Capítulo 57: Humanismo

63 8 9
                                    

En algún lugar de su mente, Marcos Mendoza sabe que si es fácil perder contra un zombi, mucho más será contra tres. Solo tiene un bisturí en sus manos y no sabe como utilizarlo. Estudiar medicina no le ha preparado para matar, sino para curar. Por descontado, ahora que lo reconsideraba, la Base le había enseñado a abrir cerebros por la mitad, estudiar cada neurona y buscar respuestas, aunque fuera a costa de cientos de vidas.

Un sacrificio que está dispuesto a asumir.

El zombi central se alza por encima de los demás, varias cabezas más alto. Debe de haber comido recientemente, porque su estomago está a rebosar, con forma de brazos y manos bajo la fina piel llena de azuladas estrías. Es el más peligroso, porque al contrario que los humanos, aquellos zombis que acaban de empacharse a carne están más despiertos, con calorías para mover bien sus articulaciones y músculos, y al tener menos hambre, más se enfocan en infectar.

A su espalda, como un cortejo, se mueven los otros dos zombis. El izquierdo cojea con un torniquete mal hecho. Alguien debió de querer salvarle la vida sin saber que estaba infectado. El derecho es un hombre desnudo, con los huesos del brazo expuestos. El hueso está demasiado limpio, con signos de mordiscos y cortes. Lo más probable es que fueran carcomidos por otro zombi aún cuando el soldado seguía vivo.

Son soldados antiguos, probablemente infectados al comienzo. Marcos lo sabe por la antigüedad de su piel; por haber estudiado incontables casos de infección en distinto grado de putrefacción. La Base tiene un suministro de zombis expuestos cerca del crematorio, y cada día algún interno se encargaba de extraerles muestras de sangre. Más de uno era mordido; por chulería, por negligencia o por curiosidad. ¿Pueden haber escapado de su prisión? ¿Alguien les liberó? ¿O vienen del exterior?

Su mano tiembla más que cuando practicaba saturaciones durante ocho horas en su voluntariado en Brasil.

Marcos decide ir a por el de la derecha. El punto más débil, si podía...

—¿Marcos? —la voz de Minnie, suave y apagada, le distrae.

—Ponte detrás de mí, no te...

Alza la pistola al lado de su cabeza y Marcos tiene el auto reflejo de apartarse y pegarse a la pared. El estruendo le hace taparse los oídos y hasta que no vuelve a abrir los ojos de nuevo, no ve a Minerva fallar la siguiente ráfaga de tres balas. Da al grandullón y después Minerva resopla, se limpia las manos en los pantalones y dispara de nuevo en una ráfaga de cinco balas, hasta impactar en la cabeza de los zombis, hasta que no queda ninguno en pie.

Marcos sigue tapándose las orejas.

Minerva se acerca a su cara y se las quita; limpiando las lágrimas que caen de sus mejillas.

—Estoy un poco roñosa —dice—. Papá una vez me llevó de prácticas, ¿no te lo dijo? Dijo que era tan guapa que debía aprender a disparar a cualquier posible violador. Tenía planeado regalarme mi primera pistola a los veinte y uno.

—Has tardado... una barbaridad.

—He encontrado la pipa cuando estaba rebuscando en el cajón de llaves.

—¿Vas a llamar a tu pistola pipa?

—¿Es muy gánster? —y gira la pistola como si estuviera en una película americana, pero Marcos no le ríe la gracia porque está a punto de desmayarse sobre sus rodillas. No lo va a admitir por eso se apoya contra la pared.

—¿Tienes las medicinas?

—Todo en orden. ¿Enserio que ibas a proteger a Verónica con un bisturí?

Todavía lo tiene en su mano. Todavía le tiemblan al ritmo de su latido.

—Me lo hiciste jurar —susurra.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora