Capítulo 35

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Han pasado ya dos semanas desde que Clara decidió desaparecer, o al menos dos semanas desde que desapareció, ya que la decisión es posible que la hubiese tomado antes. No lo sé.

En este tiempo he aceptado que la culpa no ha sido mía, lo cual no significa que haya logrado deshacerme de ella. Simplemente esa sensación que me acompaña durante mis días he aprendido a verla como ajena. No me pertenece. No es mía pero aun así la llevo encima y no me la puedo quitar. Desconozco cuándo podré hacerlo, pero tengo por costumbre no cuidar las cosas que no son mías y que, además, nadie me ha pedido que cuide. Supongo que se acabará yendo, como todo aquello que no recibe la atención o los cuidados necesarios allá donde van.

-Si se enteran mis padres me matan –me dijo Andrea, la hermana de Clara, segundos después de habernos sentado en una cafetería.

-¿Tanto me odian? –pregunté preocupado.

-Todavía es pronto. Han pasado sólo dos semanas –resopló levantando la mirada del café-. Se les pasará.

-Si ya no es fácil para mí, no quiero ni imaginar lo que está siendo para vosotros.

-Bueno, poco a poco. Hay que darle tiempo. Está todo muy reciente.

Se produjo el silencio. ¿Cómo se reinicia una conversación así? Cuando Andrea me mandó un mensaje diciéndo que quería verme me asusté. Me entró miedo. Miedo a que me reprochase cosas, no sé. Fue una sensación extraña la que sentí cuando vi su mensaje. Luego me calmé. Andrea siempre me había tratado muy bien y no era de ese tipo de personas. Además recordé que fue la única de su familia que se había dignado a hablar conmigo tras lo sucedido.

-Pero no hemos venido aquí a hablar de cómo nos sentimos –dijo rompiendo el silencio-. Hay que pasar página. Yo soy muy práctica. Lo que me hace daño lo evito. Y hablar de cómo me siento me hace daño. Provoca que amplifique esos sentimientos mientras los cuento. Cada vez que alguien me pregunta cómo estoy me pongo a llorar. No quiero hablar de ello. Y si me lo permites, te aconsejo que tú tampoco lo hagas. No es bueno hablar de cómo nos sentimos porque es obvio que no nos sentimos bien. Pero cuanto antes aprendamos a no recrearnos en ello antes empezaremos a avanzar.

-Pues cuéntame Andrea, ¿de qué quieres hablar?

-Quiero saber.

-No te sigo –respondí desconcertado-. ¿Saber qué?

-Sí me sigues Carlos –su tono estaba empezando a cambiar.

-¿Saber por qué sucedió lo que sucedió? –le pregunté sorprendido.

-¿Tú también Carlos?

-¿Yo también qué? –no entendía a dónde quería llegar.

-Pues eso, joder, eso. Mi hermana se suicidó Carlos. Repite conmigo: SUI – CI – DÓ –silabeó alzando la voz y provocando que la gente que estaba sentada a nuestro alrededor nos mirase despavorida.

-Andrea cálmate, nos está mirando toda la cafetería.

-¡Me la sopla! Puto miedo que tenéis todos a decir la palabra suicidio –continuó gritando. Ya habíamos conseguido que nos observase todo el local incluidos los camareros, que empezaban a comentar entre sí el espectáculo que estaban presenciando-. Sí, mi hermana se suicidó. ¡Se suicidó! –gritó encarándose a toda la cafetería-. Que tal y cómo habláis todos parece que fue un accidente joder. "Eso que sucedió", "eso que pasó",... ¡Se suicidó, hostia! Hasta que no aprendamos a llamar a las cosas por su nombre no entenderemos jamás lo que ha pasado.

-Camarero, la cuenta –había que salir de allí lo antes posible.

Historia de un maestroWhere stories live. Discover now