Capitulo trece: Querida Giovanna.

13 3 0
                                    

30 de abril del 2034.

Creí que estaba en un sueño. Volví a la actualidad. Me incorporé. Recordaba mirando aquella pared blanca sin ningún adorno decorándola aunque cada mañana me despertaba pensando en poner algo, aunque sea uno de esos calendarios de hace tres años. Ya daba igual. Realmente no recordaba nada simplemente pensaba en ella. La echaba de menos. Y después de tanto tiempo todo se tuvo que terminar. Pequeña Giovanna me gustaría saber tanto de ti. Coloqué todas las fotos con Giovanna en una fila recta sobre las sabanas intentando esquivar las arrugas y todos los demás obstáculos que se interponían de por medio. Formé dos filas de fotos juntas. Una encima de la otra en una diagonal de la cama. Me puse de pie sobre ella. Recordaba todas y cada una de ellas y momentos sin hacer falta ninguna fotografía. Aquel momento, nuestra primera discusión. Úrsula. Recordaba aquella carta. Se la dejé en el buzón esperando que la cogiera ella. Recuerdo aquella carta. La recuerdo porque la leí mil veces literalmente para ver si estaba correcta. Era algo así como.

«Querida Giovanna. Gio. Apareciste y no te esperaba. Llegaste sin llamar entrando por la puerta más grande existente. Me cambiaste la vida, por eso te recuerdo. Te recuerdo y te recordaré siempre como el amor de mi vida. La persona que me enseñó a querer y que me hizo sentirme querido. Me hiciste sentir que volaba. Hacías que me gustasen los lunes por las mañanas. Y como tu bien me enseñaste enamorarse es algo serio. Y he contado todas las noches estrellas diciendo las razones por las que estaba enamorado de ti, las mismas estrellas que sentía cada vez que entrelazábamos nuestras manos. Por la que andaría kilómetros. Créeme pequeña Gio que nadie va a conseguir nunca reemplazarte, porque nadie va ser capaz de conseguir lo que tú has conseguido ni de que yo consiga olvidar tu bella sonrisa con esos hoyuelos que la acompañaban siempre. La forma que me hacías temblar cada vez que te veía. Paciente. Cariñosa. Quejica. Llorona. ¿Recuerdas aquella película? ¿Cómo se llamaba? Realmente nunca me decías los nombres de las películas. Recuerdo que era tu película favorita al igual que recuerdo que no pudiste parar de llorar con la muerte del protagonista. Realmente no podía explicarte lo que he llegado a sentir por ti porque me hacías sentir especial. Recuerdo tus llámame. Llámame cuando me eches de menos, cuando te desveles a media noche, cuando te apetezca bailar. Que dejabas todo lo que estabas haciendo aunque se te fuera la vida en ello. Cuando me decías que querías ser un pez para volver a ver aquella película y volverte a emocionar, volver a escuchar aquella bonita canción como el primer día, vivir tu primera vez siendo esta vez especial. Cuando mi forma de calmarte era un 'No te preocupes, todo pasa en la vida, mañana estarás bien'. Y que sí, aquella nuestra primera cita. Aquel segundo planto y a la vez el último de ¿Cómo se llamaba? Mejor dicho ¿Cómo se decía bien? ¿Tortellini? Sí que lo pagué. Lo pagué cuando reservé.

Pero quiero ser serio, sincero. Llegaste a mi vida reemplazando a otra persona. Aquella persona con la que toda mi vida ha ido a su lado. He sido un idiota al volver a pensar en ella. He sido un idiota al romper mi relación contigo por algo así. He sido un idiota por perderte. He sido un idiota por tantas cosas. Quería olvidar pero sin parar de recordar. Porque una parte quería pasar. En cambio otra quería quedarse. Pero yo quería quedarme contigo Gio. Como en una película que me pusiste aquella noche de un viernes trece ¿Dónde está el secreto del futuro? Puede que esté en fijarse bien. Avanzar. Mirar más cerca. Porque hay cosas que pasaron antes. Mucho antes. Y ojalá se hubiera producido el milagro de haberte conocido tres vidas antes. Que prometí cuidarte en mis pensamientos nuestra primera vez y lo haré siempre que me dejes permanecer a tu lado Recordando que tu pastel favorito es el de terciopelo rojo junto a un batido de chocolate casero ¿Cómo me repetiste mil y una vez? Con cuatro galletas de esas que tenían crema por medio, media taza de leche pero solo si eras entera porque era la única que te gustaba y tres bolas de helado de vainilla. Para terminar cuando estuviera todo bien batido echarle nata en spray. Mucha nata junto a fideos de chocolate.

Pero las cosas ya no dependen de mí. Sino de ti. Te escribo simplemente para decirte que te quiero y siempre lo haré, porque prometo amarte hasta ¿Quién sabe? ¿Hasta que la muerte nos separe?»

Fueron dos días. Nuestra relación fue rota durante dos días. Mi vida supo que tenía que permanecer junto a ella. Y realmente todo se acabó en ese momento porque echaba de menos a Úrsula. Fue un arrebato de necesidad de verla casi como cuando tienes antojo de comer algo dulce después de una comida. Recuerdo que vino esa misma noche a las ¿Qué hora sería? Recuerdo que estaba en la cama. Estaba a punto de dormir. Había tenido un duro día en el bar. Cerré los ojos cuando noté que mi móvil comenzaba a vibrar seguidamente. Abrí los ojos mientras me incorporaba cogiendo el teléfono. Pude ver que era Giovanna. Mis ojos de golpe se abrieron. Lo cogí sin pensármelo. Ahí contestaba yo. Voz tímida. Pero no dudé ni dos segundos en levantarme de la cama al escuchar aquello de estoy fuera, sal. Corrí descalzo. Bajé las escaleras. Recorrí el pasillo lo más rápido teniendo algún que otro resbalón. Daba igual. Salí y allí estaba ella con un precioso vestido de flores corto y una coleta. Miraba a la puerta con aquella carta en la mano con su cantidad de anillos que siempre llevaba y su esmalte a punto de irse por completo. Estaba seria. Había llorado. Tenía los ojos hinchados y rojos. Tenía la intención de abrazarla. Pero no lo hice. Se sentó en el bordillo de la acera.

-¿Es cierto todo lo que dice aquí? –No me miró. Miraba la carta doblada donde podía ver su expresión tímida y sus ojos queriendo decir todo lo que pensaba.

Me senté a su lado con las piernas dobladas. –Así es.- Añadí.

-No buscaba a nadie yo tampoco. Acabé en aquel bar después de haber paseado todo el pueblo presa del pánico. Yo estaba enamorada. Yo creo que es el amor más grande que ha podido existir jamás. Se llamaba Iván. Era perfecto. Un amor mágico como el de las películas. Pero un ataque de celos le pudo. Me atacaba. Nada físico, todo mental. Era horroroso estar con él. Yo solo era capaz de pensar en él. Pensaba en él en todo momento. Quizás los ochenta y seis mil cuatrocientos segundos que tiene un día. Yo en cambio, dispuesta a acompañarle al fin del mundo. Cada mañana pensaba aquello de que todo sería como el primer día, que todo sería igual. Que nada había pasado y que no había celos. No existían. Me equivoqué. Me cansé. Lloraba todas las noches en silencio pensando que al día siguiente todo volvería a ser como siempre. Que nada había pasado. Me equivocaba día tras día. Hasta que llegó el día. La noche. Aquella noche que todo cambió. Apareciste tú. Donde también hiciste que me olvidara de él.

Se formó un silencio. Un silencio duradero. Pasaban coches. Miles de coches a aquellas horas de la noche. Yo los observaba esperaba a que se me ocurriera algo, o tal vez que ella dijera algo. No sé qué estaba pasando entre nosotros. Tal vez todo eso había terminado. O eso pensaba. Eso pensaba dos segundos antes de que ella girara la cabeza y me besara. Aquellos besos dulces. Cortos, perfectos, sutiles. Los extrañaba. Los había soñado durante este corto tiempo. Nos miramos a los ojos. Y entre esos susurros que decía –Olvidemos el pasado. -Añadió.

No podía olvidar el pasado. No podía olvidar a Úrsula tan fácil como ella hizo conmigo. Ambos mofletes se juntaron y yo mientras tanto pensativo causado del dolor. Respiré fuerte. Se marchó dejando su perfume en mi ropa vieja a la que llamaba pijama. Corrí descalzo de nuevo a casa. Recuerdo que tiré las llaves al suelo. Fui a la nevera en busca de zumo. No había. No quedaba nada. Simplemente restos de macarrones en un plato tapados por papel transparente. Cerré la nevera fuerte haciendo caer un imán. Cayó, Se rompió. Lo dejé en el suelo. Corrí. Subí los escalones de dos en dos. Llegué a mi guardilla. Me tiré en la cama cayendo mi cabeza sobre la almohada ¿Por qué estaba enfadado? Giovanna estaba conmigo. Habíamos vuelto. Tal vez sea eso. Tal vez es la persona. ¿Pero qué pensaba? Giovanna lo tenía todo. Había vivido con ella el mejor tiempo de mi vida. Había sido la mejor de mi vida. Pero tal vez sea verdad aquello de que el primer amor nunca se olvida o que un clavo no saca a otro clavo, simplemente lo deja más profundo.

Miré al suelo y vi aquella maleta llena de ropa que sin darme cuenta había preparado. Aquellas fotografías con miedo de guardarlas al saber que mi avión salía en menos de cuarenta y ocho horas. Miré el reloj. Las 23:10. Tenía mucho sueño. Supe que era hora de descansar. Dejar de recordar. Pensar en Suiza. En que mañana mi día se basaría en almacenar. Ordenar. Empaquetar. Limpiar. Aunque con suerte lo único que era mío era la ropa. Emocionante. Me tumbé utilizando simplemente media cama, dejando la otra medía para aquel montón de fotografías. 

21:58Donde viven las historias. Descúbrelo ahora