09 | Memorable cumpleaños

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Desviar un camino ya elegido puede ser un imposible cuando la determinación de un ser humano es más resistente que un mal pronóstico. Y luchar contra todo, por alcanzar sus metas, era algo común en el día a día de Félix; desde niño encaminó su vida en una muy especial, su primera decisión importante y la única por la cual jamás vaciló: ingresar a la Academia de Aviación.

Los regalos de cumpleaños, por buenas calificaciones y días festivos; eran dinero para ir la academia. Al igual que el pago de su trabajo, a tiempo parcial, como asistente de un catedrático en la universidad estatal. Luego de mucho esfuerzo, se encontró aún más cerca de alcanzar esa meta con la ayuda de Sandra, tanto que le aterraba despertar del sueño. Sin embargo, aquello era más real que sus miedos.

Estaba decidido a no dejar de soñar despierto, siempre y cuando, existieran personas que creyeran en su capacidad. Él también tenía mucha fe en sí mismo. Estudiar en el Instituto Técnico Santo Domingo le permitió recobrar la confianza perdida. Cumplió metas que le parecieron imposibles en Nueva República, como liberar asignaturas con calificaciones sobresalientes, ser más sociable y conocer a una persona con un corazón igual de noble que el de Ruth. En los últimos cuatro años había logrado más que toda su anterior vida escolar, y estaba orgulloso de ello.

Cada esfuerzo fue recompensado en total gratitud. Nunca antes imaginó que podría ser feliz solo con tener un título entre sus manos. La primavera inició varios días después de la graduación y Félix no se apresuró en organizar sus maletas, aunque pronto debía irse a la Academia de Aviación. Desde que Francisco e Irene se divorciaron la primavera fue su estación del año favorita, precisó disfrutar de la felicidad que experimentaba sin bajar la guardia. A pesar del buen humor tenía claro que la primavera podía ser un pañal capaz de cortar hasta sus huesos, y si sangraba pocos se enterarían. De ahí que su partida estuviera a la vuelta de la esquina, alentando mucho éxito, y nadie más que él lo sabía. Mientras el verano tardara en llegar, no le importaba salir lastimado, para entonces tendría una nueva vida.

—¿Cómo está el técnico en informática?

Félix saltó una carcajada al escuchar el apodo que Sandra utilizó para llamarlo. Acto seguido ella entró a la habitación sorprendiéndolo. Por un instante sintió miedo de que pudiera leerle la mente, ya que estaba a punto de organizar algunas maletas.

—Un poco cansado. Y a usted, ¿cómo le va, técnica en contabilidad?

—Me va bien, al igual que usted estoy un poco cansada, pero, ¡feliz!

—Me doy cuenta —añadió, sin mirarla.

—¡Oye! —Sandra apoyó sus manos en los hombros de su amigo—. ¿Qué tal si vamos por unos helados y cenamos pizza para celebrar?

—Me gusta la idea. ¿Viniste en la moto?

—Sí, Iván se quedó con el auto.

—Sabes que no es muy seguro conducir una motocicleta de noche, ¿o me equivoco?

—Tampoco exageres, son las cinco y veinte de la tarde.

—En lo que llegamos, el tráfico de la ciudad y lo que hay que esperar por la pizza, se nos hará tarde.

—No seas así. Acompáñame, ¿sí? Por favor, no quiero ir sola. Anda, por favor.

Sandra no era buena haciendo berrinches. En lugar de lucir dolida, para Félix se veía graciosa tratando de convencerlo. Ella se aferró al brazo de su amigo como un bebé mono al de una madre.

—De acuerdo, pero yo conduciré.

Ellos se pusieron en marcha sin preocupaciones, a excepción de la media hora que estuvieron atascados en el lento tráfico de la autopista principal. Ambos juraron que murieron y volvieron a la vida esperando un espacio entre los autos para avanzar, esa brecha se presentó al paso de una tortuga. El lento tránsito vehicular puso la mente de Félix al borde de la locura. En su afán de liberación, siguió el atajo que Sandra le indicó.

Amigos IncondicionalesWhere stories live. Discover now