La prórroga de la felicidad

152 22 24
                                    

JOSE

Me desperté con mi amor entre mis brazos, embriagado de su olor, borracho de su aroma a tal punto que pensé que todo había sido un hermoso sueño.

La apreté más fuerte entre mis brazos, anhelando estar así el resto de mi vida.

No pude evitar comenzar a acariciarla, a llenarme de su tacto suave y cálido.

Supe que la había despertado cuando emitió un gruñido de placer denotando lo acertado de mis caricias.

Abrió los ojos poco a poco y me miró somnolienta.

—Buenos días, mi vida —musitó acercándose a mi boca y besándome de una manera tan dulce que casi noté como me temblaban las rodillas.

—¿Qué tal has dormido? —susurré sin dejar de besarla.

Sonrió a mi boca.

—Como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

Sus besos fueron pasando de dulces a apasionados y yo, casi por instinto, pasé una mano por su espalda, acariciando su pelo y apretándola más contra mí.

Cuando pasaron dos minutos, ella estaba encima de mí, encendida al igual que yo, ansiosos de nuevo el uno del otro.

No pudimos remediar hacer el amor de nuevo, aunque fueran las doce de la mañana y todo el mundo se preguntara donde narices estábamos nosotros dos.

Nos duchamos juntos, esta vez reprimiendo el deseo que se había instalado desde hacía tanto entre nosotros y que parecía no tener fin. Tanto tiempo conteniendo nuestros impulsos nos estaba pasando factura.

Salió de la ducha primero, observándome desde fuera mientras se vestía con la ropa que yo, previsor, había traído la noche de antes a la vez que dejaba la carta para no tener que volver vestidos de fiesta a la casa por la mañana temprano y delatarnos. Aunque era la misma que la del día anterior, con la misma con la que se fue de compras con Inés.

—Todavía no me creo que esto esté pasando, Olivia —exclamaba mientras la miraba de reojo y ella sonreía terminando de secarse el pelo.

—Pues créetelo. Lo increíble ha sido tener que esperar tanto tiempo para estar juntos —reconoció a la par que apagaba el secador de mano.

Después de una sonrisa que a mí me supo a gloria, su rostro cambió por completo. Algo pasó por su cabeza que la tensó hasta tal punto de no poder esconder la preocupación en su preciosa cara.

—¿Qué te pasa? —pregunté cerrando el grifo de la ducha.

Me miró como si yo fuera su tabla de salvación, suspiró y cogió aire.

—Te quiero y no quiero perderte. No quiero que esto se acabe nunca—musitó casi sin dejar que la escuchara.

—¿Por qué dices eso, mi vida? —pregunté comenzando a salir de la ducha un poco asustado, debía reconocerlo.

Me miró con aquel azul que no dejaba de estremecerme por más que intentaba acostumbrarme a él.

—Es solo que temo el día que tenga que separarme de ti, solo eso.

Cogí el albornoz para ponérmelo y acercarme a ella. La abracé intentando consolarla y luchando para que sintiera que jamás renunciaría a estar a su lado.

—Podemos superar todo lo que venga, Olivia. Sé que podremos —susurré a su oído mientras me prometía a mí mismo que así sería.

De repente, mis hijos en mi mente.

Mi mundo y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora