Esquí

4 0 0
                                    

Las clases no empiezan hasta el lunes 7 de enero, así que Jordi y yo decidimos ir a esquiar a Gore Mountain, una de las pistas de esquí más grandes del Estado de Nueva York (que no es lo mismo que la ciudad). Ayer, cuatro de enero, llegamos al hotel y decidimos no salir del hotel para darnos unos achuchones mientras tomamos queso fundido (lo pedimos al servicio de habitaciones) como si estuviéramos en Suiza. También nos fuimos a la piscina climatizada y nos mimamos un poco ahí. Ahora, cinco de enero, estamos pasando frío mientras esperamos a la cola del telesilla.

—¡Pfff! ¡Qué frío! —comento mientras muevo las piernas para no congelarme.

—¡Anda! ¡Qué sorpresa! ¡Pensé que tendrías calor! —responde irónicamente Jordi.

—Bobo —protesto dandole un bastonazo en sus esquís.

—¡Eh! Que son de alquiler.

—Buah...

—Claro, como no los pagas tú, lista —continúa con su tono bromista.

Vamos avanzando poco a poco, hasta que ya llegamos a ser los primeros en la cola. El telesilla es de tres. Pero iremos los dos solos, porque hay un monitor que no se puede separar de su alumna pequeña, que debe de tener unos cinco o seis; lógico. Yo también esquiaba a esa edad y casi siempre tenía problemas con el telesilla. En los últimos años, apenas he esquiado, pero siempre me aseguro de tocar el sillón justo antes de sentarme y me agarro a una de las barras del telesilla para fijarme bien en el sitio y no caerme. Lo digo porque alguna vez la he liado parda de pequeña y he llegado a parar el sistema en funcionamiento. En fin...

Llegamos y Jordi me sostiene; él ya sabe casi todas mis anécdotas. No pasa nada. Al final, un "ops" cuando me siento y ya nos movemos con el telesilla. Nos protegemos con la barrera y así unos minutos hasta llegar a la cima.

—¡Qué bonitas las montañas!

—Sí, el paisaje está espectacular.

—Te quiero, mi amor.

—Y yo a ti, mi vida.

Y nos damos un beso, mientras nos abrazamos. 

Llegamos ya y nos salimos del telesilla. Veo a unos hacer el tonto con la tabla de snow. Estoy casi segura de haber escuchado alguna de esas voces antes. Son muy peculiares como para olvidarse de ellas. 

—Bueno, empecemos.

—Sí. Debemos centrarnos.

Of course!

Estamos un buen rato esquiando tranquilamente, pero, de repente, va un crío a toda prisa yendo recto y choca contra Jordi. 

—¡JORDI! —me paro y grito

Los dos caen por una colina, pero Jordi es el que se hace más daño. Jordi se da un buen golpe contra una roca (menos mal que lleva casco) y hace un giro que hace que su rodilla se tuerza mal y rápido. El niño sigo rodando y rodando con Jordi. Al final, ambos paran y el monitor va a por el crío y yo voy esquiando a toda prisa a por mi amor.

—¡JORDI! —vuelvo a gritar.

Y nada más llegar a la escena, le monto el pollo al monitor en vez de al crío. Al final solo es un niño. 

—Perdona, ha sido un accidente. 

—¡Claro que ha sido un accidente! ¡Pero que se podía haber evitado!

—¡Ya he dicho que perdón!

—¡PUES VALE!

El crío se queja de todo. Le duele el cuerpo y está cansado. Normal. Lo que no es normal es que el monitor no le vigile lo suficiente y que le inste a seguir esquiando. Seguro que se ha torcido el tobillo o algo similar. 

—¡JORDI! ¿Estás bien? —me acerco a él.

—No... Yo... mareado.

—El golpe en esa piedra dichosa... Mierda. ¿Te puedes mover, Jordi?

Veo que hace ademán de moverse pero no puede. El monitor llama de inmediato a emergencias. Al cabo de unos minutos, llega una moto de nieve y se lleva a Jordi. A mi me notifican que lo trasladarán a enfermería para evaluar su estado y, si es preciso, llevarlo al hospital. Esto no puede ir peor...



NUESTRO PEQUEÑO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora