Capítulo 31

43 6 13
                                    

Tengo miedo. No me gusta tenerlo pero sé que es un sentimiento bueno. Tener miedo quiere decir que las cosas no van tan mal, aún no has tocado fondo, aún hay margen para empeorar. El miedo es un privilegio sólo al alcance del que tiene algo que perder. Si tienes miedo es buena señal. Preocúpate cuando ya no sientas nada. Preocúpate cuando no tengas nada que perder.

-Vaya cara. ¿Un mal día? –me preguntó Miguel, con un tono bastante amable, tras encontrarme con él en la sala de profesores cinco minutos antes de marcharme para casa.

-No, todo bien –le respondí con una sonrisa forzada.

-¿Seguro?

-Sí, en serio.

Ya era lo que me faltaba. Que Miguel intuyese que tenía la cabeza en todos lados menos en mis alumnos.

-Bueno, vale. Nos vemos mañana entonces. Pasa una buena tarde –cogió su maletín y se marchó.

Cuando yo estaba a punto de seguir sus pasos apareció Paula entrando por la puerta.

-Quedamos a las siete aquí, en la puerta.

-Oye, ¿está creándose una pareja en el colegio? –preguntó Marta, la que era profesora de Pablo el año pasado, interrumpiendo en tono jocoso desde el final de la sala-. Hacéis buena pareja.

-Si yo tengo novio desde hace tiempo, ya lo sabes –le contestó Paula riéndose.

-Bueno, eso no quiere decir nada, también tenía yo cuando conocí a mi marido –dijo Marta seguido de una carcajada.

-Bueno, me marcho –no estaba yo para risitas-. Nos vemos a las siete Paula.

-Adiós Carlos, trátamela bien a la niña –siguió riendo Marta.

Ya había abandonado el centro. Estaba esperando a cruzar un semáforo cuando, de repente, un coche blanco paró justo delante de mí bajando la ventanilla del copiloto.

-Sube –escuché.

No veía quien era, no reconocía el coche, y había más gente esperando en el paso de cebra por lo que intuí que no me lo decían a mí.

-Carlos –gritó-, qué subas.

Ahora sí había reconocido la voz, me agaché y vi a Miguel, el director, allí sentado. Me subí.

-¿A dónde vas? –me preguntó.

-A casa.

-Te llevo –dijo mientras aceleraba.

-No hace falta, en serio.

-Carlos, no me he parado para no llevarte a ningún sitio. Me sería más fácil seguir y no parar.

-Bueno, vale, se lo agradezco.

Esto dio paso a unos segundos en silencio bastante incómodos. Segundos que Miguel se encargó de romper.

-Entonces qué, ¿un día normal?

Historia de un maestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora