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¡El día había llegado!

El día tan esperado por nosotros había llegado. La camioneta 4x4 blindada emprendía su camino con fiereza. El vehículo seguía su rumbo en las calles de New York. Individuos ascendían y descendían por las enormes vías a pie. El día está radiante, el sol está en su punto más eminente; la brisa menea las hojas de los árboles estableciendo un turbado vaivén. Jules maneja el automóvil. Los guardaespaldas (que son doce) se han dividido en cuatro camionetas y dos motocicletas. Se podría decir que es exagerado pero la seguridad de nosotros es primordial en cualquier momento luego de la explosión en Atlanta.

Mis manos descansan entrelazadas sobre mis piernas. Jules va manejando con una de sus manos mientras que la otra esta reposada con caída libre en mi muslo acariciándolo con dulzura. Su estado de ánimo se puede percibir con tan solo observarlo a lejanía. Los caminos de New York son modernos. Otros clasifican la ciudad, como centro principal de batalla. Pues es uno de los estados más costosos del país, aunque nada le quita ese aire seductor.

—¿Cómo la llamaremos? —la voz de Jules me hace voltear a observarlo.

Sus pómulos están tensos. Todavía siente esa mala ida de Cavill, por lo que sigue culpándose por ello. Casi siempre discutimos por ese tema. Nuestra relación de pareja está creciendo cada vez más y eso me enorgullece, puesto que con mi estado físico Jules no ha buscado satisfacción por otro lado.

Formulo un poco la inquietud de Jules hasta responder:

—Tengo varios nombres en mente; no sé por cual decidir.

—Tengo dos pero no me gustan para mi hija... —farfulla.

—¿Cuáles? —cuestiono acariciando sus dedos.

—Pues... ¿Jass? Y ¿Meredith? —enarco una ceja.

—¿Me lo estás preguntando o me lo estás afirmando? —me rio internamente.

—Bueno —la ansiedad se incrementa cuando una de mis risas se escapa. Me fulmina con la mirada. Me acerco dándole un beso en la mandíbula. Su barba de cuatro días raspa un poco mis labios.

—Me gustan ambas, pero no lo siento tan propio para nuestra hija.

—Tienes razón —aparca el coche en una sucursal donde el consultorio del doctor Patterson está trabajando por una temporada. Además del hospital central de New York.

—Bueno... es ahora —exclama Jules besando mis labios—. Todo saldrá bien, de eso me encargaré yo.

—Jules... —acaricio sus pómulos. Cierra los ojos disfrutando mi tacto en su rostro—. Vamos a estar bien, ella tiene un gran hombre como padre y yo tengo un gran hombre como esposo.

—No logro entender como perdonaste toda mi mierda —murmura.

—¿Quieres saber por qué? —asiente dudoso—. Porque te amo. Y admito que todos esos malos momentos tenían una respuesta. No soy quien para juzgarte, Jules. Pero me hace más humano poder sentirme mal en aquel tiempo. Aunque eso quedó en el pasado, no nos mortifiquemos por eso, intentemos vivir este hermoso presente.

Su sonrisa se expande alrededor del rostro. Sus blancos y perfectos dientes se instalan impidiendo borrarle esa divina sonrisa.

—Te amo.

El curioso embarazo de Joseph ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora