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Mitch.

Papi, ¿qué pasa?

¡Cállate! ¡No me llames así!

Los golpes resonaron en mi cabeza, juntándose con el galope de las agujas del reloj. No lograba cerrar los ojos sin reproducir en mi mente ese horrible instante.

Suspiré y me levanté del sofá.

Había permanecido en la habitación de mi madre desde que dejé la tumba de Luna junto al señor Kaplan. Aún no despertaba pero sus latidos seguían ahí,  débiles pero luchando.

Me dirigí hacia ella y le di un beso en la frente. No podía negar que me enojaba mucho que haya dejado que su relación con Curt llegara a ese extremo, pero sabía perfectamente que el dolor que sintió al ver cómo Luna se iba no se comparaba en nada a lo que sentí yo. Y eso me partía el corazón y suprimía todo mal sentimiento hacia ella.

No podía ser tan cruel con ella. No en ese momento.

—¿Señor Grassi? —preguntó un joven alto, de cabellos rubios y ojos claros.

—¿Sí?

—Buenas noches. Mi nombre es Alexander Kirk.

—Ah. Usted es el abogado que mando el señor Kaplan, ¿no?

—Ese mismo.

Paseé mi mirada desde su ordenado cabello hasta sus elegantes zapatos. Era joven, podría decir que tendríamos la misma edad.

Sonrió y estrechó su mano contra la mía, con seguridad y fuerza.

—Siento mucho toda su situación.

Me mantuve en silencio. ¿Qué se suponía que se respondía en esos casos? ¿"Gracias"?

—Bueno, señor Grassi...

—Llámame Mitch —interrumpí—. Eres muy joven para tratarme de "usted".

—Perdona —rió—. ¿Dónde están velando a tu hermana?

—En ningún lado. Ya la enterraron.

—¿Eh? Pero no ha pasado ni un día.

—¿Para qué postergarlo? Luna era muy pequeña para ir a la escuela así que no tenía amigos ahí, tampoco conoció niños en el vecindario, y ya que no sé cuándo despertará mi madre decidí hacerlo pronto.

—Entiendo... ¿Y tiene noticias del padre?

—Debe estar riéndose con fuerza, alcoholizado y drogado.

—Mitch... Ese tipo es un monstruo. No, inclusive esa palabra le queda pequeña.

Solté un gran suspiro y levanté la mirada. El abogado tenía los ojos clavados en mí y los labios ligeramente fruncidos al lado.

—¿Qué dices si vamos a tomar algo?

—No tengo dinero.

—Yo invito. Lo necesitas.

No podía negarme a un trago.

Scott.

Solía tener sueños muy similares. Me causaba mucha risa las preguntas sobre los ciegos y lo que soñábamos. Yo no era ciego de nacimiento, tenía nociones del mundo, pero eran tan básicos que mis sueños eran repetitivos.

Siempre estaba en una habitación blanca, sentado, solo. Una ventana de madera frente a mí, y la luna llena brillando a lo alto. Pero ese sueño era diferente. No estaba solo.

Blind.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora