01 | Nada se mantiene siempre igual

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Hay quienes conocen a cientos de personas solo para encontrar a un verdadero amigo; Ruth era esa clase de ser humano.

Abriéndose paso entre sus compañeros fue la primera en llegar al lugar de costumbre en el Centro Educativo Nueva República: los escalones en frente de la cafetería. Esa pequeña zona era mucho más que una simple esquina en aquella imponente edificación, fue un refugio para Ruth y sus amigos; era el genuino escenario de inolvidables obras teatrales, así como de otras que los protagonistas deseaban olvidar. Ruth presenció cada una de esas con el mismo nivel de emoción. Tenía una cotidiana vida escolar sustentada por muchas escenas de película, aunque no en todas poseía el papel estelar. Los memorables recuerdos que pudo conciliar sentada en esas escaleras, junto a excepcionales cómplices, lo eran todo para ella.

Los días en que tenía clases, justo cuando la campana de la preparatoria sonaba, se sumergía en su propio mundo. Si se iba a casa, realizaba las tareas en excelencia o se encontraba con uno de sus amigos, la decisión era suya. Se sentía tan feliz con esas sencillas actividades que muchas veces tuvo miedo de convertirse en una adulta. Sabía que era inevitable, estaba un poco celosa de la serena felicidad que vivió siendo niña, sin ninguna preocupación relevante. No perdía la esperanza en que los próximos cuatro meses, faltantes para ingresar a la universidad, nadie la sacaría de su mundo.

«Si ellos no fueron jóvenes para siempre, ¿por qué dicen que nada puede cambiar?». Se preguntó soltando un pesado suspiro, el viento despeinó su larga cabellera mientras cerraba los ojos.

Estaba cansada de pensar demasiado las cosas, tenía un fuerte insomnio de casi dos meses. Nunca imaginó que reencontrase con Félix descontrolaría tantas emociones. Creer en sus palabras era como negar inolvidables memorias. Solo alguien muy perdido en la propia ignorancia vivía con tal grado de indiferencia, quienes hablaban de esa manera se negaban a sí mismos por las muestras de vejez en sí mismos. Existía la posibilidad de que personas como él no fueran pesimistas, sino demasiado realistas. Por ello no quiso juzgar a desconocidos, su opinión valdría muy poco para ellos. Una parte de sí deseaba ser igual a ellos, aunque eso significara resignarse ante cualquier dificultad.

—¿Te encuentras bien?

—Sí.

El alto chico, que apreció como un experimentado detective, ladeó su cabeza hacia la izquierda antes de volver a hablar. Ruth supuso que él pensaba en un inicio de conversación más llevadero.

—Te vi desde la cafetería, sabes que puedes confiar en mí. Pero si no lo consideras de la misma manera, lo entiendo.

—No es eso, Javier.

—¿Entonces qué es?

—No quiero creer que todo lo que me rodea siempre se mantendrá igual. Quiero un cambio, lo necesito.

—Volviste a hablar con él, ¿no es así?

Tal vez debía ser sincera aunque le doliera la forma en la que Javier la miró. Lucía expectante por una respuesta que aceptó como una mentira. Ella no pudo decir la verdad porque ese traería consigo una oleada de inseguridades. Ambos se mantuvieron en silencio una vez que fueron interrumpidos por una jubilosa pelinegra que se apoderó de toda la atención con Iván detrás ella.

—¿De qué hablan?

—¡Por Dios, Naomi! Eres muy metiche. Eso no nos incumbe.

Ella supo los ojos en blanco, estaba cansada de escucharlos las reclamaciones del chico a sus espaldas. Tenía un admirable sentido común, cualquier asunto era de su incumbencia. Tal actitud encajaba a la perfección con el título al que deseaba llegar dando inciertos pasos. Después de todo, tenía gracia, soltura, belleza y, agraciada contextura física; no necesitaba más para ser un huracán convertido en Reina de Belleza.

Amigos IncondicionalesWhere stories live. Discover now