Hope balbucea un poco inquieta moviendo sus bracitos. Alzo de inmediato la mirada encontrándome con la whisky mirada de Román, el cual está de cuclillas frente a nosotros dos. Lo veo sorprendido, un poco ruborizado por su cercanía.

¿Sera que me escuchó cantarle a Hope?

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —sonríe.

—Lo suficiente para darme cuenta de que fui un completo imbécil por dejarte.

Sus palabras hacen que mi corazón galopee con fuerza. Un nudo se forma en mi garganta, siento como mis ojos de pronto se aguan por su intensa mirada de arrepentimiento. Román retira con cuidado a Hope de mis brazos tomándola en los suyos. La sostiene observándola intensamente. El cariño se refleja en su mirada. Hope lo observa atentamente estudiándolo con cuidado. Sin duda, no me había equivocado en mi hija, es demasiado inteligente.

—Me alegra saber que lo reconoces —musito desganado. Pero la incertidumbre se apodera en mi cuerpo cuando sus ojos se vuelven a posar en los míos.

Dos lágrimas se deslizan por sus ojos. Mi corazón bombea fuertemente, mi mente se balancea entre acercarme y abrazarlo o dejarlo sufrir más en lo que él me hizo sufrir.

—Lo siento.

—Un lo siento ya no es tan necesario. Aprendí a vivir con ello desde hace mucho tiempo, Rom.

—Lo sé.

—Hay veces que me seguía preguntando ¿qué hice mal para que desaparecieras súbitamente? —me interrumpe.

—Tú no hiciste nada, fui yo.

—...hasta que conocí a Jules, dejé de hacerme la misma pregunta.

Su rostro decae cuando termino de hablar, le dolieron mis palabras, lo sé, pero me dolió más a mí decirlas. Su semblante intentaba mantenerse sosegado pero le costaba. Cuando éramos muy cercanos (en nuestra edad de adolescentes) no me ocultaba nada, siempre fue muy fresco, sereno, rabioso, amargado. Pero siempre era él. No con los otros, siempre utilizaba su plástica mirada.

Aún recuerdo cuando nos escapamos de la secundaria para ir aquel bar donde bailamos. Éramos felices, tan libres, tan unidos...

—No tienes idea de lo arrepentido que estoy por haberme ido. Siempre te busqué en redes sociales pero nunca creaste una cuenta de ninguna. Hasta que salió en todos los medios su matrimonio, fue un golpe demasiado bajo para mi orgullo. Cuando vi las fotos, tu sonrisa, tu mirada me vacío por completo. Me sentí estúpido de no haber sido yo el que apareciera contigo en esa foto —me toma de las manos, Hope lo observa atenta a todos sus movimientos.

—¿Curioso no? Encontrar esta escena —me pongo nervioso cuando Jules se hace presencia en la sala.

—Jules... —Murmuró.

—Sí, ese es mi nombre, Joseph. El tuyo es Román ¿cierto?

—Sí —comenta sin apuro.

—Bueno, Román, quiero que alejes tus manos de mí esposo.

—¿Si no lo hago qué? —sus miradas se enfrentan, el whisky y el azul eléctrico se muestran tan resguardadas como siempre.

—Te golpearé hasta asesinarte.

Sentí como mi pulso se mueve con mayor frecuencia a lo que está acostumbrado. Román se levanta despacio antes de ponerse de pie me da un beso en la mejilla con lentitud, Hope se mueve haciendo que Román se levante rápidamente, no se llega a poner de pie, cuando un puñetazo impacta en su rostro. Chillo completamente estupefacto. Tomo con un poco de presión a mi hija e intento levantarme de mi asiento. Cuando estoy de pie, noto como los dos se golpean con fuerza. Sus puñetazos vuelan, las patadas vuelan de manera incondicional. Con Hope en mis brazos la coloco en su cuna, ella me observa esperanzada de que no la deje sola.

—Lo siento hermosa, pero tengo que detener la disputa. Porque puede haber una desgracia y no quiero eso. Quédate quieta por favor, papi ya vuelve.

Corro fuera de la habitación, dejando a mi hija en ella. Con mi celular llamo a seguridad indicándoles que lleguen antes a la sala. Alterado y con la ansiedad a flor de piel, me acerco a la escena que me deja pasmado. Jules tiene el rostro cubierto por sangre, Román esta igual o un poco menos que mi esposo. Ambos saben pelear.

Joder. ¡Y nada que llega seguridad!

—¡Basta! ¡Por favor! —no puedo detenerlos porque si me acerco a separarlos terminaré peor que ellos.

Ambos se detienen cuando me observan alterado. Los de seguridad observan la escena, sorprendidos y agarran a ambos hombres entres tres, porque se mueven con recelo.

—¡No me toquen!

—¡Suéltenme, lo mataré!

Varios gruñidos de sus partes se hacen resonar.

—Si siguen de esa forma llamaré a la policía y ustedes dos saben que lo haré.

Les hablo tratando de calmar mi ansiedad.

¿Por qué suceden estas cosas?

—Señor —la rasposa voz de uno de mis guardaespaldas me hace sobresaltar ligeramente. Lo observo atento a lo que me quiere decir—, debería calmarse un poco, recuerde que le hace daño.

—¿Daño? —cuestiona confundido Román.

Jules suelta una carcajada irónica respondiéndole:

—Eso no te tiene que importar.

—Claro que sí —asegura—. Soy su instructor de gimnasio —abro mis ojos horrorizado—... y es mi deber saber lo que le sucede.

—¿Qué? —Jules me observa detenidamente, esperando que niegue lo que Rom acaba de decir.

—Es cierto.

Mi esposo maldice estruendosamente.

—¡Ya suéltenme! —gruñe. Los guardaespaldas me miran pidiendo afirmación de mi parte, se las doy, ellos lo sueltan dubitativamente. Lo mismo hace con Román quien me sigue observando.

¡Mierda! Todo me tiene que pasar a mí. De tanta gente en el mundo, le tiene que pasar al más idiota ¡A mí!

—Quiero que se retiren, ahora. Todos —los hombres vestidos de traje negro asienten y se van. Los dos hombres que anteriormente se comportaban como animales me siguen observando—. ¡Dije todos!

Se observan con resentimiento y se van por la misma puerta en la que se fueron los hombres de traje. Suspiro agitado e intento calmarme inhalando y exhalando varias veces. Cuando lo consigo, miro hacia la ventana sentándome en el suelo. ¿No podré tener un día sin alteraciones? Cuando recuerdo que deje a mi hija sola, me levanto del suelo camino hasta la habitación. La consigo jugando con sus peluches. Balbucea como si estuviera comunicándose con ellos. Sonrío fatigoso. Cuando nota mi presencia sonríe más grande.

La amo tanto. Hoy fue un día demasiado fuerte para mí.

El curioso embarazo de Joseph ©Where stories live. Discover now