—¿Por qué estás así? —volvió a hablar.

—Lo que se ve no se pregunta.

Se quedó en silencio.

—De verdad que no tengo ni idea.

Me volteé y volví a mirar hacia él.

—Hace unas semanas me estabas gritando por el niño y ahora quieres venir conmigo al ginecólogo.

—Sabes el por qué...

—Lo se —respondí calmada—, claro que lo se. Lo que no se es porque tu interés ahora.

—Quieras o no soy el padre del bebé... Y siempre es emocionante verlo por primera vez.

Rodé los ojos; ahora la que no quería saber nada de él era yo.

—Sigues sin quererlo... ¿Verdad? —pregunté con un hilo de voz.

—No creo que esa sea la palabra idónea —el semáforo se puso en rojo y aprovechó para mirarme—. Es una experiencia nueva ser padre, pero no creo que este sea el momento... Tú eres muy joven y yo también. Nuestro trabajo no nos permite estar muy juntos ahora siendo dos, imagínate cuando seamos tres.

Por mucho que me costaba admitirlo, tenía razón.

El semáforo se puso en verde y seguidamente giró a la izquierda.

—No eres el único que piensa eso —incoscientemente toqué mi vientre—. Pero la que sale peor aquí soy yo. Son nueve meses de gestación en los que ocurren muchas cosas, entre ellas el mundial de atletismo, en el cual yo competía en tres carreras... No tendré tiempo para entrenar y en ese entonces estaré apunto de dar a luz.

Desvíe mi mirada hacia el suelo del coche.

—Sería mi primer mundial.

Antoine seguía en silencio, escuchando cada palabra.

—A muchos franceses le hubiera gustado ver una vez más la bandera de Francia elevándose a lo alto del estadio brasileño. Y a mi me hubiera gustado estar encima del podio con una medalla colgando de mi cuello, sonriendo y cantando la Marsellesa.

Cuando me quise dar cuenta ya estábamos en el aparcamiento. Antoine paró el coche y me miró.

—No lo había pensando así... De verdad que lo siento mucho, pequeña. Las madres siempre tienen que sacrificarse por sus hijos.

—Solo espero llegar a tiempo para los Preolímpicos.

Antoine sonrió por primera vez en lo que llevaba de día.

Tragué saliva nerviosa y me desabroché el cinturón.

Salimos del coche y entramos al edificio. Nos sentamos en la sala de espera.

Cada minuto que pasaba yo me ponía más nerviosa. Iban llamando a mujeres que entraban con sus maridos y todas salían llorando y riendo. Veían con curiosidad varias fichas y no paraban de reír y de hablar. Tenía miedo de que eso no pasara con nosotros.

El orgullo podía conmigo pero ya estaba lo suficientemente nerviosa y necesitaba el tacto de Antoine.

Antoine tenía la pierna izquierda apoyada en su rodilla derecha y yo mi pierna derecha apoyada en mi rodilla izquierda. Por lo tanto nuestra rodillas estaban a la par.

La mano de Antoine reposaba en su rodilla y vi el momento perfecto para juntarnos de nuevo.

En un leve movimiento empujé la pierna de Antoine, haciendo que su mano cayera en mi rodilla.

Á tes souhaits |Antoine Griezmann| #R&RAwards2017Where stories live. Discover now