JOSE

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Mi alma volaba mucho más alto que el avión que nos había traído de vuelta a mi país. 

Casi me sentía en las nubes cada vez que mis ojos pedían contemplarla y yo los satisfacía.

Llenaba una parte de mí que ni yo mismo era consciente de que tenía. Al menos, no hasta que la conocí.

Olivia se mantenía recelosa,  pero su sola presencia me bastaba para sentirme dichoso a su lado.

Aunque en el avión reinaran los gritos, los niños llorando o las personas hablando de mil cosas diferentes; yo me sentía tranquilo a su lado.

No podía esperar a tener a mis hijos y a ella juntos bajo el mismo techo. Solo me preocupaba el lugar donde alojarnos los cuatro, estas dos semanas.

Pensé en varias opciones pero ninguna me sedujo lo suficiente.

En el hotel estaría ocupado todo el día, sin tiempo para atenderla. Ni a ella, ni a mis hijos.

Aunque intentase no enredarme en la dirección o en cualquier otro asunto que tuviera que ver con mi trabajo diario allí, sabía que al final acabaría ocupándome de mil cosas a la vez. 

No la había traído hasta aquí para desatenderla sino para recuperarla. Me aterraba que se largara aburrida y decepcionada de nuevo a España.

Así que quedaba descartado como solución viable.

La otra opción era mucho más arriesgada. Así que decidí que la situación entre nosotros ya era lo bastante delicada, como para encima exponerla a la sombra de Laura . 

Bajo ningún concepto quería ubicarla en la casa donde había vivido con mi ex mujer.

Para ninguno de nosotros habría sido sano pasar quince días rodeados de millones de recuerdos, tan negativos a veces. 

Incluso empecé a pensar que, una vez Olivia se marchase, lo mejor sería alojarme en el hotel y poner a la venta aquella casa. 

Quería empezar una nueva vida y lo único que sabía era que necesitaba a Olivia en ella.

Así que vistas mis opciones, tenía que asumir que la única alternativa aceptable que me quedaba era: o bien alquilar un apartamento, o bien instalarnos en la casa de mis padres.

Y no me parecía tan mala idea. Su chalet era enorme. 

Pista de tenis, piscina, jardín y un largo etcétera que no escatimaba en lujos.

Había espacio de sobra para que los niños, así como nosotros, tuviéramos la intimidad necesaria en nuestros respectivos dormitorios.

Cuando se lo comenté a Olivia y le pareció bien aquella idea, supe que podía relajarme en ese sentido y esperar que todo fluyera como debía.

Después de dos transbordos agobiantes y casi dieciocho agotadoras horas de viaje, llegamos a San Pedro Sula. Aunque aún quedaba un trecho hasta Roatán.

Así que lo primero que hice fue llamar a mis padres para comentarles que iría con visita. 

Sabía que no supondría ningún tipo de problema, pero prefería avisarles para que Olivia tampoco se sintiera incómoda.

Cuando pensaba en todas las horas que habíamos pasado juntos en aquel avión o en la de veces que habría deseado que apoyara su cabeza en mi hombro cuando la vencía el sueño; un escalofrío recorría mi espalda dándome a entender que aquella chica, se había convertido ya en parte de mí.

Deseaba tanto dormir con ella cada noche que pasara a mi lado, que casi no podía respirar. 

Mi corazón no necesitaba más que sentir su calor, su piel, su cuerpo desnudo ansioso por que mis manos le acariciaran con deseo. 

Mi mundo y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora