Capitulo catorce: Suiza.

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2 de mayo del 2034.

Las 05:40. El sueño se apoderaba de mi cuerpo. Pensaba. Corría detrás de algún taxi de color amarillo con una franja roja como bien las películas me enseñaban. ¿Cómo eran los de España? A penas los recuerdo. Corrí. Gritaba. Todos pasaban de largo. Miraba el reloj. Ansioso. Nervioso. Cada vez más cabreado junto a tres maletas y una más pequeña, de mano, para tenerla en el avión. Uno se paró delante de mí. No lo llamé. Levanté la cabeza. Me sonrió. Se bajó y me ayudó con mi equipaje. Me subí a aquel vehículo. Aeropuerto Internacional de Haneda. Le entregué un pequeño papel de una libreta de notas donde estaba apuntada la dirección donde deseaba dirigirme con letra rápida.

Haneadakuko, Ota, Tokyo 144-0041, Japón

La entendió. Arrancó el coche. Metí la mano en aquel bolsillo infinito. Toqué aquella caja. La caja de las fotografías. La caja que me iba a acompañar todo aquel camino. Esas horas que se iban a hacer infinitas sobre las nubes. Miraba por la ventanilla. Me despedía de lo que había sido una de las mejores ciudades jamás vistas a la vez de una de la más corta que había estado mi estancia. Aquellas luces por la noche como si estuvieras por el centro de Nueva York. Aquella torre blanca y roja que por la noche era asimilar a la de Francia. Me acercaba a aquel aeropuerto, me alejaba de aquella ciudad. Salí de aquel taxi pagando a aquel taxista con simplemente pasar la parte trasera del móvil por una especie de máquina. Me quedé mirando aquel aeropuerto uno de los más bonitos que jamás había visto junto a mis maletas. Grandes. Negras y una azul. Respiré profundo. Sonreí. Miré el reloj, las 06:00. Las cogí mientras repetía en mi cabeza aquello de -¡Allá voy Suiza! Pasaba por aquellas puertas de cristal que se abrían de forma mecánica. Era el momento de hacer el famoso Check-In. Era famoso porque en las películas que me ponía Giovanna siempre salía alguno de la pareja que se iba de viaje hasta que alguien llegaba diciendo aquello de « ¡No te vayas! Quédate conmigo, yo te amo» hasta que se acaban besando y la gente de los alrededores aplaude. Esperaba en la cola. No avanzaba. Observaba a la gente. Observaba mi móvil. Quise entretenerme. La cola avanzaba. Me acerqué al mostrador donde la chica que me iba a atender me ojeaba de lejos mientas me acercaba con una leve sonrisa.

-¡Buenos días! –Sonreí. Le entregué mi pasaporte.

-Good morning gentleman–Por suerte manejaba algo de inglés. Ojeaba mi pasaporte. Seguidamente colocó mis maletas en aquella balanza donde les ponía una especie de cinta. Mejor dicho, como una pegatina. –Have a good trip, gentleman.- Sonrió mientras me devolvía mi pasaporte y la tarjeta de embarque.

Me fui de aquel lugar, esquivaba a la gente nerviosa por tener que viajar. Veía a la gente que lloraba tras despedirse de sus familiares. Me fui a la cafetería. Un café bien cargado. Algo para hacer tiempo. Me coloqué los cascos. Algo de música. Lo primero que sonase, cualquier cosa. Subí el volumen. Me recordé a Úrsula simulando que estaba en un concierto. Giraba aquel café recién servido al ritmo de la música. Cada vez con más fuerza cuando se acercaba a aquel estribillo de la canción. Recordaba a mi madre diciéndome aquello de –No le des tantas vuelvas, lo vas a marear. –Sonreía. Bebí. Más bien soplaba. Aquel café parecía haber sido calentado en un volcán que recientemente había tenido una erupción. Continué al terminar con aquel ardiente café pero a la vez rico. ¿Cuál era el siguiente paso? Observaba aquel gran lugar siguiendo a unos turistas. Pasé por una especie de control donde me verificaron de los documentos como la tarjeta de embarque. Dándoselo a una señora mayor bastante agradable contándome alguna broma de la cual yo no entendí. Igualmente sonriendo. Y reía al ver que ella lo hacía. Pasé por el control de seguridad quitándome todo aquello metálico que llevaba incluyendo aquella gargantilla de donde colgaban las alianzas de mis padres. El cinturón. Y bueno, realmente me quité todas las cosas que llevaban en los bolsillos dejándolos en aquella bandeja de plástico. Pasé por aquel arco. Mientras aquel vigilante observaba lo que llevaba en aquella maleta de mano. Todo correcto mientras me colocaba de nuevo todo lo que llevaba. Miré el reloj. Aún quedaba bastante para poder entrar. La gente paseaba por aquellas tiendas. Yo en cambio me senté en uno de esos asientos metálicos unidos entre sí por una barra observando a través de unos ventanales aquellos aviones. Como venían. Como se iban. Como se llenaban de gente. Volví a meter la mano en aquel bolsillo. Me sentía incapaz de abrir aquella caja. Tenía miedo ¿Miedo de que? Es pasado. Pasado vivido. Coloqué mis cascos. Me acomodé mientras sonaba de forma aleatoria una de mis canciones favoritas. Me relajé. Observaba el cielo. Aquel amanecer. Cerré los ojos. No mucho, simplemente unos cinco minutos. Soñé algo que creí que era realidad. Me la imaginé a mi lado. Realmente no la imaginé lo recordé. Recordé nuestro viaje a alguna playa ¿Dónde fue? ¡Ibiza! Yo dormí. Cerré los ojos eso, cinco minutos. Ella dobló la esquina de aquella novela romántica que leía mientras se colocaba bien el asa del bolso y guardaba el libro. Me despertó con un par de besos. Con aquello de -¡Corre! ¡Despierta! ¡Ibiza nos espera! Desperté sin saber dónde estaba. Giovanna me dio la mano hasta llegar al final del último control. El de llegar al avión por fin. Fue una semana. La recuerdo como si fuera ayer donde los dos acabamos rojos. Más bien yo rojo y ella morena. Desperté. Me levanté cogiendo aquella maleta. Me coloqué el asa en el hombro. Me dirigí hasta las pantallas. Las grandes pantallas. ¿Cuánto tiempo había dormido? Me dirigí hasta la chica que estaba debajo de ellas. Le entregué mi pasaporte junto a mi billete.

21:58Donde viven las historias. Descúbrelo ahora