Capítulo 38: La Tarde del Baile

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Me siento un poco molesta conmigo misma. Tal vez sea el hecho de que no me siento bonita. La verdad sea dicha, me siento horrible. Compruebo por segunda vez lo poco que lleno el vestido. Hasta un palito de pescado estaría mucho mejor. Me queda ancho de la cintura y encima el escote me llega casi al ombligo. Me veo delgaducha e inocente. Nada que pueda resultar sexy ni misterioso. Ni siquiera sé por qué lo intento. Me dejo el pelo suelto y me miro de perfil. Insulsa y anodina. Esa soy yo.

Como mi cuerpo parece gritar que me internen en McDonald's una buena temporada, salgo avergonzada del baño. Minnie y Verónica están terminando de maquillarse. Verónica lleva una camiseta estrecha de tirantes que le llega justamente hasta el culo. Le queda de fabula y me remuevo inquieta porque a su lado parezco una niña de seis años. Minnie está tan encantadora como siempre con unos shorts blancos y la camisa rosa de mamá.

Minnie me mira y sonríe con dulzura.

—Estás muy guapa, Auri.

Verónica se ríe y dice:

—Parece aún más virginal.

—No le hagas caso —contesta Minnie —. A los chicos les gustan más las chicas dulces.

—¿Acaso conquistaste a Diego así? Te recuerdo que el día que os liasteis por primera vez tú ibas casi desnuda, con todas esas transparencias y ese encaje. ¿Era un camisón de lencería?

—Pero Aurora no necesita desnudarse para tener al chico que quiera. Es más lista que eso.

Verónica se ríe y continua canturreando mientras le da una última capa a su pintalabios.

—Voy a mi cuarto —digo. Minnie me sonríe y continua pintándose las uñas de rosa. Salgo y me apoyo contra la puerta respirando entre cortadamente.

—¿No eres demasiado dura con ella?

—¿Y quien va a serlo sino? ¿Tú? Veo lo mucho que la mimas.

—¿No podrías al menos ser su amiga? Es mucho más inteligente de lo que crees.

Me entristecen tanto las palabras de Minnie que no puedo detenerme a pensar con claridad y acabo llorando contra la pared. Se me caen unas grandes lagrimas y me siento tan mal conmigo misma y con el mundo que me tapo los ojos.

Diego se aclara la garganta y yo doy un salto.

—¿Qué haces?

—Nada —contesto limpiándome la cara con el brazo—. Es solo que me han contado una historia muy triste sobre cachorritos.

Diego se queda en silencio y por un segundo, pienso que se ha ido, pero al volver a fijar mi mirada le veo delante mirándome con cara triste.

—Lloro porque me gustan mucho los cachorritos, nada más.

—Te has estropeado el maquillaje.

—No me he puesto maquillaje —digo y se me escapa un sollozo.

—Ven, yo te lo arreglo —dice ignorando mi respuesta. Me agarra de la mano y me guía por los pasillos hasta su habitación. Estoy bastante reticente pero acabo dando mi brazo a torcer y entro en su habitación, sobre todo porque no quiero que nadie más me vea llorando con estas pintas.

La habitación es mucho más estrecha que la mía y la cama individual ocupa la mayor parte del espacio. Hay un lavabo a mi derecha y una silla a mi izquierda. Nada más. Me pregunto si Diego puede acostumbrarse a esta falta de lujo.

—Siéntate —dice y yo le obedezco, sentándome en la silla más alejada de la cama—. Ahora cuéntame esa historia tan triste sobre cachorritos.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisWhere stories live. Discover now