Capítulo 14: Los bidones de agua son una trampa

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Salgo al corredor de buen humor, contenta de que Marcos bromee conmigo. Paso delante de la puerta cerrada del cuarto de mis padres sin echar ni una mirada de reojo. Aún así me distraigo y acabo chocándome de lleno con Diego. Me da una disculpa seca y continua su recorrido. Me da la impresión que ha vuelto a discutir con Minnie. 

Entro en el despacho de mamá y me la encuentro leyendo un papel. Está mucho más descansada y limpia que ayer. Lleva una de sus antiguas camisetas. Esa de Minnie Mouse que compramos en Disneyland Paris.

—Minnie —digo más insegura de lo que me gustaría—, ¿puedes ayudarme a bañarme?

—Ahora no puedo, Auro —dice sin levantar la vista de unos papeles. Dudo mucho que me haya escuchado siquiera. Los papeles parecen importantes. 

Es mejor que lo haga entonces yo misma. Mejor que la perspectiva de preguntárselo a Verónica. En mi cuarto recojo ropa limpia delicada para usar hoy y abandonar mañana. Luego, desecho la idea de volver a mi mi propio cuarto de baño y le quito a Minnie un gel y champú, y una esponja nueva.

Entro en el invernadero y compruebo que estoy sola. Luego me escondo detrás del esparto que han colocado como biombo y me relajo. No quiero que nadie vea como el hambre me ha comido la masa muscular. Me desvisto e intento no contarme las costillas. Al menos estoy viva.

Encuentro el bidón a menos de la mitad y una regadera. Antes de ponerme manos a la obra me observo las costuras del brazo. Siguen dándome grima. Lleno la regadera de agua y casi ni puedo alzarla encima de mi cabeza; así que tengo que ir por partes. Primero mis piernas que necesitan una depilación urgente y luego los brazos. Estos eran más complicados. Estoy tan enfrascada en mi labor que ni me entero que alguien ha entrado.

No me doy cuenta hasta que oigo el agua que choca contra el suelo. En vez de delatar mi presencia decido esconderme y esperar a que se vaya. Miro a través del esparto y compruebo que no estoy sola. Si me encuentran me moriré de vergüenza.

Empiezo a esperar pacientemente, pero el frio me está matando. Busco con la mirada mi toalla, pero no la encuentro donde la había dejado; apoyada sobre el borde del bidón. Me muevo despacio y hecho una ojeada detrás del bidón, tampoco está. Al final miro dentro y compruebo horrorizada que está en el fondo.

Me llamo torpe en un susurro y miro a mi ropa. Está encima de una regadera a plena vista del intruso. Decido coger la toalla aunque esté empapada. Me asomo y alargo el brazo. No llego ni a la mitad. Me pongo de puntillas con la cabeza dentro del bidón y cuando ya estoy tocando el agua con la yema de mis dedos, pierdo el contacto con el suelo, y me caigo de cabeza adentro del bidón.

Mi cabeza rebota contra el fondo y el bidón se tambalea hasta caerse al suelo. Se desparrama toda el agua al suelo y yo me tapo con la toalla como puedo antes de que Diego aparezca. Al menos he conseguido la toalla.

Está tapado con una toalla hasta la cintura y yo solo deseo que me trague la tierra. Me doy cuenta que se acaba de afeitar. Le hace parecer más jóven y eso no me gusta. 

—Es mejor que no hagas preguntas —digo cerrando los ojos. No me apetece mirar al novio de mi hermana medio desnudo. Aún así tengo poca suerte y cuando me sobresaltan sus manos al tocarme, solo quiero que se vaya y no haga que la situación sea menos embaradoza.

—¿Estás bien?

—Sí, lo estoy —musito abochornada, apartándole—. ¿Ahora puedes irte?

—Ven aquí —dice poniéndome en pie. Me sigo tapando como puedo con la toalla, pegandoseme a la piel y sacandome un escalofrío. Está calada de agua de invierno. Por poco se me escurre de la mano—. ¿Por qué estabas... espiándome?

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora