Capítulo 3: El Sonido de Huesos Rotos y Succión de Tuétanos

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Me despierto por la noche con el fuerte sonido de un golpe seco. La casa debería estar sumida en un completo silencio; mamá llegó tarde de hacer la compra y me ordeno que no hiciese ningún ruido. Papá tiene que dormir. 

Me levanto asustada de la cama y me pongo una bata. No se oyen más golpes, pero me siento inquieta. Quiero saber que ha pasado. Tal vez papá esté peor y mamá le haya llevado al hospital.

Bajo abajo sin encender siquiera la luz. No sé por qué estoy tan preocupada. Cuando oigo un objeto estrellarse contra el suelo, ahogo un grito y corro hacia la habitación de mis padres. Me detengo en la puerta. Está entrecerrada y acerco la cabeza rezando oír la voz tranquilizadora de mis padres.

Ningún sonido llama mi atención, así que me atrevo a asomar la cabeza y me topo con una carnicería. El papel rosa de la pared luce varias salpicaduras rojas que forman una macabra pintura. Me quedo observando las figuras que forman. Podrían ser perfectamente las constelaciones que veo cada noche por mi ventana, pero no encuentro ningún centauro ni ningún Perseo.

Me obligo con todas mis fuerzas a mirar a la cama y los ojos empiezan a llorarme. Mi mente todavía está analizando lo que voy a encontrarme. Aun así, no estoy preparada a ver cómo se alimenta de las tripas de mamá. Mi cerebro no acaba por encajar la imagen. Mi padre hunde la cabeza en el cuerpo de mi madre y su cabeza se mueve en el interior masticando la carne. Levanta la cabeza llena de sangre y mastica el intestino que se resiste en partirse por la mitad mientras que sus dientes y uñas tiran del intestino delgado.

Intento moverme, hacer cualquier cosa para detenerle, gritarle, empujarle lejos del cuerpo de mamá. Empiezo a oír de nuevo la absorción que hace con la boca. Está engullendo un órgano. Mamá esta inmóvil mirando fijamente el techo con los ojos abiertos. Su mejilla izquierda luce un mordisco y la sangre no deja de brotar. Mi único pensamiento coherente es que le dejará una fea cicatriz.

Cuando papá se traga el órgano, continua con las costillas; parte una por la mitad y empieza a masticar la carne y el hueso. Entonces es ahí cuando empiezo a asimilar el hecho de que mi madre está muerta y que papá es quien se la está comiendo.

Empiezo a gritar con todas mis fuerzas; grito y grito para ahogar el sonido. El sonido de huesos masticados y de la succión del tuétano. El monstruo en el que se ha convertido mi padre parece reaccionar. Levanta la cabeza e inyecta sus ojos grises en mí. Trata de levantarse pero su pierna escayolada, ahora roja por la sangre, le impide moverse con facilidad y se cae al suelo. Se retuerce entre espasmos y no dejo de gritar. Su pierna está a punto de estallar, el pie esta el triple de hinchado y supura pus amarillento de unas grandes ampollas negras.

Me sujeto a la puerta luchando contra las arcadas. No sé qué está pasando. Me rozan unas manos y doy un brinco atrás. Es mi padre que ha conseguido levantarse y se acerca cojeando hacia su próxima presa. Salgo corriendo y ni me paro a llamar a la policía.

Entonces cometo el error.

Siendo la estúpida que soy, en vez de salir a la calle, solo pienso en esconderme en mi cuarto. Subo las escaleras tropezándome y golpeándome contra cada pared de mi pasillo. Doy un portazo y me aprieto contra la puerta. Intento inspirar y expirar pero lo único que hago es quedarme con la boca abierta como un pez fuera del agua; incapaz de moverme e incapaz de respirar.

Me presiono contra la puerta para fundirme en ella. Es lo único que me mantiene cuerda; la presión de la madera. Me duele la cabeza y me doy cuenta que soy yo la que se está golpeando la cabeza. Ni entonces paro.

Un golpe en la puerta me tira al suelo. Una mano sin tres dedos aparece; empujándola y abriéndola de par en par. Se balancea y arrastra, pero sus ojos están fijos en mí. El mismo color blanquecino en sus ojos. Su abdomen muestra un hueco oscuro donde antes guardaba sus órganos.

Empiezo a retroceder; a arrastrarme para alejarme de sus manos. Agarro lo primero que encuentro, uno de mis zapatos, y se lo tiro. Ni siquiera acierto a darle. Se lanza a morderme y desesperada intento levantarme, hacer cualquier cosa con tal de que no me toque. Empiezo a gemir y a suplicarle que pare; que reaccione y me vea como su hija.

No me oye y se tira sobre mis piernas con la boca abierta. Le pateo la cara. Muerde mi zapatilla y se queda unos segundos masticándola mientras que una baba de sangre chorea de su boca. Utilizo esos segundos para levantarme y correr al baño. Cierro la puerta y el pestillo. No tardo en notar como aporrean la puerta. Me aparto y muevo la cómoda enfrente de la puerta. Luego me hago un ovillo en la bañera. 

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora