Más que una fiesta...

37 10 8
                                    

Después de dar un largo paseo por el campus y de prepararnos, nos dirigimos hacia la fiesta. Me puse unos vaqueros muy chulos de H&M, una cazadora negra, una camiseta morada y unas botas marrones de New Yorker. Kato insistió en que me maquillase y, aun mostrándome reacia a hacerlo, Emma me puso un poco de rímel y pinta labios para que esta noche besase a Miguel.

Suspiro. No sé que estará haciendo ahora mismo; solo espero que no me fastidie la noche... Bueno, el viaje, en general. Siempre he querido ir a Nueva York y nadie, da igual quien sea, me debe jorobar mi estancia en mi ciudad favorita.

—¿Qué te pasa? —pregunta Emma preocupada, tras ver que me mostraba algo reflexiva.

—Nada... Estaba pensando en Miguel.

—¡No te preocupes! Verá lo mona que estás, se dará cuenta de la suerte que tiene y no querrá fastidiarte este viaje. ¡Ya lo verás! Todo va a ir bien, Esther —añade Kato.

Las miro una a una y me siento muy contenta por tener como compañeras de cuarto a dos grandes personas y que, sin duda alguna, acabarán siendo muy buenas amigas mías.

—¡Muchas gracias por todo, chicas!

—De nada. Nadie en su sano juicio ha venido a Nueva York a pasarlo mal. Y tú no eres la excepción. ¿Me oyes? —dice Emma, intentando animarme.

Llegamos ya al local y vemos que la fiesta está repleta de estudiantes. Miro a mi alrededor, pero no detecto a Miguel. Me extraña, ya que él nunca se pierde ninguna fiesta. Tal vez haya pensado que iba a ser cutre y que no valdría la pena. Resulta que a él le gusta mucho las movidas. Cada vez que sale, se emborracha, vomita y mea en el suelo; en eso no se parece a mí. Yo suelo ser más relajada y tranquila. De hecho, a mí no me gustan mucho las fiestas. Yo soy más de ir al cine con las amigas, dar una vuelta y cenar en algún restaurante de la zona. Sin embargo, hoy no he tenido más remedio que asistir a la fiesta.

De repente, percibo a un chico bastante borracho que se acaba de quitar la camiseta. ¡Es Miguel! ¡Cómo iba a perderse una fiesta!

—¡Vaya chaval! —exclama Emma cuando lo ve.

-¡Y solo acaba de empezar! ¡Está tonto! No me quiero imaginar que hará más tarde —añade Kato.

—Ya, bueno... Es un alumno de intercambio. Normal que se quiera adaptar a la vida estadounidense.

—¿Lo conoces?

—Sí... Es Miguel, mi novio.

Ambas me miran con cara de asombro. Sinceramente, yo tampoco me creo que esté con alguien así. A mi nunca me ha gustado emborracharme, pero debo de admitir que Miguel se muestra más romántico estando ebrio que sobrio.

—Lo sentimos mucho, Esther, por insultarlo... —se disculpa Emma, muy avergonzada e incómoda ante la situación.

—No es nada, tranquila. Ahora voy a poner orden a la situación. ¡Nos vemos!

Me meto por una gran acumulación de personas y llego hasta Miguel. Enseguida, él me reconoce.

—¡ESTHER, MI AMOR! ¡ESTÁS AQUÍ! —exclama Miguel.— ¡CHAVALES, ESTA ES MI NOVIA! ¡QUE NADIE ME LA TOQUE! ¡ESPERO QUE SE ME RESPETE!

—¡Pues está muy buena! —comenta un chico lleno de tatuajes.

—¡TÚ, ERIC! ¡SI VEO QUE TE INTENTAS ARRIMARTE A ESTHER, TE METO! ¿TE ENTERAS? —grita Miguel, cada vez más nervioso y apunto de darle un puñetazo.

Menos mal que la música está a todo volumen y apenas nos miran. No me gusta ser el centro de atención; y, mucho menos, en un lugar al que acabo de llegar y en el que estaré durante un año entero. No desearía conseguir ya una mala reputación, como en 2º de bachillerato.

Aparto a Miguel de Eric y nos dirigimos hacia los pasillos, donde podremos hablar, puesto que no hay nadie.

—¿Por qué te has emborrachado tan pronto, Miguel?

—Porque sí... 

Suspiro. Paso de discutir.

—¿Qué tal tus compañeras? 

—Muy bien. Muy simpáticas. 

—Seguro que no están tan buenas como tú. Tú estás espectacular.

A pesar de que ahora mismo apesta, me están dando muchas ganas de besarlo y hacer el amor ahora mismo. Tiene el pelo y su cuerpo mojados por agua, sus ojos le brillan mucho, al igual que su sonrisa...

—Tú también estás muy guapo...—dije algo cortada.

Me mira durante unos instantes, y, de repente, me coge la cara y me empieza a besar apasionadamente. Paramos un poco, me subo a sus caderas, me agarra de la cintura y continuamos besándonos. Tras darnos ese gran e intenso beso, nos miramos y nos dirigimos hacia el baño. Cerramos la puerta con pestillo y hacemos el amor de manera muy penetrante. La música está lo suficientemente alta, así que espero que nadie oiga mis gemidos. ¡Ojalá estuviese ebrio todos el rato! Su amor se muestra más intenso y más pasional que cuando no bebe. Aunque muchos terapeutas no recomiendan el alcohol para mejorar la relación de pareja, yo lo necesito para sentirme más querida y deseada. Cuando Miguel bebe, muestra su lado más sensual, lo cual me hace sentirme viva y excitada. Por eso, no rompo con él, porque sé que nadie me va a dar un gran emocionante sexo.





NUESTRO PEQUEÑO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora