19 | Edades muy diferentes

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No había cantidad de llanto que, luego del divorcio, Carmen pudiera soltar por Víctor. Tardó en reconocer las señales de advertencia en su matrimonio. Amó a Víctor más que a sí misma. El regocijo que sentía a su lado, no se comparaba con ninguno vivido antes de conocerlo. Pero Adrián la hizo sentir amada y comprendida.

Un hombre que vio crecer y convertirse en un admirable emprendedor terminó siendo su ángel guardián. Comenzó a despertar su interés cuando fue libre de la sombra de un amor tóxico. De muchas maneras, que al principio ignoró, él le demostró que la quería. Ninguno reservó sus emociones luego del almuerzo en Dominican's Café. Huyeron al departamento de Adrián y se dejaron llevar por lo que sentían.

Él acarició su piel como si de un diamante se tratase. Su cuerpo, que con espero no dejaba envejecer para Víctor, se unió a un caballero que sabía lo que era ser un hombre: empático, valiente e íntegro. Víctor le hundió el corazón en una profunda tristeza que, aunque no rompió sus huesos, la hizo pensar en desaparecer. Jamás concretó una huida por Esteban, su matrimonio era un funeral que resistió para que él no viviera condenado como ella. Adrián la liberó de esa pesadilla.

—¿Sigues despierta?

—Lo siento. ¿Te desperté?

—Solo estaba entre sueños.

—Parecía como si estuvieras durmiendo.

—Algo así.

—Tengo que irme —anunció, mirándolo fijamente.

—Quédate, es muy tarde.

—Faltan tres horas para la media noche. Esteban debe estar preocupado.

—Cuando te llamó hace un rato pensé que le dijiste que llegarías tarde.

—Una cosa es llegar tarde y otra es no llegar.

—Llámalo y dile que no llegarás.

—Me gustaría ir a casa, quiero estar para él en la mañana.

—Te puedo llevar temprano en la mañana.

—Gracias, pero no quiero que se preocupe... ¿Y mi cartera?

—Aquí. —Carmen estiró una mano hasta su bolso, estaba tirado en el suelo. Adrián la sostuvo acercándose más a ella—. Por favor, quédate.

—Es muy tarde.

—Te lo pido.

—Adrián...

—Si te ofendí al ser muy rápido, discúlpame. Esa nunca fue mi intención. —Las mejillas de Carmen se sonrojaron.

—No lo fuiste. Yo lo siento si parecía desesperada, hacía mucho tiempo que... En verdad, gracias por esto.

—Igual. No sé si estés de acuerdo, pero a mí me encantaría repetir esos besos.

Carmen le sonrió. Ella cubrió su cuerpo con una de las sábanas que compartían y se acercó a la ventana. Innumerables gotas de lluvia se deslizaron en esa desde que llegaron al apartamento. Se avergonzó de lo jovial y fugaz que fue su encuentro. El precipitado diluvio que observaba le recordó la determinación con la que Adrián tatuó de besos su cuerpo. Nunca antes había experimentado semejante derroche de deseo en un acto como el que vivieron juntos. Él se acercó en un tierno abrazo, Carmen apoyó la cabeza en su pecho

—¿Disfrutas tenerme aquí encerrada por la lluvia?

—¿Tú no? Yo pensé que...

Cuando Carmen lo besó, él aferró las manos a su cintura. Profundizaron el contacto de inmediato, se mantuvieron abrazados hasta quedar sin aire. Adrián llevó sus manos hacia el rostro de ella y le sonrió antes de volver a besarla.

—¿Tus primeras citas siempre son como esta?

—Eres la primera persona que viene aquí, aparte de mis familiares y amigos del trabajo.

—¿Primera amiga? —Él se limitó a sonreírle asintiendo—. ¿Cómo es eso posible?

—Digamos que arrastro mucha incertidumbre en mis relaciones amorosas.

—Hablas como si tuvieras mucha experiencia en el tema.

—No suelo tener una disponibilidad atractiva para la mayoría de las mujeres.

«¿Quién te metió esa estúpida idea en la cabeza?». Pensó Carmen.

—No siempre concuerdo con las personas que quiero —continuó él—, pero eso no significa que no anhele que las cosas estén a mi favor.

—Uno nunca sabe.

—Tienes razón. —El veinteañero caminó hasta quedar frente a Carmen—. Aunque creo que ahora las cosas serán diferentes.

Sus labios se volvieron a encontrar con marcada ansiedad. Ella se olvidó de todo lo demás y Adrián le dio gracias a Dios por ello. Aun besándose, volvieron a la cama. Las caricias y besos aceleraron los latidos de sus corazones. Estuvieron desesperados por repetir lo que horas atrás significó mucho para ambos, por más insensato que aquello fuera.

—¿Llevaremos las cosas tan lejos, Adrián?

—¿Eso quieres?

—¿Y tú?

—Quiero lo que tú desees.

—No somos niños.

—¿Piensas qué estoy jugando contigo?

—No me refiero a eso.

—¿Entonces por qué recalcas que no somos niños si es más que obvio?

—Porque aunque no me he negado, siento que estamos actuando inconscientemente.

—¿No te gusto?

—¿Tú piensas que esto es prudente?

—Imprudente, ¿así lo defines?

—Sé que no lo dije antes, pero lo digo ahora.

—No respondiste mi pregunta. —Carmen desvió la mirada hacia las sábanas, pero Adrián la obligó a mirarlo acunándole el rostro con las manos —. ¿Te gusto?

—Debo ir a casa.

—Si te vas ahora podría ser difícil retomar esto.

—¿Qué insinúas?

Adrián la acorraló entre sus brazos, luego atrapó su boca en un profundo beso. Quiso transmitirle todo lo que sentía mientras sus labios estuvieron unidos. Disfrutó devorar su boca, y estaba seguro de que ella también.

—Me gustas mucho, Carmen. Desde que me contaste todo lo que visite en tu matrimonio no he podido sacarte de mi mente.

—Por favor, llévame a casa.

—¿Te gusto?

—Que te diga lo que quieres escuchar no cambiará esta situación.

—¿Por qué?

—Somos más que diferentes.

—Entiendo que puede ser complicado, pero no me importa. Yo de verdad te quiero y sé que tú también me quieres. No hubiéramos llegado hasta aquí de no sentir lo mismo.

—Lamento confundirte.

—No, Carmen, aunque no lo creas has sido muy clara. Sé que no pretendes lastimarme, pero también sé que me deseas. No has vacilado en demostrarlo desde que llegamos al departamento.

—Eres muy visceral —le dijo en un hilo de voz.

—Esa es la prueba de que no soy un infante con pantalones de hombre —recalcó Adrián, eliminando casi toda la distancia que separaba sus bocas—, un niño no podría erizar tu piel como yo lo estoy haciendo ahora. Los niños no hacen estas cosas.

—¿Hasta cuándo me tendrás atrapada en este departamento?

—Hasta que no te sientas vulnerable junto a mí. 

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