Capítulo 47 (y final)

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Mauricio se pasea frente a mí, tocándose las sienes. Perro y Lucía están a cada lado de mí, custodiándome. Miro a Lucía, pero  ella no me devuelve la mirada. Mira hacia el frente, parada de una forma militar, evadiéndome por completo. Me dan ganas de decirle que lo lamento por no haber sido un buen novio y que, por favor, me deje ir. No obstante, sé que esta parece una buena venganza de parte de ella y que, de alguna forma, me la merezco.

Vuelvo la vista hacia el otro lado, y noto que Perro me está observando. Tiene esa mirada extraña, una especie de cara de póker que jamás cambia. Noto que asiente lentamente, de una forma casi imperceptible. Tanto que me da la sensación de que lo estoy imaginando. Luego, cuando Mauricio vuelve a hablar, vuelve la mirada al frente y no me me mira otra vez.

—Jota, ¿cuánto falta para que llegue? —pregunta Mauricio, despeinándose el cabello oscuro.

Jota consulta un reloj en su muñeca.

—Veinte minutos.

Mauricio cierra los ojos y se presiona el tabique de la nariz con dos dedos. Suspira, da un par de vueltas sobre sí mismo, y de un momento a otro, se acerca con velocidad hasta mí.

—Te doy cinco segundos para decir qué mierda estás haciendo aquí, antes de que al fin le permita a Jota meterte una bala entre los ojos.

Lo observo a los ojos durante unos instantes. ¿Qué es lo  que haría Adela si estuviera en el mismo lugar que yo? ¿Se pondría a gritar de miedo? ¿Trataría de escapar? Suspiro, y decido ocupar la técnica Pablo Castañeda.

—Suéltame y te lo diré.

Jota, que está a un lado de él, con los brazos cruzados, suelta una risa burlona en mi dirección. Se destensa y desenfunda el arma que tenía guardada. Pienso fugazmente en la mochila.

—Buen intento, idiota.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunta Mauricio, todavía observándome.

No veo el punto es mentirle, así que le digo la verdad.

—Pablo.

—Debe estar mintiendo—refunfuña Jota—, se le nota en la cara.

Para mi sorpresa, ni Lucía ni Perro le corrigen el error. Ambos se quedan impávidos a cada lado.

Mauricio me observa, fijamente.

—Perro—llama de pronto—, registra su mochila.

Tan obediente como su apodo, Perro toma mi mochila y comienza a registrarla. Quiero cerrar los ojos. El arma de Lucía está ahí, aguardando. Dios, ¿cuál es el punto de tener tanta mala suerte?

—No hay nada. Solo una cuerda y un... tenedor—dice él, después de unos segundos.

¿Qué?

Mauricio, frunce el ceño. Confundido.

—A ver, Pablo—dice con falsa dulzura—, nuevamente: te doy cinco segundos para que me digas qué estás haciendo aquí y quién te mandó.

Uso la táctica que creo que usaría Adela: quedarme en silencio.

—Uno... —empieza a contar.

Jota se acerca con su arma, apuntando a mi cara.

—Dos...—vuelve a decir Mauricio.

Adela, por favor, vete de aquí. No estés aquí, no es seguro. Observo a la oscuridad de las góndolas, pero no veo a nadie.

Pienso en que podría mentir, en que podría decirle que alguien me envió, pero qué caso tendría. Luego tendría que seguir inventando e inventando mentiras, que no tendrían ninguna razón de ser.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang