Nuestra canción

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OLIVIA

Me desperté muy temprano aquella mañana.

Por algún motivo había descansado muy mal toda la noche. Y eso que no tardé mucho en irme a dormir.

Anoche baje dispuesta a demostrarme a mí misma que, Jose, no me dominaba. Que él no podía controlar, de ninguna manera, lo que yo podía o no sentir.

Nada más lejos de mi estúpida e incoherente realidad.

Cuando llegué a la zona de la piscina donde se suponía que yo realizaba la mayor parte de mi trabajo, fui consciente de inmediato de mi fracaso.

El solo hecho de intentar apartar mi mirada de su mesa ya suponía un esfuerzo sobrehumano. Me sentía condenada por algún tipo de brujería, algo fuera del entendimiento humano que me obligaba a no poder apartar mi vista de él.

"Dios, pero qué guapo está...", pensaba una y otra vez observándole.

Estaba tan abstraído que ni siquiera se percató de que, yo, patética, analizaba cada parte de su cuerpo deseándole.

Debido a la poca fuerza de voluntad de la que mi integridad hacía gala frente a su presencia, preferí obviar la situación y quedarme en otra mesa.

Una vez, Sara, llegó, se sentó a mi lado y comenzamos a trabajar.

Llevábamos un buen rato inmersas en hacer que todo aquello funcionara como debía, cuando vi llegar a Luis por el rabillo del ojo. 

Se acercó a Jose y ambos se dirigieron hacia una esquina de la piscina, desapareciendo delante de mis curiosos ojos.

Mi plan de dominar la situación se había ido al garete cuando supe que me había molestado, sobremanera, el dejar de visualizarle. Suspiré agobiada. Estaba harta de la situación que provocaba este hombre en mi voluntad. 

Lo más gracioso de todo era que, a pesar de todo eso, no quería que se fuera. Me aterrorizaba el momento de no volver a verle y de saber que estaría a tantos kilómetros de aquí.

Aunque no intercambiara ni una sola palabra con él, prácticamente, mi cabeza se empeñaba en tenerle presente. Mis ojos le buscaban de continuo y, mi corazón, se conformaba con el simple hecho de poder verle un segundo y guardar su imagen para, más tarde, analizar cada milímetro de su ser.

Volví en mí cuando tuve que apretar el botón del ascensor que me llevaría hacia su despacho. Necesitaba entregarle unos documentos que había recogido la noche de antes: nóminas y demás papeles de los empleados que había en el bar de la piscina.

Me hacía muy poca gracia tener que intercambiar unas palabras con él. Sobre todo a sabiendas de que a él no le interesaba agradarme o atenderme aunque fuera unos segundos.

Estaba de muy mal humor debido a eso, no podía evitarlo. Pero suspiré, intenté calmarme y toqué su puerta con mis nudillos.

-Adelante.- se escuchó desde dentro. Y, sin más, entré notando como mi corazón se empeñaba en salir a través de mi garganta.

-Buenos días.- dije seca. –Te traigo los documentos que necesitas para dejar todo más que atado antes de que te vayas.- le observé un momento.

Había algo en su mirada que había cambiado. Casi me atrevería a decir que se parecía más al hombre que conocí el primer día, que al cretino con el que tuve que lidiar después.

Sentí que mi piel se erizaba pero, en un alarde de valentía, pude seguir.

-Si falta algo, avísame. Pero creo que está todo en orden.- sentencié y le miré a expensas de que soltara una palabra de una maldita vez.

Mi mundo y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora