Capítulo 6

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Selma tocó a la puerta y el silencio respondió. La secretaria insistió y solo se escuchó un murmullo. Lo conocía desde hace muchos años y sabía que no todo estaba bien. Entonces entró y le ofreció un café. La respuesta fue negativa, pero ella pensaba que Larrison lo necesitaba y se lo acercó enseguida.Selma llevaba muchos años en esa oficina y era casi una hermana mayor para Larrison. Él lo sabía, le agradeció el gesto y, mientras repasaba algunas de las fotos que se había tomado en su paseo junto a Brunilda por el río Sena, le confió sin entrar en muchos detalles que tenía que salir a buscar nuevo colegio y nuevo club.Mientras miraban las fotos, sonó el teléfono. La voz de Keila, casi sin aire y sobrada de preocupación, fue una luz amarilla. Solo le dijo que lo necesitaba porque había pasado por el Hospital para hacerse un chequeo y se sentía sola. Ni una palabra más le contó. Pero Larrison presentía que había algo más que eso y salió de inmediato hacia el lugar que le había indicado su hija.Al llegar, una enfermera que había sido su compañera en la escuela secundaria lo reconoció y le indicó que le esperaban en el primer piso del hospital. Había gente esperando para ocupar el ascensor y corrió por las escaleras, como presintiendo que algo no estaba bien... Y al llegar, su hija Keila sin poder evitar el derrame de unas lágrimas le dio un fuerte abrazo.-"Es mamá", dijo Keila entre lágrimas.-"Qué pasó... dónde está... decime que es una broma".Keila se sentó, se tomó la cabeza con las manos y comenzó a rezar. Larrison miró a su alrededor, no había nadie y pensó que todavía estaba dormido. Que tal vez estaba en el avión camino a casa y que solo se trataba de una pesadilla. Pero la voz del médico lo volvió a la cruda realidad.-"Señor, ¿usted es el esposo de Brunilda?".Larrison lo miró, preguntó dónde estaba, qué pasaba y muchas cosas más, hasta que el médico le dijo que se tranquilizara porque todo estaba bajo control y que Brunilda estaría bien.El doctor que se presentó era Astor Flamini. Larrison no lo reconoció, pero después se dio cuenta que era una eminencia. Ese apellido lo había escuchado muchas veces. Y también había leído en los diarios que era un orgullo para la medicina. Claro que eso, aunque le daba cierta tranquilidad, no era una garantía.El doctor Flamini le contó que Brunilda fue atendida a tiempo. Pero el fuerte dolor que sentía en el pecho no había pasado. Gracias a Keila, que estuvo en casa y supo reaccionar a tiempo, todavía estaba con vida. Sin embargo, fue sincero y le admitió que había que esperar un poco para cantar victoria.Las horas se hicieron eternas. Larrison no se movió de allí. Y tampoco lo hizo Keila, que esa tarde tenía que dar una lección para cerrar con éxito el trimestre de Historia del Arte. Solo llamaron a Alexia, para que pasara a buscar a sus hermanos sin provocarles demasiada preocupación.Al mediodía toda la familia estaba reunida en la sala de espera del primer piso del hospital. Nadie decía una palabra. Nadie entendía nada. Y ni siquiera se podía ver a la enferma. Había que esperar. Pero la espera era tensa, muy dolorosa, porque el doctor Flamini no aparecía para brindar información sobre el estado de Brunilda.Eso ocurrió una hora después. El experimentado profesional vio a su paciente, la revisó, miró los monitores, controló todos los estudios y luego habló con la familia. Les dijo que siempre hay esperanzas, pero también les confirmó que no había evolucionado.

El otro camino del destinoWhere stories live. Discover now