28. Confesiones al anochecer

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—Debió habérmelo dicho.

—No creo que pretendiera ocultártelo —opinó Sophie dejando a un lado el librito pues estaba claro que no iba a leer ni una sola estrofa—. Sencillamente, hay cosas de las que no le gusta hablar y prefiere no recordar. No parece sentirse orgulloso de pertenecer a la realeza de Vasilia.

Aunque Iván continuaba enfadado, veía cierta verdad en sus palabras. Quizás William solo le debía sinceridad desde que se puso a su servicio, no sobre su pasado.

—Es complicado ser amigo de un vampiro, ¿verdad? —adivinó Sophie.

Iván se mantuvo en silencio. Ni siquiera sabía si podía llamar amistad a su relación con William. Se puso a su servicio cuando era un niño y se hizo adulto bajo su techo.

Cuando el último rayo de sol se ocultó tras el horizonte, las puertas de la biblioteca volvieron a abrirse. Por ellas entró William y lo primero que notaron los dos humanos era que no tenía buen aspecto. Sus ojeras contrastaban con su piel pálida y sus labios estaban resecos, lo que implicaba que no se había alimentado con la frecuencia que debería.

—¿Dónde está Wendolyn? —fue lo primero que dijo.

—Aún no ha llegado —respondió Sophie.

El vampiro asintió y permaneció inmóvil como una estatua mientras esperaba. No se apoyó en ningún sitio, no ojeó ningún libro. Iván habría pensado que era una estatua de no ser por sus ojos que vagaban por la biblioteca y refulgían ligeramente en la oscuridad.

Unos minutos de tenso silencio después, Wendy llegó jadeando y con el cabello revuelto.

—Lamento llegar tarde.

—¡Tonterías, muchacha! Ven, siéntate a mi lado —la invitó Sophie señalando una silla libre.

Iván la vio sentarse y rehuir la mirada de William que se había clavado en ella en cuanto atravesó el umbral.

—Bien, ahora que estamos todos... —comenzó el vampiro. De pronto, parecía aún más cansado, sin ganas de abordar el motivo de la reunión—. Sin que sirva de precedente, voy a daros algunas explicaciones porque creo que os las debo. —Sus ojos vagaron de uno a otro mientras hablaba—. Es complicado decidir por dónde comenzar, pero creo que empezaré por ti, Sophie.

—¿Por mí? —se extrañó la anciana.

—Sí. Es el asunto que lleva más tiempo sobre la mesa...

—Acabas de llamarme vieja —se enfurruñó.

—Sí —dijo William, pero sonrió levemente y Sophie hizo lo mismo. Parecía satisfecha por haber logrado sacarle alguna expresión a su rostro pétreo—. Cuando llegué a este castillo, lo hice para suplantar al vizconde. No era mi intención salvar a nadie, solo necesitaba una nueva identidad que ocupar para pasar desapercibido en Svetlïa. Sí, el vizconde era un hombre cruel y despiadado por lo que no sentí remordimientos cuando os libré de él. Pero su crueldad resultó ventajosa, pues me aceptasteis sin problemas y jurasteis mantener mi naturaleza en secreto.

—Bueno, eso es lo que tú recuerdas —intervino Sophie—. Yo solo sé que agradecí tu llegada. Mi vida no era fácil bajo la tiranía de ese hombre. Puede que no fuera tu objetivo salvarnos, pero lo hiciste.

El vampiro sonrió antes de continuar.

—Vine a Svetlïa para encontrar la cura del vampirismo. La guerra había terminado y conocí a Raymond en extrañas circunstancias. Fue él quien me empujó a buscarla poco antes de que desapareciera del mapa. Él tenía motivos obvios para querer erradicar a los vampiros de Skhädell y yo tenía los míos.

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora