Capítulo 52: El Tanque de Agua

82 9 23
                                    

—¿Cómo sabes si no estoy contagiada? ¿Cómo sabes si a mi tampoco me afectó la infección varicelosa? ¿Cómo lo sabes?

Estoy rechinando los dientes y bajo la luz tenue del candil de los anteriores militares, un candil con pilas colgado de la escalerilla, tiemblo a la vez que creo que voy a ahogarme. Erich ha dejando la puerta metálica entreabierta para que entre el oxígeno necesario, pero creo que no entra el suficiente, porque no puedo respirar. 

—¿Quieres dejar de preguntar lo mismo una y otra vez?

Diego está cortándome el paso y de nuevo esos dedos fantasmas me aprietan la garganta. Necesito salir. Necesito... salir... 

—Solo si me dejas pasar.

—¿Cómo sé si no vas a volver a intentarlo?

—¿Pegarte de nuevo? Como si mi gancho fuera a mellar tu preciosa cara.

Alguien por detrás suelta una risa sofocada.

—Sabes a lo que me refiero.

—¿De nuevo con lo mismo? —Mi uña impacta con su corte y después mi rodilla con su estomago y por fin puedo pasar. No demasiado, porque me agarra del hombro y los dos acabamos revolcándonos en el agua—. ¡Podría estar infectada! En cualquier momento podría morirme y entonces, me convertiría en uno de esos seres...

—Basta, Auro...—se queja cuando mi pie golpea su espinilla, aunque con la resistencia del agua no sea tan fuerte como quisiera—. Ya. Basta. Deja de llorar. —Pero no me muevo del sitio. Tampoco me limpio las lágrimas que me caen de los ojos—. ¡Deja de llorar!

—Voy a infectar a todos.

—¿Acaso no le escuchaste? ¿Acaso crees que así funciona la cosa? Te dan unas pastillas contaminadas al contraer la varicela y después monitorizan tu deterioro. Son meses de infección, meses, ¿entiendes? La cepa es tan poco infecciosa que solo alguien con una baja defensa podría contraer la bacteria.

—El chico no miente —recalca Erich, pero no le estoy escuchando.

—¿Como sabes eso? ¿Quién de los dos te lo contó? ¿Cuál de los dos? ¿Verónica... o Marcos

—Verónica me lo contó.

—¿En eso estaban trabajando? ¿En niños?

—No solo niños —lo dice con tanto desapego que me pregunto por qué él no se une a la carnicería con Marcos y Verónica y no les hace de asistente, les pasandoles el bisturí y la sierra—. No sé por qué te sorprende, creí que lo sabías, que la charla con Cop te había aclarado las ideas. Intentamos ocultártelo lo mejor posible. 

Mi mano impacta contra su mejilla y nadie me para los pies. Porque alguien más se ríe y Diego frunce el ceño. Quiero borrar de nuevo esa expresión imperita. Debería haberle dado más fuerte.

—¿A que viene eso?

—Porque preferiría mil veces que me mintieras antes de saber que tú conocías lo que estaban haciendo con esos niños. Podrías haber echo algo.

—No podía hacer nada.

—Una cosa es experimentar con la varicela y otra muy diferente es infectarles a propósito.

Por mi cabeza pasan mil posibilidades, miles de escenarios donde niños enfermos no tuvieran que vivir eso. 

—No seas inocente, por supuesto que tú también lo intuías.

—¡Habría hecho algo al respecto!

—¿Y poner a Minerva en peligro?

—¿Qué más da? ¿Qué más da si vamos a morir de todas formas? ¿Qué más da arriesgar nuestra vida si estamos destruyéndola de todas maneras? ¡Son niños, Diego! Y tus amigos, Marcos y Verónica, esos... carniceros están jugando a ser Dioses con niños!

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora