Un pequeño gran viaje

159 30 50
                                    

—Bueno, mamá... Ya llegó el momento de la despedida —digo intentando no llorar.

—Lo sé, cielo. Te quiero muchísimo. Lo sabes, ¿verdad? —responde ella, derramando algunas lágrimas por sus mejillas.

—Si y yo también a ti —y la abrazo con mucha fuerza.

Nunca me había separado de ella por tanto tiempo, a diferencia de mis hermanos. Ellos han estado en muchos países, como Holanda, Reino Unido, Australia o Italia; ahora, por fin, ha llegado mi oportunidad de ser libre, conocer otra cultura, otra gente, aunque tenga que estudiar durante todo el año. No obstante, lo mejor de todo es que mi novio, Miguel, se quedará conmigo en Nueva York durante todo este tiempo. ¡Todo irá genial! Tal vez muchas veces discutamos tontamente, pero estos días se está comportando muy bien conmigo. De verdad espero que siga teniendo este comportamiento durante el resto del viaje, ya que cuando se enfada, llega a asustar y cuando quiere hacer daño, lo hace.

—Lo siento por romper esta tierna escena, pero nos tenemos que ir, Esther.

Tras dejar nuestras maletas y despedirnos de nuestros padres de forma definitiva, nos dirigimos ahora hacia la parte que más me asusta: el control de seguridad. Me asustan los controles, porque hay gente mala que se atreve a colocarte drogas, alcohol u otras sustancias ilegales y que, por ello, la policía te detenga y vayas a la cárcel por culpa de unos estúpidos. Jamás me ha pasado, solo ocurre en las películas y en muy pocos casos. Sin embargo, tengo miedo, ya que vivimos en una sociedad que va empeorando poco a poco.

Fomentamos la violencia todos los días. Nos asusta el hecho de que se produzcan atentados, guerras u otros ataques muy violentos, pero todos los días nos criticamos los unos a los otros, ya sea por racismo, homofobia, envidia, o simplemente por algo que nos resulta molesto. Deberíamos de apoyarnos todos los días, no solo cuando nos convenga. No resulta extraño que ocurran sucesos horribles. Tal vez no nos ataquemos de una manera grave y perjudicial, pero se debe parar cualquier forma de violencia sin importar la gravedad del asunto. En vez de huir de los problemas, de pelear, de insultar o de atacar, tendríamos que hablar y proponer soluciones. Si seguimos de esta forma, acabaremos destruyéndonos y el mundo llegará a su fin por el simple hecho de que nos comportamos de una manera tan egoísta e irrespetuosa que no dejamos vivir a otras personas. Uno no debe atacar sin pensar antes en las consecuencias que conlleva la discusión. A veces podemos hundir la vida a alguien, llevándole hacia la depresión. Además, nos arrepentimos más de las palabras que decimos para ofender a los demás que de aquellas que nos callamos...

—¡Dejen sus cosas en las bandejas! ¡Recuerden que no pueden llevar líquidos consigo mismos, ni cuchillas, ni nada peligroso! —exclama una policía de baja estatura y algo gordita.

Tras dejar nuestras cosas en la bandeja, Miguel se coloca delante de mí. Pasa por el detector y le pita la máquina.

—El cinturón, caballero —le indica la policía de manera amable.

—¡Uy, perdón! —responde Miguel, quitándoselo avergonzado.

Vuelve a pasar y esta vez no le pita. De momento tengo que esperar un poco hasta que me dejen pasar. Transcurren unos segundos y llega mi turno. Paso por el detector de metales y no me pita. ¡Menos mal! 

Recogemos nuestras cosas, Miguel se pone su cinturón y sus zapatos, al igual que yo, y nos alejamos del primer control de seguridad para comprobar el número de nuestra puerta de embarque.

—Mmm... Vuelo a Nueva York, a las 14 h... ¡Ah, ahí! ¡Mira, cariño! ¡La puerta A13! —exclamo, señalando el cartel.

—Perfecto. ¡Vámonos!

—Te quiero tanto, mi amor. Ya tengo muchas ganas de estar contigo en Nueva York.

—Igual que yo. Paseando juntos por Central Park.

—Yendo a musicales de Broadway.

—Visitando el Empire State Building.

Cuelgo mis brazos alrededor de su cuello y lo miro con una amplia sonrisa. Resulta imposible querer tanto a alguien. Es el amor de mi vida, aunque a veces siento que no nos complementamos mucho. En ocasiones, tenemos fuertes discusiones y peleas, pero no importa, porque todo saldrá bien; lo presiento.

—Viviremos muy felices ahí —lo miro con cara de boba o enamorada, que viene a ser lo mismo.

—Si. Yo también lo creo. Pero no quiero llegar tarde, así que vamos —responde de manera muy seca.

Se aparta de mí, coge su mochila y se marcha corriendo. Le sigo hasta que se detiene, se gira, me mira y me besa.

—No dudes de que te quiero —añade Miguel, espontáneamente.

—Jamás.

Mentira; a pesar de que quiera mucho a mi novio, muchas veces me entran dudas sobre si de verdad me quiere. Lo conozco desde que ambos teníamos doce años. Nos odiábamos a muerte. En esa época, a mí me gustaba un amigo suyo. Cuando todo el mundo se enteró, empezó a meterse conmigo y me hacía la vida imposible. No lo soportaba. No obstante, un día me pidió perdón y nuestra relación de odio se convirtió en una de compañerismo. El tiempo resulta bastante interesante; al principio, uno puede odiar mucho a una persona, pero luego le acaba gustando con el paso del tiempo y fue justo eso lo que pasó en Bachillerato.

En primero de bachiller, él hacía cosas adorables, me miraba con ternura, a veces se preocupaba por mí... Todo parecía maravilloso, pero no era la única para él. También se fijaba en algunas chicas de Instagram, le gustaban algunas "amiguitas" suyas de otros colegios... Siendo sincera, me sentó fatal. Me llegué a odiar mucho: mi cuerpo, mi carácter, mi voz, etc. Tan triste estaba que llegue a dejar un poquito mis estudios al lado. Incluso escribí una buena redacción sobre su grupo favorito para clase de inglés, al igual que puse una canción de ese grupo de Liverpool en una presentación solo para que se enterase de que a mí también me gustaban, pero nada...

En segundo, se marchó a otro colegio. Al menos no se fue a Estados Unidos, gracias a Dios (ya que dos veces seguidas se marcharon dos chicos que me gustaron mucho, por lo que no quería volver a pasar por lo mismo). Al comenzar las clases, hablamos un poco, le confesé mis sentimientos, él a través de indirectas, hubo varias movidas, él subía fotos de él con chicas, mientras que yo me fijaba en otros cuando él estaba saliendo con otra. Encima, tenía las suficientes narices para insultarme solo por mirar a otros, sin hacer nada más que eso. Cuesta mucho explicarlo, en resumen, solo "mierda emocional". Sin embargo, hay una frase muy bonita que dice: "si dos personas están destinadas a estar juntas, se encontrarán de alguna forma". Justo eso fue lo que ocurrió.

Ingresamos en la misma universidad. No pensaba encontrármelo. Resultaba que recibió una beca para estudiar Relaciones Internacionales; en cambio, yo no recibí ninguna para estudiar Comunicación Internacional, puesto que a mí no me hacía falta el dinero. Al principio, ambos queríamos estudiar Periodismo, pero se dio cuenta, al final, que le llenaba más la política e historia de Europa, mientras que yo opté por hacer en inglés un grado relacionado con el Periodismo, pero con ciertos aspectos diferentes.

De esta forma, volvimos a hablar, resolvimos los conflictos todavía existentes entre nosotros y empezamos a salir. Aunque hayamos roto mil y una veces, no nos resulta fácil distanciarnos el uno del otro. Muchas veces siento que somos tal y para cual, a pesar de los malos momentos. Espero que duremos mucho tiempo. Como bien se sabe, una relación perfecta no es aquella que no tiene problemas, sino que sale adelante y se enfrenta a los millones de obstáculos que aparezcan por el camino...

NUESTRO PEQUEÑO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora