resultar útil, en un momento dado, a alguien de mi clase. Pero mi objetivo es que no me necesiten jamás. Mi objetivo es que aprendan de las piedras. Porque en la vida van a encontrar a muchas más piedras que personas. Y, lamentablemente, hay que saber también tratar con piedras.

Historia de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora