Capitulo seis: Colocaba los morritos como si fuera un pez.

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15 de Marzo de 2016

Había pasado un año y cuatro meses. En ese tiempo acabé bachiller. El selectivo. Y finalmente, actualmente y próximamente facultad. Trabajando en un bar por las noches. Bar Capriccho's. Uno de los más conocidos del pueblo. Acudía la juventud. No es que me excluya, pero acudían los más jóvenes a entretenerse con un par de billares o futbolines mientras comían una de las mejores porciones de pizza. Incluyendo a la gente más mayor en la máquina tragaperras con una buena cerveza.

Y así era. Una noche más. Una cualquiera. Ahí yo, quitando los cercos que había dejado los vasos. Y por ahí entraban. Richard y David. Mis compañeros de piso. Nos conocíamos desde que entramos como novatos en primero de secundaria. Aquella clase. Primero G, nos unió. Estábamos en la misma Universidad. Cada uno con ramas distintas. Junto con... ¿Quién es ese? ¿Tendría que ponerme celoso?

-¡Adam! ¡Ponte tres cervezas bien echas que te vamos a presentar a nuestro amigo Roberto!

Los tres se sentaron enfrente de mí colocándose Roberto en medio.

-Este es Roberto. Es un chico de la clase de al lado. Resulta que su tía y mi padre fueron amigos en la infancia y nosotros nos juntábamos de pequeños. Pero ninguno recuerda nada uno del otro.- Richard hablaba. Yo en cambio desconecté al escuchar una risa. Era una risa tan familiar. Era como si la hubiera escuchado mil veces anteriormente. Era una risa tan como la de... ¡Úrsula! Salí de detrás de la barra. Me acerqué a escucharla mejor. A saber de dónde provenía. Donde estaba ella. Corrí hacia ella. Gritaba su nombre. Toqué a la chica tocándole el hombro. Se giró. Me decepcioné.

-¿Qué pasa?- Se giró bruscamente preocupada.

-Me he equivocado, lo siento. Que disfrute de la noche señorita.- Me di la vuelta cuando pude ver los ojos de mi jefe clavado en mí. Se acercaba despacio mientras que yo no sabía a donde mirar. No sabía en qué pensaba. No sabía qué hacía.

-¿Qué ha pasado Adam?- Preguntó mientras colocaba mis manos sobre mis caderas.

Miraba a los niños jugar al billar mientras los escuchaba chillar por haber metido alguna pelota entre aquellos agujeros asimilando que había perdido el norte. Me estaba destrozando el labio superior de los nervios. Y decidí salir fuera sin dar ninguna explicación. Escuchaba como Richard y David se preocupaba, preguntaban qué había pasado. En cambio yo andaba rápido a la puerta. Decidí caminar. Que me diera un poco el aire. Relajarme. Saqué un cigarro de la cajetilla. Me lo apoyé en la comisura de los labios. Saqué un mechero. Primera calada. Calada fuerte. Segunda calada Úrsula. Tercera calada la echo de menos. ¡Joder! Si al menos me respondiera a las llamadas. Si me contestara a los mensajes. Si me abriera la puerta. Si me hubiera dado una razón. Me senté en el banco más cerca del bar. A unos diez metros aproximadamente. Observaba la luna con sus estrellas a su alrededor. No podía existir nada más bonito. Pero algo interrumpió aquel bonito momento. Escuchaba a dos personas chillar. No se podía entender con claridad, o mi capacidad en aquel momento no era capaz de entender lo que decían. Pero lo que sí que sabía es que se podía deducir que era una pelea de enamorados. Noté como alguien tocaba mi hombro. Giré la cabeza a la izquierda, pude ver a Roberto. Giré la cabeza a la derecha, Richard y David.

-¿Todo bien Adancito? -Tiré la colilla al suelo, o al menos lo poco que quedaba de ella mientras a pisaba. Me levanté del banco y vi como la chica que estaba discutiendo pasaba por delante mía llorando secándose las lágrimas con las palmas de la mano. Me quedé mirándola como seguía caminando. Como de la prisa y el cabreo que llevaba se saltaba los semáforos en rojo.

-Tu jefe quería hablar contigo. – La perdí de vista. Volví a la realidad.

-¿No te ha dicho para qué? –Le miré con curiosidad.

21:58Donde viven las historias. Descúbrelo ahora