46

210 58 15
                                    

Mitch.

Scott actuó extraño durante los tres días siguientes, estaba constantemente enojado, decaído. La noticia le había chocado más de lo que imaginé, pero no volvimos a hablar de eso. Por su bien, por el mío.

—Buenos días, amor —saludé feliz, buscando contagiar un poco de felicidad.

—¿Por qué tan feliz? —quejó.

—Porque hoy es un nuevo día...

—Oh. Bueno, voy a darme una ducha, ¿de acuerdo?

—¿Quieres que te ayude?

—Yo puedo solo.

Se puso de pie, tomó una bata y salió hacia el baño.

Había sido así desde que le dije la verdad, y no sabía qué hacer para remediarlo. Me sentía culpable, como si le hubiese quitado la felicidad de golpe.

Él no era Scott, algo había cambiado radicalmente.

Me levanté y me encargué del desayuno, esperando que al menos eso me pudiese distraer.

Scott.

Sentí el agua correr por mi espalda, tibia, pesada.

No podía soltar los puños, no lo había podido hacer desde que supe la verdad. Parte de mí solo quería... matarlo. Pero sabía que no debía pensar en eso.

Cerré los ojos y froté mi cara con fuerza. No podía quitarme de mi cabeza los constantes sueños.

Luna y yo habíamos estado atrapados en aquel cuarto blanco en el que siempre estábamos, pero esta vez no podía mirarla directamente. Sentía que verla dolería aún más.

—No lo hagas.

—No lo haré.

—No lo hagas —dijo pausada y tajante.

Suspiré. Ella sabía perfectamente mis intenciones.

—Creí que al saber que somos hermanos te alegrarías un poco... A mí me da gusto saber que tengo dos hermanos...

—¿Cómo quieres que me sienta feliz de tener la sangre de aquel que te asesinó? —susurré y apreté los puños fuertemente. Escuché un suspiro pesado salir de sus labios.

—Scott...

—Toda mi vida he vivido agradecido de no haber muerto, e intentando consolarme a mí mismo pensando que mi papá no era un monstruo, que habría tenido sus razones para herirme. Siempre me he escudado siendo una persona alejada de los problemas, manteniéndome al margen de todo, obedeciendo, siguiendo con lo establecido... Pero no puedo estar tranquilo sabiendo que soy hijo de un monstruo.

—Papá no es malo.

—Luna, basta.

Puso su mano sobre la mía.

—Por favor, no dejes que esto acabe con tu buen corazón... Por favor.

Había tenido la misma conversación en sueños. Quizás era su forma de calmarme, pero nada lo conseguía... Y era consciente de que Mitch intentaba de todo para animarme, pero simplemente no podía dejar de pensar en eso.

El odio me había consumido.

Salí del baño, olía a waffles y café.

—Te hice el desayuno —invitó con un falso tono feliz.

—Eso huelo.

Me senté, Mitch me dio un beso en la mejilla, y no pude evitar sentirme culpable.

—Voy a salir hoy. ¿Quieres ir a hablar con Rachel?

—Puedo quedarme solo, Mitch. No soy un bebé.

Mitch se quedó en silencio un momento, estaba siendo demasiado duro con él.

—Perdona...

—Ya vuelvo —ignoró, con un tono de voz que paseada entre triste y enojado.

Mitch.

—Señor Grassi.

Me puse de pie y caminé hacia el pequeño consultorio. Cerré la puerta detrás de mí.

Había encontrado su mail en una página de especialistas, y le envié un correo contándole sobre Scott.

—Buenos días, señor Grassi. Mi nombre es Doug Hamilton, recibí su correo. Leí el caso de su novio y me parece realmente interesante. Creo que podemos solucionar este problema.

El castaño doctor sonrió y ladeó su cabeza. Venía mucho tiempo pensando en eso, pero la necesidad de ver sonreír nuevamente a Scott me impulsaron a acercarme.

Suspiré. Tenía todas mis esperanzas en esto.

—Doctor... ¿Realmente puede devolverle la vista a Scott?

Blind.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora