La prórroga de la felicidad

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Tenía que confesar a Olivia todas las conjeturas que había hecho yo solo en mi cabeza durante los últimos días. Ella era parte de mi vida ahora y quería hacerla partícipe de mis decisiones ya que nos afectaban a ambos.

Me alejé un momento de ella y, mirándola a los ojos, apreté mis labios para sincerarme de una vez por todas.

—Quizás te parezca una locura, cariño, pero he estado pensando en pedir la custodia total de los niños.

Esperaba su reacción como el que espera un jarro de agua fría encima de la nuca. Pero fue delicada y suave.

—¿Y eso por qué? —preguntó esperando que le diera los motivos, las razones por las cuales sentía que algo no funcionaba entre los niños y su madre.

—No sé, cielo —balbuceé quitándome el albornoz y comenzando a vestirme con una muda que también me había encargado de preparar­—. La niña está desesperada por estar conmigo. Jamás la había visto tan posesiva. Y Jorge, bueno, creo que me esconde algo que no acabo de descubrir. Pero es demasiado orgulloso para reconocer que me necesita.

A Olivia le cambió la mirada conforme pronuncié esas últimas palabras y, casi al instante, agachó su cabeza. Intenté hacer hincapié en lo que había provocado esa reacción en ella para ver si era consciente de algo que yo no sabía.

—Te adora, cielo. Jamás le había visto tan cómodo con nadie.

Olivia no reaccionó. Algo la atormentaba  y no entendía el qué podría ser. Y comenzaba a preocuparme porque, aparte de afectarla a ella, parecía tener que ver también con mi hijo.

Suavemente, me acerqué agarrándola por la cintura y obligándola a mirarme.

—No quiero enfadar a Laura, pero creo que jamás me perdonaría el hecho de que mis hijos me necesiten y yo les dé la espalda —confesé algo emocionado.

Fue entonces cuando, Olivia, me miró con sus preciosos ojos en los que encontré un matiz de culpabilidad. Abrió sus dulces labios un segundo, intentando hacerme partícipe de lo que rondaba su cabeza, y comenzó a hablar.

—Tengo que contarte algo que me confió Jorge el día que fuimos a la feria. —susurró casi sin poder mantenerme su mirada.

Fruncí el ceño asustado y retrocedí sobre mí mismo un par de pasos buscando su mirada, esperando algo muy malo. Algo terrible.

—¿Qué? —pregunté casi en el acto.

Suspiró y pareció resignarse.

—Jorge me contó que su madre no estaba en casa hasta bien entrada la tarde y que, cuando llegaba, Bill solía enfadarse si les prestaba demasiada atención a ellos y le descuidaba a él.

Conforme Olivia iba explicándome la situación en la que se encontraban mis hijos, mi mente comenzaba a ofuscarse y un calor repentino en mi cabeza se iba apoderando de mí.

Sentía una ira irracional creciendo dentro de tal manera, que supe que podía leerlo en mis ojos o en mi boca que se empeñaba en morder mi labio inferior en un intento de contener mi lengua y no soltar cualquier barbaridad.

Y no me equivoqué. Olivia lo notó enseguida. 

En tan poco tiempo me conocía casi mejor que nadie, así que intentó tranquilizarme cogiéndome de la cintura y usando un tono meloso que sabía me derretía.

—Cielo, es solo mi percepción. No te digo que te preocupes demasiado, pero no quiero bajar la guardia y que ellos sufran por algo que no hemos sabido afrontar correctamente.

Me observaba mientras yo enmudecía con la mirada clavada en un punto fijo. 

Agarró mi cara con sus dos manos y me besó en la frente con cariño, paliando en parte mi enfado y preocupación.

Mi mundo y tú.Where stories live. Discover now