13.- El atardecer

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Me senté exhausta en la silla del pupitre y abrí el libro de química, intentando comprender lo que decía. Sin embargo, pronto me di cuenta de que las matemáticas y yo éramos como agua y aceite, nunca nos entenderíamos. Los números eran mi enemigo natural, y cada ecuación parecía un enigma imposible.

De repente, Logan apareció a mi lado como un fantasma silencioso. Ni siquiera lo vi llegar ni escuché su aproximación. Siempre me sorprendía su capacidad para aparecer de la nada.

—Los números negativos van hacia la izquierda, los positivos hacia la derecha. En la tabla numérica, los negativos están a la izquierda y los positivos a la derecha. Avanzas la cantidad que te indica. Por ejemplo, si estás en -2 y quieres llegar a 2 en los positivos, avanzas 4 unidades contando el cero —explicó Logan con paciencia.

Mientras asentía en señal de comprensión, observé su rostro. Sus ojos, aunque siempre intensos, parecían apagados, y una herida en la comisura de su labio llamó mi atención. La herida estaba sanando, pero aún se veía roja, como si el dolor estuviera fresco.

Finalmente, cerré el libro de química, y Logan dirigió su mirada a sus propias manos, jugueteando con ellas en silencio. Estaba en calma, en paz, y esa herida en su labio me intrigaba. Me preocupaba que algo malo le hubiera sucedido, pero sabía que presionarlo no sería útil. Logan era reacio a abrirse y compartir sus problemas.

A pesar de mis dudas, no pude evitar preguntar:

—¿Por qué tienes esa herida en el labio?

Logan me miró con intensidad, su mirada penetrante. Su mandíbula se tensó, como si la pregunta lo hubiera molestado. No estaba segura de haber hecho lo correcto al preguntar.

—Las personas son malas —respondió encogiéndose de hombros.

Sabía que estaba ocultando algo importante, pero también sabía que forzarlo a hablar no era la solución. Observé su expresión cambiar, su rostro mostraba tristeza y desilusión, y evitó mi mirada.

Le di un apretón de manos, y él lo tomó sin soltarlo.

...

El frío me envolvía mientras me sentaba en la azotea, cruzando las piernas. El viento acariciaba mi rostro, y mis manos sostenían una taza caliente de café. El sol se estaba poniendo lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de naranja y dorado mientras se llevaba consigo las nubes y la luz del día.

Podía sentir cómo mi cuerpo se relajaba, disfrutando de la hermosa vista, el viento que me abrazaba y el reconfortante calor del café. Logan salió a la azotea con una manta cubriendo sus hombros y se acercó a mí con pasos lentos. Le sonreí cuando se sentó a mi lado, y pasó la manta detrás de mi espalda, compartiendo su calor conmigo.

—Pensé que podrías necesitarla —dijo Logan, encogiéndose de hombros tímidamente.

Miramos juntos hacia el sol mientras el silencio reinaba a nuestro alrededor. Era un silencio reconfortante y, de alguna manera, me sentía tranquila. Una extraña sensación se apoderó de mí, y mi sonrisa se hizo más grande. Logan estaba a mi lado, en silencio, sin misterios ni enojos. Este era el verdadero Logan, y sabía que detrás de su armadura de rudeza se escondía una persona cariñosa.

Logan apoyó su cabeza en la mía y rodeó mis hombros con su brazo. Su fragancia, una mezcla de perfume y tabaco, llenó mis sentidos. Era un aroma que encontraba extrañamente adictivo. Sin pensar, oculté mi rostro en su cuello y lo abracé con fuerza. Logan soltó una pequeña risa, una risa divertida y feliz, mientras apretaba su abrazo en respuesta.

En ese momento, sentí una oleada de felicidad que me invadió por completo. Me sentía en paz, como si el tiempo se hubiera detenido. Estar junto a Logan era todo lo que deseaba en ese instante.

Y entonces, me di cuenta de algo aterrador.

Estaba enamorada de Logan.

Lo que nos uníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora