Capítulo 14: Los bidones de agua son una trampa

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Lo dice como si le ocurriese a menudo. 

—No te oí entrar y estaba ocupada duchándome. ¿A quién se le ocurre entrar sin comprobar que está solo?

—Ah, ¿entonces preferías que te viera desnuda?

—¡Claro que no! —contesto roja como un tomate—. ¿Puedes marcharte?

—Te sangra la cabeza —dice tocándome la cabeza—. ¿Cómo te has podido caer dentro de un bidón?

—No lo he hecho —respondo apartando su mano manchada de sangre de mi cráneo. Perfecto, lo que me faltaba, más perdida de sangre—. Ahora déjame terminar de lavarme.

Me giro y agarro de nuevo la regadera.

—No deberían dejarte sola.

—Todos están muy ocupados —contesto secamente—. No necesito que me cuiden.

—No pueden dejarte sola.

—Si lo dices por lo de antes, Diego, te aseguro que no tengo planes de suicidarme. Entiende que estaba encerrada y sola. Me estaba muriendo de hambre. ¿Sabes lo que es morirte de hambre?

—No pueden dejarte sola —vuelve a repetir. Parece no escucharme.

—¿Qué vas hacer entonces? —respondo y se me escurre la regadera al suelo. Estúpidas manos torpes—. ¿Te vas a quedar ahí haciendo guardia?

—He dicho que no pueden dejarte sola. Así, que en efecto, haré guardia.

—Estoy casi desnuda —digo como último recurso. Diego enrojece y yo me muerdo los carrillos avergonzada. Dios, ¿a quién se le ocurría decir eso al novio/ogro de su hermana?—. Bien, quedate ahí, me importa poco, pero date al menos la vuelta.

Lo hace y me quedo mirando su espalda. Es testarudo como una mula. Me agacho y de cuclillas consigo lavarme el cuerpo salpicandome con el agua de la regadera, utilizando la toalla mojada. 

Al llegar al pelo me encuentro con otro problema. No puedo subir los brazos y mucho menos trabajar con ellos alzados. Estoy a punto de darme por vencida pero el asco que me da mi pelo al saber que ha estado en remojo con mi sangre vence a mi orgullo y acabo preguntándoselo:

—¿Te importaría lavarme el pelo?

Por unos segundos no contesta y pienso que no me ha escuchado. 

—Vale —dice por fin, girándose y agarrando el champú que le ofrezco.

—Ah... gracias. 

Que acepte así como así me descoloca. 

Diego abre la palma de su mano y deja que un pegote de champú caiga sobre él, después, me masajea el cuero cabelludo con cuidado y la herida de la cabeza me escuece. Me estoy helando con la toalla pero aún así la sujeto bien y dejo que me laven el pelo. Cuando termina incluso insiste en aclarármelo y ponerme acondicionador.

—Dile adiós al champú porque en la Base solo encontrarás jabón de ceniza y si tienes suerte, de aceite usado.

—Parece un sitio horrible.

—No es tan malo, no comparado con lo de afuera.

—Eso dijo Marcos. 

—¿Eres muy cercana a Marcos?

—Tan cercana como hermanos —contesto—. Minnie y yo nos hemos criado con él. Aunque él siempre ha preferido a Minnie. Son como el ying y el yang. 

No añado que en un momento de mi vida esperaba que Marcos y Minnie se enamorasen. Marcos puede que estuviese enamorado, es como un mapa indescifrable, pero si Minnie hubiera sentido algo más por Marcos, no hubiera dudado en lanzarse. Como Andy diría, son mi OTP (One True Pairing). Pero eso no tiene que saberlo Diego.

Me quedo en silencio y no decimos ni otra palabra. Una vez que termina, Diego me da tiempo para cambiarme mientras el termina de ducharse y vestirse.

Diego se había puesto unos pantalones que le quedaban ridículamente grandes. Creo que son de papá. Lo mejor sería que le diera uno de Red. Más de una vez, Red se ha quedado a dormir en casa y tiene ropa la habitación de invitados. Su ropa vieja le quedaría perfecta. 

— Deberían mirarte la cabeza —dice mientras caminamos hacia mi casa. La temperatura ha caído en picado y temo que empecé a helar—. Tal vez necesites puntos. No quiero que te desangres y tenga que volver a darte parte de mi sangre.

—¿Tu sangre?

—Tuvimos que hacer una transfusión —contesta con una sonrisa amarga—. Los dos tenemos el mismo tipo de sangre así que procura cuidarte. No soy un surtidor.

Abre la puerta y yo le detengo. Es mejor que me porte amable con él y haga las paces. 

—Diego, gracias... —empiezo a decir con un tartamudeo. Me muerdo el labio y sigo—. Por todo, la verdad.

Diego no parece impresionado, mira mis muñecas y vuelve a tener ese tic demasiado familiar de poner mala cara. 

No malgastes la oportunidad que te hemos brindado.

La Destrucción de Nuestras Almas: Amores Imposibles en el ApocalipsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora