13 | Cosas de adultos

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Adrián apartó la mirada de su celular cuando el sonido de unos tacones contra el pavimento le anunció que no estaba solo en el estacionamiento de la Clínica Quisqueyana. Pudo jurar que lo ojos grises de Carmen brillaron al encontrarse con los suyos, pero las lentillas no le permitieron confirmarlo. Se saludaron compartiendo educadas sonrisas y un formal beso en la mejilla.

—Mucho tiempo sin verte, ¿cómo te ha ido?

—Me encuentro bien. Han pasado varios días, Adrián.

—Un mes y medio para ser exactos.

—Me sorprende que llevas la cuenta.

—No podría olvidar la noche que pasé en prisión. Fue cómico, incluso para los oficiales del destacamento, y cuando supieran quiénes son mis padres lo fue aún más. Comentarios como: «un riquillo rebelde» o «con este nos limpiamos», se mencionaron más veces de las que consideré necesarias.

—Lamento mucho que pasaras ese mal rato.

—No tienes por qué lamentarlo. Preferí eso a que Víctor y yo estuviéramos en la misma celda. Solo hice lo correcto.

—Con tremenda osadía.

—Eso fue lo de menos. Nadie que se pueda llamar humano dejaría pasar un acto de violencia frente a sus ojos. Disculpe, no quise...

—Está bien. No soy quien para quitarte la razón sabiendo que la tienes.

—Gracias.

—Yo debería ser quien te diera las gracias. Fuiste muy valiente. Lamento que solo te lo hice saber con mis palabras a tu favor frente al estrado y no cara a cara.

—No hay cuidado. ¿Cómo has estado respecto a ello?

—Mejor.

—Espero que ese «mejor» sea un estado de ánimo que evolucione a un «muy bien».

—Creo que así será porque entendí que el hecho de que Víctor sea hombre no lo hace a prueba de balas, y que yo sea del sexo opuesto no me convertía en un pañuelo de lágrimas.

—Me alegra.

—A mí igual... Disculpa la llamada —pidió, acercándose otra vez a Adrián con el celular aún en su mano derecha—, debo ir por Esteban, tiene media hora esperándome en la academia.

—Entiendo.

—Hasta pronto, fue un gusto volver a verte.

—Igual.

El brillo en los ojos del apuesto rubio que dejó atrás la cautivó. Adrián era un hombre cálido y encantador. Aquella simple conversación la transportó a un lugar del que no deseaba salir. Se preguntó cosas que él tenía semanas pensando mientras subía a su Honda rojo. A punto de retorcer volvió a encontrase con Adrián boquiabierta. Ella bajó el cristal del piloto sin apartar la vista de él.

—¿Estás muy ocupada con tu trabajo? Necesito resolver un problema legal.

—¿Qué tan grave es?

—Depende de cómo veas una demanda de medio millón de pesos.

—Bueno, de antemano te digo que eso puede afectar más que tu hoja de vida.

—Quizá, pero creo que le afectará más a Infraestructuras Rodríguez.

—¿Fraude?

—Ambición, de un hombre con el que nunca debimos hacer negocios. No le he mencionado nada a mi padre. El citatorio llegó directamente a mi oficina. Quiero saber qué opciones tenemos antes de actuar. ¿Cuento contigo?

—Ahora mismo estoy al frente del divorcio de una amiga. Ella...

—¡Adrián!

Javier se disculpó por interrumpir la conversación. Añadió que se había despedido de Naomi con la espera de encontrar a Adrián fuera de la clínica. Carmen hizo lo mismo luego de escribir su número de contacto en el celular de Adrián, acordaron mantenerse en comunicación por la demanda. Javier observó cada movimiento de su hermano mayor, escéptico.

—¿Qué fue eso?

—¿De qué hablas?

—No soy ciego.

—Son cosas de adultos.

—¿Por qué te consideras uno?

—Porque no uso pijamas de niños, como tú.

—¿Cuál es el sentido de eso?

—¿Quién dijo que no lo tiene? Andando, el último en llegar al auto ayudará a Mercedes lavando los platos, después de la cena —añadió, refiriéndose a la empleada doméstica de su hogar.

—¿Cómo se supone que voy a saber dónde está?

—Ese es el punto. ¡Ni correr con destreza puedes, pitufo!

—¡Solo comeré pizza!

—Ni en tus sueños. Tienes que dejar de comer chatarra.

—¡Sobre mi cadáver, anciano!

Los vigilantes del estacionamiento no fueron los únicos que se rieron a carcajadas de ellos. Carmen tampoco los perdió de vista mientras esperaba su turno para el pago del estacionamiento. Percibió a los hermanos felices, familiares y nostálgicos. Víctor actuaba igual que Adrián con Javier, cuando Esteban era pequeño. Un fuerte sentimiento de soledad se apoderó de su mente. A los pocos segundos recordó todo lo que le dijo a Adrián sobre su matrimonio el día del cumpleaños de Naomi, y reiteró, que no debía lamentarse de ser la madre de un joven tan maravilloso como lo era el líder de Teen Light.

Esteban era consciente de que su padre supo, más que cualquier otra persona, cómo hacer sentir a Carmen amada e indefensa. La estabilidad de la familia perfecta que ella deseaba era imposible junto a un hombre que no tenía amor propio, y un hijo que soportaba sus discusiones enmarcadas con indiferente maltrato a diario.

En un principio ninguno consideró que dos años de prisión y una orden de alejamiento eran suficientes para remediar el sufrimiento que pasaron, pero fueron lo único que les ofrecía la ley en un país latinoamericano en vías de desarrollo. Esteban conocía las maneras de pensar que Carmen y Víctor tenían cuando se casaron. A sus catorce años se enteró de que ella no quería tener hijos. Jamás sintió rechazo porque sus padres se encargaron de hacerlo sentir como el regalo más grande, pero no podía mantenerse cegado ante la verdad que le confesó su abuela materna.

Un buen comportamiento, aceptable rendimiento escolar y un don innato en el baile conformaban el agradecimiento de Esteban hacia sus padres. Además de ser la razón por la cual Carmen espero un cambio de actitud en Víctor. Nunca fue igual de inteligente que su padre o tan manipulable como su madre. Él era lo mejor y peor de ellos, su afinidad e inigualable acto de coraje. ¿Qué más podía hacer que no fuera pasar por alto sus sentimientos encontrados hacia Víctor y apoyar a Carmen con vehemencia?

Amigos IncondicionalesWhere stories live. Discover now