1.- Vecino

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Movía mi pierna de arriba abajo con desesperación y me mordía las uñas mientras veía todo mi alrededor. Me sentía como si dentro de mí hubiera un huracán de emociones del cual yo no tenía mucho control.

Me vería obligada a mudarme a otro lugar y dejar esta ciudad, una exigencia impuesta por el trabajo de mis padres que odiaba profundamente. Detestaba cómo ese estúpido empleo nos alejaba a mí y a mis amigos, y cómo también nos alejaba entre nosotros.

El avión ya había despegado, así que apoyé mi cabeza en la pequeña ventana a mi lado. Observé las nubes pasar tan rápido que apenas podía distinguirlas. Algunos pájaros volaban a lo lejos y, de repente, sentí una extraña emoción en mi cuerpo. La idea de empezar una nueva vida desde cero ya no me parecía tan desagradable. Aun así, la tristeza de haber dejado sola a Lilly seguía latente. No sería quien soy sin ella.

Los aviones me inquietaban un poco. Había visto demasiadas películas que alimentaron esa incomodidad, aunque sabía que eran más seguros que los autos, aunque también algo impredecibles.

La tía Molly nos esperaría en el aeropuerto; se ofreció a llevarnos a nuestra nueva casa. La emoción me invadía, ansiosa por verla. Rezaba para que fuera tan hermosa como la recordaba.

Honestamente, no sabía cómo sentirme en este punto. Jamás había imaginado que tendría que mudarme a otra ciudad, menos aún empezar una nueva vida y conocer a extraños. Todo resultaba estresante y agotador de solo pensarlo. Odiaba sentirme así; la incertidumbre sobre cómo sería mi vida a partir de ahora me atormentaba.

Finalmente, llegamos.

La tía Molly extendía los brazos con fuerza entre la multitud que esperaba en el aeropuerto, sosteniendo un letrero. "Como si fuéramos ciegos", pensé.

TÍA MOLLY AQUÍ.

Nos acercamos a ella, y soltó un grito agudo de emoción. Recordé en ese momento que no la había visto en tres años. Solía visitarnos en Navidad, hasta que un día dejó de hacerlo. Nunca fuimos a visitarla, lo cual me hacía sentir mal. Vivía sola, y supongo que necesitaba compañía, aunque sus gatos no eran de mucha ayuda.

—¡Qué bueno que llegan! —dijo mi tía, abrazando a mi mamá.

Mi tía Molly era hermana de mi papá.

—¡Qué bueno verte! —exclamó mi papá, feliz de volver a verla.

Ellos se abrazaron, y verlos en esa posición despertó mi envidia, ese deseo de tener un hermano menor. No me gustaba ser hija única.

—Pero mira qué grande estás, Lindsey —dijo, apretando mis mejillas. Y lo odié.

—Lo sé —respondí.

Nos dirigimos al taxi que nos esperaba; subimos y el conductor comenzó a avanzar. La tía Molly nos contaba todo lo que le había pasado en estos últimos años y sus esperanzas para el futuro, incluyendo encontrar el amor.

Miré por la ventanilla. Observé la ciudad pasar: edificios, niños correteando, parejas tomadas de la mano y cafeterías donde el aroma llegaba hasta mí. En resumen, no me disgustaba la idea de vivir aquí.

El taxi nos llevó a un vecindario aparentemente privado. No tenía idea de que viviríamos aquí; no éramos personas de ese estilo. Aunque teníamos dinero, siempre nos conformábamos con lo mínimo. El taxi se detuvo frente a una casa hermosa: una gran ventana que ofrecía una vista privilegiada del vecindario, un patio con césped y un balcón frente a la ventana de la casa de al lado.

Era realmente hermosa.

Desafortunadamente, la tía Molly tuvo que irse a casa debido a que su gato estaba enfermo y no podía dejarlo solo tanto tiempo.

Salí del auto y caminé por el pasillo de cemento que dividía el césped y conducía hasta la puerta de la casa. Intenté girar la manija, pero estaba asegurada; era de esperarse.

"Qué tonta soy", me dije mentalmente.

Mi papá estaba sacando las maletas del auto. "Debería ayudarlo —pensé— debería." Minutos después, mi mamá abrió la puerta. Sin decir nada, corrí hacia lo que sería mi nueva habitación, y era realmente espectacular. Las paredes eran de un color beige, casi blanco, con un techo pintado que representaba un cielo con nubes y pájaros volando en diferentes direcciones. Algunas mantas colgaban en un pequeño lazo que iba de una pared a otra; detrás de ellas, una enorme puerta de cristal que se deslizaba hacia un lado daba paso a un balcón.

La habitación era sorprendentemente espaciosa, algo que siempre había deseado, aunque ahora me parecía un poco abrumadora.

Me recosté en la cama; parecía que mis padres habían planeado todo meticulosamente, ya que la habitación estaba perfectamente ordenada. El cansancio del viaje y el estrés me estaban venciendo. Apenas cerré los ojos cuando un olor desagradable llenó el aire: el olor a cigarrillo.

Olfateé para ubicar la fuente del olor, caminé lentamente hasta el balcón y, de repente, lo vi.

El chico estaba en la ventana de al lado, sosteniendo un cigarro a medio fumar. Lo llevaba a la boca, inhalaba y exhalaba con calma. Parecía exhausto, extremadamente pálido, con ojeras profundas que rodeaban sus ojos y labios secos y agrietados. Casi podía verlos desde aquí. Parecía un vampiro que temía la luz del sol.

—Creo que en el vecindario prohíben fumar —dije, apoyando los codos en el barandal de cemento.

—¿Crees que me importan las reglas? —respondió con voz dura y firme.

—Veo que no. Pero quiero pedirte un favor, ¿podrías dejar de fumar? Mi habitación se está llenando de ese irritante humo.

—No me importa —respondió encogiéndose de hombros.

—Me da igual que no te importe, solo no fumes aquí —comencé a ponerme molesta, sin quitarle la vista de encima.

Él, aún mirando hacia otro lado que no fuera yo, habló.

—Soy Logan, por cierto —dijo de pronto.

Lo miré confundida. Ignoró completamente lo que yo había dicho y, en cambio, me reveló su nombre.

Qué tipo tan peculiar.

—Yo soy Lind... —no me dejó terminar. Apagó rápidamente el cigarro, lo tiró y se retiró a su habitación.

Lo que nos uníaWhere stories live. Discover now