Capítulo I: Some confessions.

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La vida es extraña. Extraña y contradictoria. Extraña per sé. Contradictoria según los cánones sociales. Yo, me he acostumbrado a lo extraño, pero los cánones y yo, no nos llevamos.

Dentro de todo, he aprendido a llevarme con la mayoría de las cosas que han sucedido en mi vida, hemos hecho las paces. Así también con mis malas costumbres, pero, el orden y yo... no somos amigos.

- Hey, ¿has visto mi...? -dije llegando al pie de la escalera, desde la cocina obtuve respuesta.

- ¡Alisador, en la tercera repisa! -reí y me dirigí en dirección al lugar de donde provenía la voz.

- Gracias -le dije apoyándome en el umbral de entrada, ella me miró.

- Espero tengas claro que tu pasaje está... -la interrumpí.

- Dentro del bolsillo de mi mochila -dije mientras la abrazaba por la espalda, ella se encontraba sentada en un taburete frente a su laptop, viendo insumos de jardinería.

- Exacto -dijo riendo- ¿estás lista? -inquirió mientras soltaba mi agarre y me dirigía la mirada.

- Algo así, creo que no se me queda nada... creo -dije frunciendo el seño, ella solo rió; pero luego, sus ojos brillaron con tristeza.

- Yo... estoy muy orgullosa de ti, quiero que sepas que jamás me has decepcionado y que confío plenamente en tus decisiones -una lágrima se deslizó por su rostro y yo la abracé.

- Gracias, prometo no decepcionarte -dije y de inmediato un nudo se formó en mi estómago. ¿Conocen el sexto sentido?, pues yo sí y tampoco nos llevamos.

- No lo harás -dijo separándose de mí y mirándome fijamente- espero que las decisiones que tomes te hagan profundamente feliz y te satisfagan por completo -sonrió y añadió- ahora, deberías terminar de ordenar tus cosas, Austin vendrá pronto.

Yo asentí y dedicándole una última mirada, volví a subir las escaleras en dirección a mi cuarto.

Y bueno, Austin... Austin es el hermano de Alfredo, ambos, mis mejores amigos desde que tengo ocho años. Los conocí cuando llegué al vecindario, luego de que mi madre abandonara a mi padre tras años de sufrimiento. Ellos, se conocen desde los cinco años, cuando sus padres decidieron obedecer a sus corazones y unir sus vidas para siempre, comprenderán que aunque no comparten lazos biológicos, a ellos, los une mucho más que la genética. Alfredo, se fue a Los Ángeles hace aproximadamente un año, honestamente, solo sé que consiguió un muy buen trabajo; y a pesar de comunicarnos con frecuencia, nunca he logrado que escupa su millonario secreto. Mi teoría es que es mafioso o se convirtió en stripper... tal vez ambas. Mas, ahora que iré a Los Ángeles espero lograr mi cometido, después de todo y tantos años de amistad, al menos merezco ir de fiesta como se debe. Por su lado, Austin es... un muy buen chico... que siempre me ha coqueteado directa o indirectamente. Aún así, siempre fuimos muy unidos, tenemos grandes recuerdos juntos.

Cuando estaba cerrando la última de mis maletas, sentí el sonido del timbre. Era Austin y mi madre ya lo había invitado a subir a mi cuarto. En segundos sentí tres golpes a mi puerta.

- Pasa -añadí sonriendo.

- ¡Hola! -dijo al tiempo que besaba mi mejilla y añadió- veo que casi terminas.

- Algo así... -dije mirando a mi alrededor.

- Sí... bueno, yo... -dijo mientras se sentaba en la orilla de la cama- llegué antes porque... -pasó su mano por su cabellera.

- Suéltalo -dije riendo.

- Yo -fijó sus ojos en los míos- ...vaya pensé que sería más fácil -rió.

- ¿Qué es lo terrible? -bromeé.

- Lo terrible es que te vas y en años no he sido capaz de "soltarlo", incluso sin Alfredo aquí -su semblante reflejaba inseguridad- a pesar de que este último tiempo solo hemos sido tú y yo -hizo énfasis en el 'tú y yo'- no he podido... -cerró los ojos y lo siguiente salió rápidamente de sus labios- me gustas, me gustas mucho, siempre me has gustado y no había tenido el valor de decírtelo -abrió uno de sus ojos y me miró, yo solo sonreía.

- Gracias por la paleta -reí.

Uno de los primeros recuerdos que salta a mi mente cuando pienso en Austin tiene alrededor de nueve años. En la primera semana de mi llegada, mi madre y yo habíamos ido a un parque cercano -que en el futuro sería testigo de muchos más recuerdos- y allí nos encontramos a Austin y Alfredo junto a sus padres. Los tres comenzamos a jugar y, como muchas otras veces, tropecé y caí, rompiendo mis rodillas, Alfredo corrió a buscar a mi madre, Austin se sentó a mi lado y me regaló su paleta. Para cuando volvió con nuestras madres, yo estaba jugando en un columpio con Austin.

- Desde ese momento, creo que he sentido algo más que una simple amistad -su sonrisa se esfumó y añadió- pero sé que tú... no sientes lo mismo y no pretendo que ahora, a último momento digas que me amas, solo no quería quedarme con esto guardado.

En ese momento, recordé todo lo que hasta ese momento había vivido con Austin. Y que, aunque me empeñé en autoconvencerme de que cada regalo, detalle o palabra de aliento era entendido por mí como símbolo de amistad, siempre fueron algo más que eso. Y es que cada vez que me daba algún presente, algo dentro de mí hacía click. Sin embargo, siempre encontraba una razón para avalar que no era el momento, que no era buena idea o que simplemente eso no era amor. Pero, muy en el fondo, siempre añoré el momento de vernos, compartir una cena o simplemente ir a caminar. Y, en el último año, sin Alfredo rondándonos, ese sentimiento se había intensificado. 

Le sonreí, acaricié su rostro y uní nuestros labios en un suave beso. Tardó unos momentos en seguirme, al separarnos, añadí.

- Que lindos son los clichés -él me miró y acto seguido estallamos en risas.

Créditos
En la imagen Fairmount Park, cercano al río Schuylkill, en el estado de Pennsylvania.

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