Capítulo 21: "Noche de luna llena"

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Leila se aferró al torso de Arthur, para evitar caer. Y el príncipe intentó calmar al animal, sin entender inmediatamente que le había alterado de esa forma.

-Tranquilo, Rac, ¿Qué pasa? -Le preguntó Arthur, acariciando el cuello del animal para calmarle. Pero este seguía alterado, moviendo la cabeza de manera brusca de lado a lado.

Leila empezó a mirar alrededor, y de inmediato sintió una pequeña brisa recorrerle la espalda. Había jurado que algo o alguien le había pasado por la espalda. Ella no podía ver nada en la oscuridad más que siluetas, que eran de los árboles. Pero Leila no esperaba para nada que algunas de ellas se empezaran a mover, acercándose a ellos.

Unas figuras peludas, que se podían poner en cuatro patas empezaron a acercarse a Rac. Por lo que Leila de inmediato dio un leve golpe al hombro de su hermano, para advertirle.

-Arthur, mira allá -susurró, señalando las siluetas que, no tardaron en empezar a emitir lo que parecía un aullido.

Apenas el príncipe se volteó, y se percató de que Leila estaba observando una manada de lobos que empezaron a aparecer desde todas direcciones, rodeándoles. Rac se desesperó, e intentó retroceder, pero cerca de sus patas traseras aparecieron más.

Arthur intentó abrir el campo de fuerza, pero ya habían lobos demasiado cerca como para apartarlos. No tenían muchas alternativas... Eran: Una embarazada, un dragón bebé que duerme la mayoría del día, un caballo, y un príncipe que estaba recién aprendiendo a manipular una espada. Por lo que, la opción más lógica, era escapar de allí.

El príncipe tiró con fuerza de las riendas, y Rac corrió entre los lobos, teniendo la mala suerte de que uno de ellos le mordiera la pierna, de la cual empezó a brotar sangre. Leila se aferró a Arthur aterrada, y este tiró nuevamente de las riendas, provocando que Rac se alejara de los lobos. Los cuales no tardaron en comenzar a perseguirle.

Arthur miró de lado a lado, mientras escapaban. A ambos lados estaban rodeados. Los lobos eran muchos, y lo peor era que, resultaban ser bastante grandes, sobrepasando la altura de un humano al estar de pie. Por lo que no les complicaba atacar a Rac desde los costados, hiriendo a tal punto sus piernas que, estaba apunto de ponerse a cojear.

-¡Arthur, cuidado! -exclamó Leila, en el instante en que un lobo se lanzó sobre la pierna de su hermano, marcando una enorme mordida en ella. El menor se mordió los labios, pero aún así, un grito ahogado salió de su boca. Al mismo tiempo que Arthur le pateó lejos.

Rac, por su parte, corría lo máximo que le permitían sus piernas, logrando sacarles una ventajosa distancia a los lobos. Aunque no la suficiente. Y cuando ya estaban recuperando las esperanzas, Rac empezó a tambalearse debido a sus piernas heridas, y comenzó a ir a un ritmo más lento.

Los lobos les estaban alcanzando, y antes de lograr su objetivo, un fuerte rugido les interrumpió, que se escuchó con una especie de eco que estremeció a todos. Era tanta la intensidad que Leila debió cubrirse los oídos, pero Arthur de inmediato reconoció aquel rugido, y pegó la vista en el pañuelo vacío que llevaba amarrado al pecho.

Los lobos salieron corriendo ante tal tenebroso rugido, y Arthur de inmediato pegó la vista entre los árboles, cerca de una cueva. Erinko estaba dentro de ella, por lo que su pequeño y tierno rugido se escuchaba tan fuerte como el de un dragón del tamaño de una montaña.

-E-Erinko... -murmuró Leila. Luego de unos breves segundos de silencio. En los que Arthur se quedó con la vista fija en su pequeño compañero, aún sin creer lo que había hecho.

-Q-Qué astuto... -confesó Arthur. Al mismo tiempo que fijando la vista en Rac, observando detenidamente las marcas que tenía en sus piernas-. Oh, rápido, Leila, ayúdame.

Los nueve descendientes #JusticeAwards2017 Where stories live. Discover now